MUSICA › JUAN LAZARO MENDOLAS
El músico boliviano mixtura sonidos indoamericanos, jazz y elementos clásicos.
› Por Cristian Vitale
“Si Mozart hubiese conocido la quena, ponele la firma que hubiera escrito algo.” Juan Lázaro Méndolas, el potosino creador de Markama, se ampara en una crítica que Jon Pareles –del New York Times– hizo sobre él y se imagina introduciendo a Wolfgang Amadeus en los enigmas del milenario instrumento. El artículo data del 2001 e, igual que otro del Daily News en el que lo llaman “The Mountain Man”, ocupa un lugar central en su currículum. El autoelogio no exagera. Lázaro fue, de verdad, el primer quenista de la humanidad en tocar, completo, el Concierto para clarinete KV 622. Empujado por el maestro Luis Renart, sacrificó años de vida trascribiendo partituras, trasportando frases, acercando “ambos mundos”, buscándole todos los colores posibles a la quena y lo logró. Los 60 músicos de la Woodstock Chamber Orchestra –dirigida por Renart– pasaron de la desconfianza a la admiración cuando ese ser timidón, delgado, y de rasgos sanguíneamente sudamericanos, pudo con Mozart. “No fue una revancha..., la música no es para fanfarronear. Lo único que hice fue entender la belleza de Mozart pero de otra manera”, dice a Página/12.
Lázaro repitió la hazaña varias veces. Se le animó también a la Sonatina para violín y piano Op. 100 de Antonin Dvorak, a las Impresiones de la Puna, de Alberto Ginastera, y en agosto pasado ejecutó a Mozart “de local”, junto a la Sinfónica Nacional de Bolivia. Pero hoy, con el flamante disco Amistad –una exquisita muestra de música del altiplano–, el quenista cree que llegó la hora de mostrar la alquimia sonora que busca desde que dejó Markama, en 1982. “Los folkloristas me criticaban por meterme en la música clásica y el jazz. Pero me siento satisfecho de haber integrado dos culturas a priori distantes.”
–Además, liga una mirada política profunda. ¿Qué siente un quechua cuando aborda, con un instrumento nativo, una obra clásica, paradigma cultural de la Europa blanca y “civilizada”?
–Yo me sacrifiqué por mi cultura, porque los músicos clásicos siempre menospreciaron la quena. En la Orquesta de Woodstock decían “con esto no podemos tocar”. Lo mismo me pasó en los grupos de jazz..., pero yo pensaba en mi montaña y los temas salían. Fue como decir “mi pueblo también existe”.
Lázaro nació hace 58 años en Charcoyo, una comunidad-rancho de Bolivia, habitada por diez familias, que linda con el río Yura y las minas del Potosí. Es padre de diez hijos (con tres mujeres distintas) e hijo de quechuas puros. “Mi madre –cuenta– nunca aprendió castellano y mi padre tuvo que hacerlo obligado por el servicio militar.” En 1968, emigró a Tupungato, donde se crió cerca de la cordillera y trabajó de lo que pudo para pagarse los estudios en la Escuela Superior de Música de la Universidad de Mendoza. Allí, “golpeando puerta por puerta”, generó uno de los grupos más significativos de música indoamericana: Markama. “Fui a Bolivia a buscar instrumentos y, a principios de 1975, ya estábamos tocando.” Su existencia en Markama duró siete años y cuatro discos: Markama I y II, Mi antiguo canto y Azul tihuanako. Luego, agotado de la censura militar, viró hacia otros rumbos. “Eramos bastante inocentes, pero la Latinoamérica unida nos envolvía en la música. Teníamos un coraje no premeditado que nos llevó a ser perseguidos. Raro, porque las poesías quechuas son pacíficas... pero bueh, para los militares todo arte indígena era subversión.”
El aerofonista ejemplifica con una de las canciones clave del repertorio markamiano, “Yo pueblo, yo huérfano”. “La prohibieron, pero hablaba de una mujer que cambiaba un compañero pobre por otro rico. Con ‘Mi antiguo canto’ nos pasó algo parecido.” Tras abandonar el sexteto, Lázaro emigró a Nueva York, luego de un mal paso por Buenos Aires. “No tenía trabajo. Me invitaba Dino Saluzzi para tocar sus Vivencias, pero no podía sobrevivir, hasta que la hiperinflación me derrotó. Y viajé al lugar que menos quería.” Los primeros años en NY transcurrieron entre tocatas étnicas en pequeños pubs y trabajos como jardinero, hasta que en 1990 trabó vínculo con el contrabajista de jazz Charlie Haden. “Fue quien me hizo ver que la quena podía ser muy útil en el jazz. Me invitó a tocar con él en la Liberation Music Orchestra y ahí me lancé a improvisar.”
–Del jazz a Mozart. ¿Cómo llegó?
–Descubriendo que la quena se puede modular para tocar otras melodías, algo imposible para el sikus, la zampoña o la ocarina. Lo comprobé construyendo nuevos tipos y moviendo orificios para tocar en distintas tonalidades. En 1997, Renart me dijo: “El adagio del concierto para clarinete de Mozart le quedaría bien a la quena” y me regaló la partitura. De ahí en más, no me paró nadie.
El tema que cierra su disco –el hermoso huayno “Recitao y Carnavaleao”– es autobiográfico. Está dedicado a los inmigrantes bolivianos que se radicaron en Argentina a fines de los ’60. “Este país nos necesitaba y le agradecemos lo que nos brindó, aunque muchas veces sentimos el rigor de la esclavitud. Hoy lo puedo contar fácil, pero en esa época ser boliviano acá era muy doloroso”, evoca. “Sapitay”, la aciaga y bella baguala que abre el disco, fue compuesta entonces. “Estaba envuelto en cemento y melancolía. Pero me llegó la música y empecé a escribir. Estaba solo, lejos de mis hijos y sin saber lo que iba a pasar.” Pero la canción que más lo conmueve se llama “El rollano”, nombre de un instrumento indígena de la época precolonial.
En su departamento de Parque Centenario, extrae algo así como una flauta en estado salvaje. Dura, áspera y con una curva en el medio. Lázaro cuenta que es una rama del árbol ara, que tiene una disonancia exótica (armonías superpuestas) y que se enseña por generaciones salteadas (de abuelo a nieto). “Se toca desde el primer día de la siembra hasta el último de la cosecha. Y hay que aprenderlo de chico, porque la garganta necesita moldearse temprano para que las armonías salgan. Después de los 12 años ya no podés”, cuenta.
–¿Qué le significa que Evo Morales esté gobernando su país?
–Mucho. El viene de las bases y tiene una conciencia..., no tiene nada que esconder. Nos dio la posibilidad de enamorarnos más de Bolivia y de sacar a la luz tantos talentos indígenas. Ha hecho emerger a una población siempre dominada por un pequeño sector de intelectuales. Por eso, siempre digo que el 12 de octubre se tendría que festejar un día antes, como el último de la libertad.
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