MUSICA › LA “MILONGA AL AIRE LIBRE” TERMINO HACIENDOSE BAJO TECHO
El mal tiempo obligó a mudar el encuentro bailable a la Rural. Participaron tres orquestas, bien distintas entre sí, y dos Dj que mantuvieron un buen clima tanguero hasta entrada la madrugada.
› Por Cristian Vitale
Las nubes amenazantes de todo el día y la lluvia, que al fin cayó hacia las siete de la tarde, hicieron peligrar la milonga más grande del mundo. Estaba pactada para las nueve del sábado, en Maipú y Diagonal Norte, pero una causa mayor apuró una rápida definición: reprogramarla o suspenderla. Primó la segunda opción y esta vez, a diferencia de otros años, el bailongo no sería al aire libre sino bajo techo, en la sede principal del IX Festival Buenos Aires Tango. El corrimiento, espontáneo, un tanto inesperado, explica la mediana cantidad de gente que asistió al amplísimo galpón tanguero de la Rural. Dos gradas semicubiertas y un piso, como el de los viejos clubes de barrio, con mucho espacio para bailar, fueron el marco de la noche más esperada. El resto transcurrió como estaba previsto: tres orquestas, bien distintas entre sí, y dos dj que, entrada la madrugada, transformaron el predio en una exótica rave cincuentista, fueron el pre-epílogo de un festival que daba las hurras ayer –mientras cerraba esta edición– con la Típica de Rodolfo Mederos.
Valió la pena correrse. No sólo porque el Sexteto Mayor daría un concierto completísimo y en absoluta sintonía con la demanda multigeneracional, sino porque, temprano, los “niños” de la Orquesta Cerda Negra ofrecerían, tal vez, el mejor recital del festival. Look informal, casi rocker –excepto su pianista y director de ¡18 años!: Agustín Guerrero– más una estética, atildada y violenta por momentos, transformaron en acto aquello que muchas veces se declama en potencia: el tango no está muerto. El set está hecho de “mixes”. Suenan tangos viejos, pero sutilmente arreglados, junto a composiciones propias, modernizantes. Se escuchan melodías dispuestas para el baile –que el público sabe aprovechar– junto a piezas destinadas a la quietud y el oído profundo. La oferta de Cerda Negra explota en completud y riesgo. A “El silencio del pueblo”, un bello tema propio, le suceden una fina versión de “Desde el alma” y otra rítmica de “La Trampera”, aquella vieja milonga de Aníbal Troilo. A “Danzarín”, de Julián Plaza, una imponente ejecución de “Desolación”, que hace renacer una antigua polémica. “No me vas a decir que esto es tango”, comenta un milonguero viejo a su pareja. Y ocurre una minidiscusión de la que, por suerte, el gran resto no se hace cargo. Mucho menos estos pibes diez del tango, que subyugan y despistan. “El Flaco”, otra composición propia, no se baila. Por fuerza, misterio y desconsuelo –inspirada en la muerte de un amigo–, fue concebida para la introspección y la catarsis. Igual que “La bronca del pueblo”, escrita durante la asonada popular del 2001, pieza provista de melodías sentidas y final apocalíptico. ¿Estará pariendo el tango heavy? El mix prosigue con “La Yumba” –bien de agite–, dos visitas heterodoxas, aunque respetuosas, al maestro Alberto Ginastera –“La danza de la moza donosa” y “Malambo”–, un homenaje a Horacio Salgán –el más grande pianista de los sobrevivientes, según el director– con “A fuego lento”, y un final liberador de la mano de “Libertango”. Cerda Negra prueba que las divisiones inferiores del tango garantizan su futuro.
Once de la noche. Contraste. Entre ochos y barridas colectivas, una orquesta sobria, promedio setenta, introduce a la Rural en el túnel del tiempo. Un ensueño parece ubicar a esta Buenos Aires 2007 en el auge del tango salón: década del ’40. La orquesta se llama Sans Souci y no le pidan futuro. Sus tangos, cantados o no, remiten al aura de Miguel Caló y el repertorio se ajusta estrictamente a los cánones de la época. Hasta el Chino Laborde deja los hábitos cuasi rockeros de la Fernández Fierro, y se introduce en el rol del frontman figurín. Ambo marrón, moñito negro, gomina gardeliana y voz grave –casi sin giros– para versiones añejísimas de “Gime el viento” y “Que me importa que te llore”. Pero es la parte instrumental la que incita a volver a las pistas. Es el momento en que los más longevos –que los hay y muchos– desesperan por conseguir una doncella que elimine su ansiedad de bailar. “La maleva” –un lado B de Buglione y Pardo–, “Inspiración” y “La cumparsita” hacen desastres. Son más los que bailan que los que escuchan.
El recital del Sexteto Mayor tiene un plus emotivo y fuertemente nostálgico. El 8 de febrero un cáncer acabó con la vida de un histórico, Oscar Palermo, y su evocación fue recurrente. El pianista, que había ingresado en la orquesta fundada por José Libertella y Luis Stazo, fue el alma que todos sintieron dentro para que el sexteto diera uno de los mejores recitales de los últimos tiempos. Con apariciones fugaces de Guillermo Galvé en voz –“Por una cabeza”, “La bicicleta blanca”– y un repertorio mayoritariamente instrumental, el sexteto hizo que tacos y mocasines le sacaran lustre al piso. De Salón o fantasía. Pegaditas o a distancia, las parejas pudieron disfrutar de un cierre a medida con un mapeo –bastante completo– de la historia del tango. Revivieron, en la noche, Alfredo Gobbi (“Orlando Goñi”), Rosita Melo, con una versión de “Desde el alma” bastante más romanticona que la de Cerda Negra, Astor Piazzolla (“Marrón y azul”), Julián Plaza (“Payadora”) y Juan de Dios Filiberto (“Quejas de bandoneón”), entre muchos otros.
Había pasado todo cuando el tango electrónico –a base de dj y programaciones– hizo su irrupción. Pero ésa ya fue otra historia.
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