Sáb 06.08.2005
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MUSICA › ENTREVISTA A VICENTE AMIGO

“Al flamenco hay que conocerlo bien”

El guitarrista, que acaba de editar su disco Un momento en el sonido, apunta a la abundancia de oportunistas del género.

› Por Karina Micheletto

De un tiempo a esta parte, cierta moda gitana –quizás acrecentada de refilón por el éxito mundial del Lágrimas negras de Diego El Cigala y Bebo Valdés– parece impulsar todo lo que suene a flamenco a nivel global, volviéndolo world music en las bateas fuera de las fronteras de España. Para Vicente Amigo, uno de los intérpretes más reconocidos del flamenco actual (no sólo por sus composiciones y por su virtuosismo en la guitarra, también por su trabajo como productor de otros músicos flamencos en expansión), los límites están claros: no todo lo que lleva esa etiqueta es flamenco. Algo que, admite, puede sonar contradictorio si se escucha su nuevo disco, Un momento en el sonido, que presentará en la Argentina en el próximo mes de octubre. Allí aborda palos (como se llama a los ritmos y formas del flamenco) como bulerías, soleá, farruca o taranta, pero no tiene problemas en vestirlos con ciertos aires árabes o de jazz, o en echar mano de instrumentos poco habituales para el género, como el bandoneón, la batería o cierta percusión. “En la música, la tradición se hace día a día”, dirá el guitarrista cordobés (de la Córdoba española, por supuesto) durante la entrevista telefónica con Página/12.
En su caso no hay herencias familiares que hayan pesado en su destino de músico flamenco. “Ocho hermanos, y el único que salió músico fui yo. Tendré que ponerme a averiguar si soy de la familia, vamos”, bromea el guitarrista. Fue Paco de Lucía el que lo “enganchó” en el flamenco, cuando él tenía tres años y lo vio por televisión: “Fue verlo y decir eso es lo que yo quiero”, recuerda el músico. “Recuerdo con mucho cariño aquel instante. Me encantaría que mis hijos tuvieran una afición tan grande desde muy pequeños.” De grande, los dos guitarristas terminaron íntimos amigos, “al punto que él bautizó a mi niño Marcos y yo a su hija, somos compadres, como se dice por aquí”.
–Lo primero que llama la atención es la inclusión de instrumentos poco habituales para el flamenco. Lo suyo no es un abordaje purista del género.
–Para lo que yo entiendo por pureza, sí, porque la pureza está en el argumento de lo que quieras contar. Para mí da lo mismo ponerle cualquier etiqueta, están de más. Aunque todo esto puede sonar un poco contradictorio, porque yo me considero un flamenco puro, y tampoco me gusta que se le llame flamenco a lo que no es, como se tiende en estos tiempos.
–¿Dónde estaría el límite?
–El flamenco es un lenguaje muy preciso, y una forma de sentir la vida a través de la música y la danza... Si hasta existen toreros que en su rodeo transmiten el lenguaje del flamenco. No te lo puedes sacar de la manga, no puedes decir “toco flamenco porque se me da la gana”: necesariamente hay que conocer y profundizar, como en cualquier lenguaje.
–¿Y hasta dónde se puede introducir cambios en ese lenguaje?
–En la música, la tradición se hace día a día, de lo contrario nos quedaríamos en la pura imitación de lo que han hecho los maestros. Yo como flamenco trato de asumir el compromiso con la época que me ha tocado vivir, no puedo hacer el flamenco que hacían los maestros, para mí es mucho más respetuoso comprometerme en dar un paso, aunque me equivoque, aunque meta la pata. Ocurre que dentro de un músico puede haber muchas parcelas, y en mi caso es así: hago temas muy puros –entendiendo la pureza como la ortodoxia de las formas– y otros donde hay música que a mí me nace, o que encuentro en ese camino de la búsqueda, y que no sé cómo llamarla pero es mi música, y ahí está. No he querido cerrarme las puertas a la imaginación porque venga del flamenco. Ojalá la vida le diera tiempo a uno para abordar todos los lenguajes y tocar todos los instrumentos. Qué bonito sería, ¿verdad? ¡Y tanto más baratito! (risas.)
–El sueño del productor... mejor no tire ideas.
–No hay cuidado: hace falta mucha vida para tocar un solo instrumento y un solo lenguaje bien.
–Usted colaboró en discos de músicos tan disímiles como Sting, Alejandro Sanz o Camarón. ¿Cómo es el trabajo de un sesionista, para alguien que, como usted, tiene un estilo solista definido?
–Las colaboraciones siempre fueron grandes retos para mí, pero cada día les temo más. Con el tiempo aprendí que, a excepción de algunos amigos como Alejandro, que siempre ha estado muy unido al flamenco desde pequeño, te llaman para pedirte que toques flamenco como un detalle exótico que quieren agregar a sus discos. Buscan un nombre más o menos conocido y “¡venga...! Toca esto, que suena rarito”. Los músicos que piden verdaderas colaboraciones son los que te permiten sentirte cómodo y dejar ahí tu granito de arena. No se trata de buscar protagonismo, simplemente de que tenga sentido la colaboración. Muchas colaboraciones no merecen la pena. Eso es algo que en el camino vas aprendiendo.
–¿Puede decir cuáles fueron, por ejemplo?
–¡Por supuesto que no! (risas.) Lo que sí puedo decir es la que más me ha gustado, y es la del tema de Alejandro Corazón partido. En esos quince segundos te tienes que pelear contigo mismo para dejar tu vida ahí, sintetizar y decir lo que eres. Cuando te dejan hacerlo, es un desafío muy bonito.
–¿Y cuando no lo dejan?
–Es lo mismo que nada, te llevan a un estudio y no te dejan poner más de dos notas, después ponen en la tapa del disco que van de flamencos. Pero no es algo que me preocupe, con todas las músicas de raíz fuerte pasa lo mismo: a los músicos de otras latitudes les llama mucho la atención porque les da ese punto de exótico, y lo quieren llevar a su lenguaje de alguna manera. Algunas veces está bonito. Muchas otras, totalmente de más.

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