MUSICA › FESTIVAL DE VILLA MARIA
Fito Páez y Jorge Rojas convocaron a una multitud, en un encuentro súper ecléctico.
› Por Karina Micheletto
Desde Villa María
En tiempos de 3 a 1, la generosidad de la patria sojera habilita cultivos varios. Y en esta ciudad del sur de Córdoba publicitada como “la más linda y progresista de la provincia”, orgulloso centro geográfico del país, no sólo se vive con intensidad la transformación del boom sojero que bendijo a toda esta zona: lo que se cultiva con forma de música es una mezcla extrañísima que regala postales impensadas. ¿Quién imaginaría a Fito Páez abrazado a Soledad, después de haber sido ovacionado por fans de Jorge Rojas, en el mismo escenario por el que después pasarán los folklorísimos Tucu Tucu, los tropicalísimos Wawancó y Rubén Rada cerrando a las cuatro y media de la mañana? ¿Audacia rupturista de los programadores? De esto se trata el Festival de Peñas de Villa María, que cumple su 40 edición haciendo de eso que llaman “eclecticismo” una marca de identidad.
Anunciado como “el Viña del Mar argentino”, el festival transcurre en un importante anfiteatro con capacidad para once mil personas (más que la famosa plaza Próspero Molina de Cosquín), con un río como amable paisaje de fondo y un despliegue técnico-escénico que también supera al del resto de los festivales. Por aquí ya pasaron en tres noches grupos como Los Nocheros, Jorge Rojas y el Chaqueño Palavecino, entre los más convocantes del género, y Soledad ofició de presentadora, estrenando rol con la audacia de los jóvenes. Pero hace rato que el festival de peñas dejó de tratarse de un encuentro folklórico generado por las peñas de todo el país que se reunían en un punto de tránsito camionero en épocas de cosecha. Junto a estos popes del folklore, y mezclados en las mismas noches, hoy también están programados Cacho Castaña, Jairo, Los Wawancó, Piñón Fijo, el argentino miamense Raúl Di Blasio o el bala perdida José Vélez, todo un fenómeno de revival ochentoso. Y todos –y ésta es la sorpresa mayor para el visitante primerizo– son vivados, aplaudidos y bailados por igual (aunque con diferente intensidad, y eso ya queda en manos de la capacidad de los artistas), por un público respetuoso y dispuesto a todo.
Y en esa mezcla musical que a priori genera curiosidad –o incertidumbre– con la programación en mano, también se producen sobre el escenario encuentros imposibles en cualquier otro contexto. Como el de Cacho Castaña, con todo el halo canchero de tanguero porteño reventado que supo construir, cantando “Que nadie sepa mi sufrir” a dúo con Soledad, que como ahora oficia de presentadora ya no luce bombachas de gaucho ni poncho al viento, sino un sensual vestido de noche con la espalda descubierta. O el de Fito Páez –que hizo bailar con su repaso de éxitos a las hordas de chicas con sombrerito de Jorge Rojas– abrazado a la Sole, haciéndole decir públicamente a la chica de Arequito que él fue el primer revoleador de trapos de este país.
La misma noche también reunirá a los Tucu Tucu, la Sole y la ascendente estrella folk Jorge Rojas en una versión de “Luna tucumana”. Acto seguido, y con un set de chistes del Gato Peters de por medio, grandes y chicos se largarán a bailar los enganchados de Los Wawancó, haciendo trencito en los pasillos al ritmo de “La pollera colorá”. Y pasadas las tres y media de la mañana, la misma gente esperará a Rubén Rada, que –aun malhumorado por el retraso, los problemas de sonido y porque Jorge Rojas y su troupe habían ocupado todos los camarines– los seguirá haciendo bailar con su música. Por si fuera poco, entre número y número se lucirá una orquesta estable de 32 músicos, férrea desde un foso, con arreglos entre cinematográficos y sinfónicos.
Todo puede parecer muy extraño cuando lo habitual son los festivales temáticos explotados en esta provincia: el folklore se reúne en enero en Cosquín, el rock explotó por estos días en la comuna de San Roque (ver nota aparte). Pero, al fin y al cabo, son pocos los que escuchan en sus casas solamente rock, o solamente folklore, o solamente recuerdan épocas pasadas con música añejada. Y, a juzgar por la forma en que unas diez mil personas por noche llenan este anfiteatro, pagando entre 90 y 20 pesos de entrada, parece que la fórmula funciona.
Para completar la propuesta, alrededor del anfiteatro se levantan unas ocho peñas, que además de la variedad gastronómica que ataca los estómagos (locro, humita en chala, cabrito y asado se complementan en dosis generosas con vasos extra large de fernet con coca, ese invento cordobés de exportación) traen más música no sólo variada, también superpuesta, por la cercanía de las peñas. La mayoría ofrece folklore, pero la más concurrida, por lejos, es la cuartetera. Algo de la lógica de género comenzará a ponerse en práctica esta noche, con una programación más pensada para los jóvenes. Actuarán Divididos (después de haberle dicho que no al Cosquín Rock, marcado por la presencia de Callejeros), León Gieco, Los Tipitos, Javier Calamaro y los locales Mr. Mojo (cuyo armoniquista fue calificado por Gieco como “el mejor del mundo”), con la conducción de Roberto Pettinato, que prometió traer el saxo y sumarse a la banda de Mollo. Mañana será la noche cuartetera, con La Barra, Tru La La, Los Palmeras y Banda XXI. Nuestra Viña del Mar criolla tiene música para rato.
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