Dom 19.11.2006
espectaculos

MUSICA › MADNESS Y BLACK EYED PEAS EN LA APERTURA DEL PERSONAL FEST

La noche de las dos adolescencias

Frente a 32 mil personas, los grupos dejaron impresiones muy diferentes: los veteranos ska estuvieron a la altura de su leyenda, los raperos sonaron mal y apelaron a la demagogia.

› Por Mariano Blejman

Dos curiosas maneras de interpretar la adolescencia se juntaron en el Club Ciudad de Buenos Aires, el nuevo centro-shopping de la escena rock local. Una, la de Madness, esa cosa de rude boys que ha, hecho del ska una postura sobre el escenario, que el viernes tuvo 32 mil espectadores, que están como duros pero no están posando, que tocan todos esos ritmos ya escuchados –los que decenas de bandas argentinas interpretaron alguna vez–, y que representan todo aquello que era rudo y duro a comienzos de los ’80, y que llegó aquí más bien a fines de la década y fue una influencia indiscutible, junto a los Specials. La adolescencia de una trecena de hombres impolutos en escena, que lideraron lo que se conoció como ska revival en esa época –Graham “Suggs” McPherson tenía sólo 17 años cuando saltó a la fama como líder de Madness–, pero son parte de la historia presente. La otra, la de Black Eyed Peas, la banda hypeada del momento cuya única estrella parece haber nacido dentro del ondulado cuerpo de Fergie, la ¿líder? del cuarteto de raperos que atestó el campo con jóvenes deseosas de ser como ella, y de algún que otro joven deseoso de estar con ella.

Una adolescencia, la de Madness, amparada en cánones que hoy parecieran en retirada: nada de sound system ni bases electrónicas, nada de rapeos sobre DJ’s. Músicos sobre el escenario con polenta envidiable, una postura que parecía salida de la película X-men (o al revés) o de CQC (o al revés), con toda la carne en el asador para la banda que supo dar los conciertos más duros del pospunk del Camden Town, donde todo terminaba siempre bastante mal. La otra, bien presente, sobre la base de ritmos hip hop, dos negros y un chicano, apuntando todas las fichas a las curvas de la ¿rubia?, rogándole al cielo que alguien mejore su sonido, que les devuelva la fuerza de hit que traen Elephunk y Monkey Business, sus discos de estudio, y apuntalando su discurso pacifista anti Bush como para darle un poco de ese aura social que toda banda pop necesita en tiempos de guerra para despertar pasión en el espíritu adolescente. Lo suyo no tuvo mucha razón de ser: un combinado de demagogias efectistas, para un público dispuesto a concederles eso. Una banda “de radio” que nadie recordará en un lustro, que gritó “Aryentina” cada vez que pudo, que sonó mal y no estuvo a la altura de sus promocionados discos. Lo que sí tuvo fue una potente respuesta del público adolescente, cuyos presuntos padres les dieron lugar una vez que terminó Madness.

Lo de Madness fue un encuentro con el pasado, es cierto, con la adolescencia de los cuarentones que no pararon de bailar mientras duró el set que incluyó “Baggy Trousers”, “House of Fun”, “It Must Be Love”, “Madness”, “Night Boat to Cairo” o “Pig Bag”, para el cierre, hasta que se fueron hacia atrás en busca de una hamburguesa; los que –con no mucha imaginación– pensaron que “Suggs” no era otro que un Luca Prodan lookeado, un tipo divertido y capaz de cualquier cosa sobre y bajo el escenario al frente de un grupo de muchachos enloquecidos, capaces de demostrar que no es necesario usar pelo largo ni vestir como rockero para ser rockero, y que uno querría invitar a comer un asado. A Black Eyed Peas uno querría invitarlos a otra cosa. También a The Rasmus, que en un escenario secundario avisaron –ante un público femenino jovencísimo de estricto negro delineado, y mucho candor– que se quedarían unos días en Buenos Aires (“cuando normalmente nos vamos al otro día”, dijeron los de la banda finlandesa, con claras intenciones de llevarse alguna de las chicas del público). Pero sus padres estaban allí, y no las dejarían. Incluso bailaron con ellas los ritmos brasileños del divertidísimo Carlinhos Brown, cuya puesta en escena parecía la danza de una agrupación africana reconvertida en épocas de floreciente turismo.

Más temprano, en el resto de las carpas, Imperfectos y Dante dieron rápido paso al show de Arbol, el primero sin Eduardo Schmidt. Ellos, junto a Estelares y Lisandro Aristimuño, fueron una buena selección para la primera y familiera jornada festivalera, y junto a No Lo Soporto, Rosal o Azafata pueden ser la esperanza de un recambio nacional, aunque por lo pronto el lugar que viene ocupando el rock argentino en las últimas tres semanas no ha sido otro que el de banda soporte para grandes marcas de tecnología, bebidas y ropa a precio internacional.

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