MUSICA › ENTREVISTA A LA CANTANTE CARMINA CANNAVINO
Es peruana y desarrolló su carrera en México. A través de la canción latinoamericana, reivindica a los “compositores poetas”.
› Por Karina Micheletto
Carmina Cannavino puede decir, con total convicción, que una canción le cambió la vida. Puede decir también que no canta para gustar, sino para salvarse. Puede hablar de contradicciones profundas: de que su canto no llega a quienes ella quisiera que llegue. Con esta fe depositada en la canción, Cannavino transitó un camino que la llevó desde su Perú natal a desarrollar su carrera en México y a unirla con la Argentina, donde nacieron sus padres. Su música se reparte entre estos tres puntos y abreva en los que ella llama “compositores poetas”, como el peruano Kiri Escobar o Jorge Fandermole. Y en referentes como Chabuca Granda, a quien siempre ha interpretado. En su nuevo disco, Por obra y gracia, reúne a estos autores e incluye temas propios y clásicos como “Chiquilín de bachín” o el mexicano “Que te vaya bonito”, de José Alfredo Jiménez. Después de una primera presentación anoche, la cantante continuará mostrando estas canciones hoy y mañana a las 21.30 en la Peña del Colorado (Güemes 3657).
Cannavino dice que éste es un disco totalmente autobiográfico, nacido tras un viaje al Glaciar Perito Moreno que describe como revelador. “El impacto de estar frente a esa mole de hielo, en el silencio más absoluto, me conmovió profundamente, me llevó a tocar fondo, bien. Me hizo hacer un balance de mi carrera, replantearme lo que soy como cantora, qué tan satisfecha me sentía con lo que había hecho hasta entonces y qué me quedaba por hacer”, cuenta. Tras aquel viaje, terminó grabando un disco en el que incluyó las canciones “fundamentales”. “Cuatro cuerditas”, de Kiri Escobar, describe el oficio del músico: “Me bastan cuatro cuerditas en mi maderita pobre, para arrancarme del fondo el trinar de mis tambores, para arrancarme del fondo el perfume de mis flores”, dice el tema. Y “Omnibus”, un relato del paisaje que recorre la línea 70 de colectivos en Lima, atravesando los barrios ricos hasta llegar a las zonas más pobres de la ciudad, marcó la carrera y la vida de Cannavino. “Es un retrato increíble de Perú, un país de contrastes. Conocí esa canción en 1983, cuando yo todavía no me había metido en la cuestión social, cantaba de todo un poco, sin demasiada estructura. Un grupo de amigos músicos me llevó a escuchar repertorio, me pusieron mucha música, Serrat, Silvio Rodríguez, esas cosas. Cuando escuché ‘Omnibus’ me puse a llorar, entendí que eso era lo que quería cantar. Años más tarde, frente al Glaciar, recordé que esa canción hizo que yo cantara. Fue la que me cambió la vida”, dice Cannavino.
–¿Tanto?
–Seguro. Fue la que hizo que yo viera el mundo de otra manera. Así como se lo digo: una canción me cambió la vida. Y me abrió a la música. Me abrió un camino que siguió cuando ingresé al Movimiento de la Nueva Canción, en Lima. Allí comencé a conectar con gente que recurría a la canción no sólo como hecho artístico, sino como vehículo de opinión y de sensibilización. Las canciones de amor entre un hombre y una mujer son necesarias, pero también es necesario cantar sobre el amor al prójimo. Yo elijo interpretar a los “compositores poetas”, los que hoy hablan con belleza de todos esos tipos de amor.
–¿A quiénes considera dentro de los compositores poetas?
–En la Argentina, a tipos como Fandermole, Juan Quintero, Negro Aguirre. Compositores con un gran nivel poético y musical, capaces de incluir una mirada social. En este momento esta canción es sumamente necesaria. Frente al Glaciar me volvieron una serie de preguntas: ¿Para qué canto estas canciones? ¿Qué valor tiene hoy la canción social?
–¿Y encontró respuestas?
–De a poquito. Hace rato que yo dejé de hacer discos “para la gente”, “para que le gusten a la gente”. Yo hago canciones para salvarme a mí. Porque para mí la música es todo. Es mi forma de decir quién soy, de plantarme frente a los otros; si me quieren tomar así, bien, y si no, también. Mi vidriera son estas canciones, son lo que pienso. Tengo una razón de peso para vivir y cantar: tratar de evolucionar, de no pasar por la vida sin importarme lo que le pasa al de al lado.
–“Cantar para la gente” es lo que dicen que hacen casi todos los intérpretes, de una manera u otra. ¿Por qué usted no?
–Por supuesto que canto para la gente, pero la gente que me interesa no escucha mi música. A mí no me escuchan en los barrios pobres, en los comedores populares. En México he creado mis propios proyectos para lograrlo. Con uno que se llama “Arco Iris”, sustentado por el Estado, puedo cantar en plataformas petroleras, reclusorios, casas de mujeres o para enfermos terminales. En estos lugares he vivido cosas muy fuertes: he visto despertar con una canción a una persona que llevaba meses de no dar respuestas físicas. Algún día voy a poder hacerlo también en la Argentina.
–Por lo visto, usted tiene una gran fe en el poder de la canción.
–Sí, de este tipo de canciones. Obviamente, entendidas como hecho artístico, porque ya pasó la época en que la canción era tu trinchera y no importaba cómo la hacías. No, tienes que hacerlo lo mejor posible. Los latinoamericanos tenemos mucho de qué quejarnos, pero tenemos mucho que trabajar para cambiar las cosas que nos hacen quejar.
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