Dom 24.12.2006
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MUSICA › STING, RENDIDO ANTE EL SONIDO DEL LAUD

“Hoy el rock se ha vuelto completamente conservador”

El músico británico habla del camino que atravesó hasta llegar a Songs from the labyrinth, su último disco. Una oportunidad para conocer a un Sting introspectivo, que elogia el silencio y llama a la “autorreflexión”.

› Por Jesús Ruiz Mantilla *

La estrella del rock cayó rendida ante el sonido del laúd y la música de John Dowland, trovador en la corte de Isabel I de Inglaterra. El resultado fue Songs from the labyrinth, el disco más intimista de un Sting renovado y totalmente espiritual. Lo que da auténtico morbo es pensar en la cara que pusieron los ejecutivos de la discográfica multinacional cuando les fue con la idea.

–Quiero grabar un disco con canciones de John Dowland –dijo Sting.

–Muy bien –contestaron ellos con sonrisa de póquer–. ¿Quién es John Dowland?

–Un cantante y compositor del siglo XVI que para mí es la primera estrella del rock de la que tenemos noticia.

Silencio sepulcral. Un silencio que por otra parte viene muy bien para escuchar este nuevo disco de Sting, que es su homenaje a un autor tan marciano para los amantes del rock y el pop como lo pueden ser los Sex Pistols en un convento de clausura. Los ejecutivos de Universal, cuando recapacitaron, vieron que la cosa no era tan grave y rápidamente sacaron jugo a las ventajas de trabajar en una multinacional: desviaron el producto a su sello Deutsche Grammophon, especializado en música clásica.

–Con este trabajo de las canciones de John Dowland, ¿siente que ha realizado el ambicioso viaje desde el estrellato pop hasta los caminos tortuosos de la música más pura?

–Siempre me he sentido un músico, ésa ha sido mi ambición. Y para eso nunca me he puesto techos ni fronteras. Tengo limitaciones, desde luego; no me siento capaz de interpretar a Rachmaninov al piano, no puedo cantar Tosca, pero hay cosas que hago bien. Afino, tengo un sentido rítmico... El caso es que yo elijo mis batallas, y este proyecto es un trabajo de amor, lleno de curiosidad, inspirado por el maestro Karamazov, al que considero el Jimi Hendrix del laúd.

–Pero ustedes se conocieron de manera muy curiosa. Fue una auténtica cura de humildad para una estrella del rock. Lo invitó a tocar en su fiesta de cumpleaños, y él le contestó que no eran monos de feria, o algo parecido.

–Y tenía razón. Fue así totalmente.

–La sombra de John Dowland lo ha venido persiguiendo hace años. ¿Cómo tuvo noticia de él?

–Todavía no recuerdo bien cómo. El actor John Bird y luego Katia Labèque, con años de diferencia, me lo sugirieron. “Deberías cantar a Dowland”, me dijeron. Yo me sentía alejadísimo de ese mundo. Pero cuando Dominic Millar me regaló el laúd y conocí a Edin, hablamos de Dowland, y le conté que me había estado persiguiendo durante un tiempo. Le sugerí que pasáramos un fin de semana juntos y que probáramos algunas canciones. A partir de esa experiencia me sumergí durante un año en esta música y aprendí a tocar el laúd. Me identifiqué con todo ese mundo; me realicé con ese período, su sofisticación, que no es nada primitiva. Dowland era contemporáneo de Shakespeare y John Donne, y su complejidad me resultó toda una revelación.

–Incluso aprendió a cantar en dicho estilo en la Schola Cantorum Basiliensis, todo un referente de la música antigua.

–Respeto todo lo que se hace y se ha hecho, pero yo no puedo ir por esa senda. Puedo cantar a mi estilo respetando siempre lo que está escrito en el papel, incluso fraseando como yo siento el significado de cada canción; más como lo hacen los cantantes de jazz, que no necesariamente está mal. Interpretando todo en su sitio, sin gritar, la gente lo puede escuchar y juzgar por sí misma. No sabemos realmente cómo la gente cantaba entonces. Sencillamente creo que hemos tenido la oportunidad de hacer algo único, respetuoso y a mi estilo, porque al fin y al cabo suena como algo mío.

Pero esto es toda una provocación. No a la manera pop, artificialmente, como, por ejemplo, ahora Madonna, con toda esa historia de los ortodoxos que se ha montado como una estrategia para penetrar en los países del este europeo; hablo de la provocación puramente artística. Un músico pop cantando a un compositor del siglo XVI, porque sí. Yo creo que el rock se ha vuelto completamente conservador. Para mí, la música revolucionaria realmente es la de Stravinski. Y es cierto que este nuevo camino en mi carrera no parece lógico, es sencillamente algo instintivo. La razón que me ha llevado a ello es que lo amo y que me produce curiosidad. Para mí es un alivio adentrarme en la música de otros y olvidarme de la mía. ¡Hace un año que no escribo una canción! Lo que espero es que cuando me ponga a componer, algo de toda esta experiencia acabe aflorando. Una sabiduría, una aportación, no sé, no puedo garantizar ni siquiera eso.

–¿Siente que conquistó algo más trascendente a través de esta música?

–Toda la música es espiritual. Para mí, ésta me hace reflexionar interiormente y eso me conduce a una mayor melancolía, aunque dicha palabra no equivalga a una depresión, que es algo ya que merece tratamiento médico. La melancolía es útil para todos y la reflexión interior, más, sobre todo para nuestros políticos. Les vendría bien pensar un poco más de lo que lo hacen.

–¿Y el público? ¿Su público? ¿Qué ha dicho?

–Mi público proviene de sensibilidades muy diferentes. Hasta ahora me han animado y también me he sentido muy protegido. Por ahora se van confirmando las expectativas. Mire, no hemos hecho trampa. Hemos trabajado con lo que hay sobre el papel.

–¿Dónde queda The Police hoy?

–Hace veinte años que no existimos. Conseguimos todo lo que nos habíamos propuesto y me enorgullezco por eso. Sigo en contacto con mis compañeros, pero no volvería a dar un paso atrás uniéndonos de nuevo. Me resisto.

–¿Pero dónde cree que ha quedado su grupo en la historia del pop?

–No es algo que me quite el sueño. No soy el más indicado para ver eso. Me complace esa parte de mi vida. Si escucho la música que hacíamos en algún sitio, por accidente, creo que no está mal hoy, que lo hacíamos bien, éramos buenos, pero nada más.

–Parece que ahora prefiere la vida campestre, pero más como un terrateniente que como un campesino, a juzgar por este pedazo de terreno que vemos.

–Estoy feliz aquí, que nadie se ofenda. Me gusta viajar. Tengo dos casas preciosas, una aquí, otra en Inglaterra; el resto lo paso en habitaciones de hotel. He trabajado duro para esto. Me suscribo a la idea platónica de encontrar un lugar y hacerlo más hermoso de lo que es para que alguien pueda heredarlo y continuar la labor. También invierto dinero en la conservación del medio ambiente.

–Aunque este pasado verano tuvo sus problemas con grupos ecologistas que se oponían a que usted tocara en un parque natural de la sierra de Gredos. ¿Qué pasó?

–El gobierno regional quería que tocáramos en ese parque, los ecologistas se oponían porque iba a ir mucha gente. Movimos el lugar 275 metros, a las puertas del parque, y todo el mundo quedó contento.

–Su relación con el laúd está siendo todo un romance. ¿Qué ha encontrado en ese instrumento?

–Practico todos los días. Me encanta sentirme un estudiante, me anima.

–¿Un guitarrista, o un bajista, necesita algunas habilidades especiales para enfrentarse a un laúd?

–Al haber tocado guitarra clásica, estaba más o menos entrenado. Pero al enfrentarte a 13 cuerdas encuentras muchas dificultades; la posición de las manos, la afinación..., es todo más amplio, no sólo físicamente, también en los sonidos, los colores.

–¿Pero es más una afición o una obsesión?

–No es trabajo, es un placer. Eso es lo bueno de mi profesión, disfruto con lo que hago. Preparamos actuaciones en Nueva York, Londres, Berlín. Vamos a ver cómo funciona, y si gusta lo ampliaremos. Pero siempre en lugares pequeños, esta música necesita intimidad.

“Silencio es lo que requiere esta música”, tercia Edin Karamazov. “No podemos ir a lugares donde la gente se ponga a beber cerveza.” Y agrega Sting: “El silencio es un concepto interesantísimo para mí. Tengo la teoría de que la música auténtica es el silencio. Lo bueno de Dowland es que creo que entendía lo que era la economía de recursos creativos. La primera nota de la Quinta Sinfonía de Beethoven surge del silencio. Edin y yo hemos hablado de que durante los recitales que hagamos no nos gustaría que las canciones se interrumpieran con aplausos. Queremos buscar un ambiente en el que predomine el silencio hasta el final. Cuando estamos atrapados por la locura y el miedo en el mundo presente, hay algo dentro de esta música muy poderoso, y es el mensaje de la autorreflexión.”

–Así que con John Dowland le manda usted un mensaje a Tony Blair...

–Necesita algo así, y también su amigo George.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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