Dom 11.02.2007
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MUSICA › LAS PELOTAS PUSO UN BROCHE DE ORO A LA PRIMERA NOCHE

Cosquín Rock, la pasión federal

A pesar de los contratiempos ocasionados por la lluvia, la ecléctica fecha inicial –reggae, rock, metal– conformó a todos.

¿Cómo puede ser que a las 4.20 de la mañana haya 15 mil personas saltando y cantando frente al escenario principal de Cosquín Rock? ¿Será que no existe el cansancio de casi doce horas de festival a pleno? ¿O será simplemente que Las Pelotas está terminando un show notable, en el que alternó algunos temas flamantes con su cantera de clásicos y un par de joyas de Sumo? La respuesta está, obviamente, en la segunda de las opciones: Germán Daffunchio, el Bocha Sokol y compañía entregaron lo mejor de una fecha de apertura en la que la armonía reinó pese a la diversidad. El paisaje de la comuna de San Roque, donde está el predio en el que se realiza el festival, ayuda a que los espíritus se relajen y a que cada uno pueda disfrutar de lo que fue a ver sin impaciencias agudas: un cerro de fondo, allí donde termina el vallado y donde se asienta el escenario “temático”, la vista del lago San Roque y la ciudad de Carlos Paz detrás del tablado principal, el sol que luchó y perdió con la cortina gris... La atmósfera del primer día fue de respeto y tolerancia entre más de 20 mil personas, incluso cuando en uno de los escenarios el público tuviera el arco iris típico del reggae y en el otro primara el uniforme negro del metal.

Desde la primera edición en 2001, Cosquín Rock se ha convertido en la cita anual del rock en el interior. Y si a sus organizadores les gusta decir que es “el más federal de los festivales”, algo de razón les cabe: con el predio ubicado a unos pocos metros del centro geográfico del país, a los chicos, especialmente del norte, se les hace más fácil llegar y establecerse. Nada del ATP ni la ley seca que se hizo costumbre en los festivales porteños: en San Roque y los alrededores arden los campings improvisados por los lugareños, y el fernet con cola y la cerveza que se venden dentro del predio son bálsamo para las gargantas maltrechas de tanto gritar por la banda favorita. “Camping Rock - 15 pesos”, se lee al costado de la ruta. Otros eligen nombres más específicos y militantes: “Legalícenla” o “El Che Rock”. Y si del Cosquín folklórico siempre se habla de la vida paralela de las peñas, en el rockero hay que mencionar a las banditas que agitaron la noche previa al inicio del festival, como para que la gente calmara su ansiedad de rock. Porque aquí todo el mundo quiere rock, de eso no hay dudas.

La lluvia torrencial de la mañana del viernes puso en jaque a una parte del festival: cedió el piso que sostenía el escenario temático y eso causó demoras en el inicio de los shows, además de serios problemas con el sonido durante buena parte de la jornada. D-Mente, la nueva banda del ex ANIMAL Andrés Giménez, debutó en vivo con condiciones realmente adversas, porque cuando atacaba a puro rock and roll duro, el sonido se “rompía”. Algo similar le pasó a Horcas, pero las dos bandas siguieron adelante. La cosa mejoró sensiblemente cuando Almafuerte cerró la noche en el temático (¿hace falta aclarar que la “temática” era el heavy?): la mitad del público vio al cuarteto liderado por Ricardo Iorio, mientras en el principal La 25 ofrecía su pobre y desajustada regurgitación del rock stone. Esta vez Iorio estuvo contenido: apenas le “pegó” elípticamente a “Peluquita” (por Adrián Barilari, cantante de Rata Blanca y protagonista de comerciales sobre recuperación capilar). El líder de Almafuerte anunció que le habían pedido “paz, loco” y que pensaba hacerse eco. “Somos todos amigos... Si no, ya saben que mando a todo el mundo a la concha de su madre”, ¿reflexionó?

La programación del escenario principal fue ecléctica hasta el asombro: por allí pasaron el rock duro de Rata Blanca, Carajo y los tucumanos Karma Sudaca; el rocanrol de Mancha de Rolando y La 25; el reggae de Los Cafres, los brasileños Natiruts y el jamaiquino Andrew Tosh. El hijo del legendario Peter Tosh volvió a hacer de las suyas: si para un festival porteño no había aparecido, esta vez llegó tarde porque cambió los pasajes sin avisarle a nadie y, con la demora que ya traía el festival, apenas tocó cinco temas. Su breve set no fue demasiado destacable y sólo levantó a la gente cuando preguntó si estaba lista para legalizar la marihuana. Cerró con “Legalize it” y la versión que hacía su padre de “Johnny B. Goode”. Aunque después de su set estaba programado el show de la Mancha, el clima reggae continuó con Los Cafres, que hicieron lo suyo con profesionalismo, aunque sin brillar especialmente. Cuando finalmente apareció el cuarteto de Avellaneda hubo agite y aparecieron las banderas. Mancha de Rolando ya tiene un interesante bagaje de hits y los hace valer en vivo, pero el cantante Manuel Quieto debería empezar a limitar sus discursos entre canciones, porque está caminando sobre la cuerda floja de la demagogia rockera.

Rata Blanca hizo lo que mejor le sale: temas épicos, larguísimos y pirotécnicos solos de guitarra de Walter Giardino, una escena trabajada y compacta, aunque siempre en el límite de convertirse en unos Spinal Tap locales (a costa de la seriedad con la que se toman su labor). Los “lentos” de Rata hacían bailar a las promotoras en el VIP (al que se puede acceder comprando una entrada especial), que no prestaban tanta atención cuando el grupo iba al arcón para recuperar “Chico callejero”. Después del set de La 25, Las Pelotas cerraron frente a una multitud, mientras al costado se veía el peregrinar hacia la salida de los chicos de remera negra: había terminado Almafuerte. El show pelotero comenzó con “Basta”, la canción que da nombre a su próximo disco, y tuvo momentos muy altos en los clásicos “Shine”, “Tucán”, “Uva uva”, “Será” y “Corderos en la noche”. Además presentaron otros tres temas nuevos: “Como un buey” (corte del álbum), el oscuro “Perdida” (bien pospunk, que Daffunchio cantó sentado) y otro del que no anunciaron el título, pero con un ganchero estribillo que dice “Siento, luego existo”. Cerca del final sonaron dos temazos de Sumo, “De be de” y “El ojo blindado”, como para dejar contentos hasta a los que apenas podían levantar los brazos, tan cansados como llenos de rock.

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