Mar 31.10.2006
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MUSICA › HUERQUE MAPU, VERSION TRES

“La educación es el arma más importante de lucha”

El legendario grupo tiene nuevo disco, El telar, que tuvo su bautismo en un lugar tan atípico como Eslovenia. “Intentamos ser cronistas de la época que nos toca vivir”, dice el histórico Ricardo Munich.

› Por Cristian Vitale

Que El telar, flamante disco de Huerque Mapu, haya salido 24 horas antes de que el grupo partiera a Eslovenia e Italia no implica necesariamente una pegada. En el tren que une Venecia con Laterina, un ladrón se quedó con varios CD. “Eso es para los que creen que Europa es más segura”, lanza Claudia Lapresa, y saca un provecho a la huerque: lo que en un burgués típico sería simple queja, en ellos funciona como otra manera de militar y decir que el raterismo no es cosa exclusiva del Tercer Mundo. Y urge difundirlo: “Es un error comprar eso de que Europa es más segura. Entre instrumentos, valijas y demás llevábamos quince bultos, y alguien se aprovechó”, sigue la cantante. Costó 70 discos, pero el hecho tuvo su utilidad. Hace tres décadas que el grupo fundado poco después de la masacre de Trelew pretende dar vuelta el mapa –jauretcheana idea de mirar al mundo desde Latinoamérica–, y el ojo no siempre tiene que estar puesto en cuestiones estéticas. “Intentamos ser cronistas de la época que nos toca vivir. Rescatar el espíritu latinoamericano con nuestra mirada, que va más allá de la música en sí”, interviene Lucio Navarro, huerque de la primera hora.

La excursión de los mensajeros de la tierra fue motorizada por la Secretaría de Cultura de Eslovenia. Se presentaron en el festival de Carniola, un evento anual de world music que se hace en la ciudad de Cran, y parece que lograron torcer el planisferio. Dice Navarro: “Nos habían advertido que era un público frío. Pero después del recital se nos acercaron muy emocionados. Es raro que se conmuevan solamente con la estética. Nos llamó la atención”. Huerque viajó con su actual formación trigeneracional: Navarro, de 58 años; Ricardo Munich –otro de los fundadores–, seis años mayor; su hijo Emanuel, de 28, y Claudia, que denuncia 45. “La nueva sangre afloja tensiones”, optimiza Munich. Es una de las tantas formaciones que tuvo el grupo en más de treinta años de presencia interrumpida. “Tuvimos tres etapas –enumera Munich–: la primera, entre 1972 y 1976; la del medio, cuando regresamos del exilio, y esta, que nació para durar en 2003. Ahora estamos preparando el espectáculo Compras en subasta, que habla de las minas de oro, el problema en el Amazonas y acuífero guaraní.”

Pese al futurismo optimista del multiinstrumentista, la etapa que quedó en el imaginario fue la primera. Navarro y Munich, más Tacum Lazarte, Hebe Rosell y Naldo Labrín lograron la síntesis más perfecta entre música clásica, tradición folklórica indoamericana y militancia que haya dado un grupo popular en Argentina. Un disco debut que, además de versiones atávicas (“Run Run se fue pa’l norte”, de Violeta Parra, o “Vamos mujer”, de Luis Advis) recurría a la urgencia de la hora con Trelew, un réquiem compuesto de una corazonada horas después de la masacre. Y un tercer trabajo –la Cantata Montoneros– que pretendió ser el brazo musical de un proyecto que no fue. La etapa intermedia, ya sin Rosell ni Labrín, fue post-exilio y constó de un disco con poca suerte: Salida, tránsito y llegada (1985).

–¿Qué pasó entre 1987 y 2003?

Lucio Navarro: –No pudimos hacer pie. Tacum regresó a España y nosotros hicimos la nuestra hasta las protestas del 2001. Las puebladas generaron el entusiasmo suficiente para refundar Huerque. Labrín no está, porque es funcionario de cultura de Neuquén, y Hebe es musicoterapeuta en México...

Como efecto de las ausencias, El telar carece de temas propios. De las quince canciones, algunas –“Zamba del cercador”, “Mi pueblo azul”, “Chaya de los pobres” o “Cuequita del incendiado”– son aportes de Ramón Navarro, hermano de Lucio, y otros, parte del acervo folklórico. Entre ellos, “Zamba de los mineros”, de Dávalos y Leguizamón, o “Paloma y Laurel”, de Isella y Tejada Gómez. Cuenta Munich: “La elección del repertorio pasa por encontrar canciones que enaltezcan la cultura del trabajo. También se relacionan con viajes por el interior. Un pueblo minero como San José nos impulsó a incluir la ‘Zamba de los mineros’; la visita a La Rioja resultó la ‘Chaya de los pobres’, y así”.

–Hay un enlace entre discos del pasado y éste. La diferencia es técnica, pero la esencia estética permanece. ¿Hay una linealidad que comprenda la búsqueda musical de siempre?

Ricardo Munich: –Hace poco, para el Plan Nacional de Alfabetización, nos pidieron hacer un tema, compuesto en 1974 para la campaña “Los males de la dependencia”. Le cambiamos una sola palabra...

L. N.: –Yo tengo sentimientos encontrados. Por un lado, está bueno aparecer manteniendo un concepto, pero por otro no, porque habla de que la sociedad fue para atrás. Esto nos deja mal parados, porque pensamos que habíamos evolucionado junto con ella. ¿Cómo puede ser que hayamos dormido tanto?

–¿Hasta qué punto conservan su vigencia las viejas canciones militantes? “El último Zapukay”, por caso, parece de la vieja guardia...

L. N.: –El tema habla del caso del bandolero Isidro Velásquez, que, como Mate Cocido o Bairoletto, tenía una impronta anarquista. No eran tipos que se dedicaran a robar, sino que apoyaban las luchas sociales del momento. El tipo no estaba de acuerdo con la distribución de la riqueza y hacía justicia por mano propia. Está lleno de altarcitos para él. El chamamé se llama así porque él logró salir ileso de una emboscada y, cuando se escapó, pegó un zapukay de alegría en la selva que lo delató. El árbol sobre el que cayó muerto desapareció: sus admiradores se lo fueron llevando de a poco.

–“Zamba del cercador” también es marca-Huerque...

L. N.: –El poeta Ariel Ferraro describe con sutileza la aridez de las zonas agrestes de La Rioja. Habla del hachero, de los mineros. Lo hicimos por mi riojanidad.

–Igual que “Mi pueblo azul”.

L. N.: –Mi pueblo se llama Chuquis, en verdad. Mis compañeros se ríen, porque cuando los llevé a conocerlo no vieron montañas azules como yo. Les faltó probar el cactus San Pedro (risas).

–Ocurre en agrupaciones como ustedes, Quilapayún o Inti Illimani, que viven en tensión: acomodarse a los tiempos sin despegar del legado que sobrellevan sus espaldas. ¿Cómo lo sobrellevan?

Claudia Lapresa: –Yo no soy heredera de la etapa anterior, pero siento que es la misma búsqueda. Seguir diciendo cosas que fueron dejadas de lado. La música popular se fue empobreciendo y nosotros no queremos eso. Hay tensión y no hay tensión... no hay que hacer un gran refuerzo.

–¿Podrían trasvasar al presente algo de la Cantata Montoneros?

L. N.: –El único tema que tocamos es “El combate de Ferreyra”, el más “pluralista”. Igual, rescatamos el espíritu de lucha de esa época, que hoy sería equivalente al de las puebladas. Y entendemos que ya no tiene sentido reivindicar la lucha armada... hasta Fidel Castro propugna la educación como el arma más importante de lucha.

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