MUSICA › OPINION
› Por Diego Fischerman
En 1968, John Lennon cantó: “Si quieren destruir todo, no cuenten conmigo”. El tema era “Revolution”. Y en 1968, John Lennon cantó: “Si quieren destruir todo no, sí, cuenten conmigo”, en una versión levemente diferente llamada “Revolution Nº 1”. El “sí” no reemplazaba al “no”. Simplemente se le superponía. Creaba una zona de ambigüedad. 1968 era, claro, el año del Mayo Francés. Y también el del Album Blanco de los Beatles y Beggar’s Banquet de los Stones. Y Axis. Bold as Love de Jimi Hendrix y A Saucerful of Secrets de Pink Floyd; de la Sinfonia de Luciano Berio, donde los Swingle Singers se superponían con la cita de un movimiento sinfónico de Mahler completo, y de Files de Kilimanjaro de Miles Davis, en que hacían su irrupción el piano y el bajo eléctrico. Era, también, el año de La traición de Rita Hayworth, de Manuel Puig, y de Juguemos en el mundo, de María Elena Walsh. Si hubo un año moderno fue 1968. En ese contexto, Piazzolla y Ferrer compusieron y estrenaron María de Buenos Aires. La intención –o por lo menos una de ellas– fue lograr un espectáculo que pudiera tener continuidad en un teatro. Eran épocas, en Buenos Aires, de artistas que estaban todos los fines de semana –y a veces todos los días– en un mismo boliche y el fracaso económico en la Sala Planeta podría, tal vez, haber sido otra cosa si en lugar de tres meses se hubiera planteado un formato más acorde. Las críticas, además, fueron, en general, despiadadas. Salvo las revistas como Gente, que habló de “boom en la música argentina”, la inteliguentsia se ensañó con el texto. El título de la crítica publicada por la influyente Primera Plana lo decía casi todo: “La verborragia no prevalecerá”. El artículo hablaba de “simbología estrafalaria” y de “elementos del lunfardo auténticos e inventados, psicoanálisis, saldos y retazos de la liturgia cristiana”. A fines de ese año, Almendra grabó “Hoy todo el hielo en la ciudad”. La ciudad de la que hablaban, ellos y Ferrer –y también María Elena Walsh en “Los ejecutivos”– era la misma. Y, sin embargo, hablaban de ella en distintos idiomas. Un año después, “Balada para un loco” perdía en un festival de la canción a causa del voto desfavorable del público y, al mismo tiempo, vendía 200.000 discos en apenas unos días. Piazzolla, que seguía pregonando la vanguardia, lograba su primer éxito popular. Los piazzolianos de la primera hora pensaban que lo mejor del maestro ya había pasado. Y la “Balada” (“loco él y loca yo”) seguía su crescendo enloquecido.
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