MUSICA › LILIANA VITALE EN VIVO
La cantante presenta su nuevo disco, Al amparo del cielo, en el ND Ateneo.
› Por Cristian Vitale
Entre las fotos que adornan la guarida de Liliana Vitale hay una inmensa de Almendra, hay otra de Carlos Gardel con su sonrisa dibujada y hay varias en las que aparece ella: dentro de una antiquísima pulpería pintándose para el show, junto a MIA, conglomerado de músicos que, mediando los setenta, sentó un valioso precedente en el arte independiente y, tal vez la más significativa, con su hermano Lito tocando teclados con enterito y corte Balá, y ella perdida entre un numeroso coro de féminas floridas. Pero el decorado –que también incluye cuadros, esculturas y adornos multiformes– carece de iconos religiosos. Y, sin embargo, sus dos últimos discos contienen la palabra cielo. Uno es Siete cielos, que compuso por encargue para un profesor de reiki, y el otro, más reciente, Al amparo del cielo.
Liliana Vitale fue criada en el seno de una familia libre de creencias religiosas. Materialista, en sentido marxista. “¿De dónde proviene el fluir del canto mío, entonces?”, se pregunta. “No sé; tal vez de un amor exacerbado. Inclusive, tiene cierto formato religioso, aunque no tenga formación religiosa. Ni siquiera conozco las canciones de parroquia que cantan mis alumnos. Tengo el rito izquierdista, que es el no rito, instalado. Esto te deja ver que el amor es la energía más poderosa que existe.” Bien, el inmenso amor que fluye de las 14 canciones que pueblan el último disco –que presenta mañana en el ND Ateneo– la deja parada como una agnóstica en busca de una religiosidad distinta. Inédita. Solitaria. O, en otro sentido, astrológica. “El cielo, para mí, es como una especie de delirio místico pisciano. Calculo que deben ser materias energéticas con las que uno trabaja, sin darse cuenta.” Al amparo del cielo, ciertamente, se ubica en ese plano pendulante, que de a ratos sintoniza con su educación (“La realidad supera / cualquier invocación”) y de a ratos con esa búsqueda, como fluye de la fina ironía que epiloga “Margaritas a los chanchos” (“A dios lo que es de dios / y margaritas a los chanchos”). “Pienso que, aun llegando a una situación de desamparo total, siempre es posible el retorno a la vida”, define.
–¿Como vuelta al asombro o como nostalgia resignificada?
–Tal vez como regreso a algo que me trasciende, que no es necesidad de expresión de tal cosa, sino algo que emerge de una realidad colectiva. Las canciones del disco van contando un poco eso.
–Entre las pocas versiones figura “El viento trae una copla”. ¿A qué se debe la elección de ese tema?
–Me encanta Bersuit. Pero la incluí porque escuché durante semanas La Argentinidad al palo, un disco que marca un cruce generacional muy fuerte. La tocábamos en charango con mi sobrino Luciano –hijo de Lito–, y decidí incluirla. El disco iba a terminar en “Al final”, pero era muy triste y mi hijo –Juan Belvis–, que no es nada complaciente, me dijo: “Quiero que pongas un tema que me dé ganas de poner el disco otra vez”. Y ganó. La grabamos en un solo día y significa la bajada al hoy. También como homenaje a la canción, porque hay un montón de canciones de Bersuit que van a quedar en el inconsciente colectivo.
–También hay una versión de “Corazón de luz y sombra”. ¿Siempre tiene que haber un tema de Fandermole?
–Sí, Fander es un clavado. Cada vez que la canto me pasa lo mismo que con ese cuadro que mirás mil veces y siempre le encontrás algo nuevo. Otro que va a ser así es Juan Quintero. Aca Seca, su grupo, me iluminó el año. Qué lindo eso de tocar las notas de a una, y no todas juntas.
El recorrido estético de Vitale –de 47 años– comenzó allá por 1975, con MIA. Después formó dúos con Alberto Muñoz y con Verónica Condomí. Todo durante la dictadura militar. “Era increíble que 25 personas durmiéramos en una casa, cuando si se juntaban más de cuatro era subversión.” Disuelta la agrupación, y ya en democracia, la cantante arrancó como solista con el bienvenido Mamá, dejá que entren por la ventana los siete mares y se convirtió en una particularísima portavoz de Jaime Roos y Silvio Rodríguez en Canta Liliana Vitale. Luego emigró a Córdoba cuatro años. “Fue un viaje reparador. Viví en Villa Rivera Indarte, un barrio flash de dos o tres casas por manzana. Me di una sobredosis de aire puro que me sirvió para hacer un aprendizaje acelerado de canto popular, a base de participación en peñas.” La cantante y pianista ubica allí el germen de los dos discos que editó a mediados de los ’90, Mujer y argentina y El beneficio de la duda. “Mujer y argentina significó un encuentro artístico con mi hermano. Igual –aclara– no hay dependencia artística entre nosotros. Nos negamos a la onda familia Ingalls, de chicos, y a Pimpinela de más grandes. Cada uno curte su rollo.”
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