MUSICA › ENTREVISTA AL “POLLO” RAFFO
El músico presenta hoy Guarda que viene el tren, un disco influido por Flores.
› Por Cristian Vitale
La excusa es un barrio. Una mística. Resulta que Juan “Pollo” Raffo editó un disco, lo llamó Guarda que viene el tren y lo ubicó espacialmente en la estación de Flores, casi al fondo de su casa. Incluso la introducción del primer track (“Dos malabaristas descalzos”) es el ruido, fortísimo, de los vagones pasando por ahí a las 8.26 de la mañana. Resulta que ese lugar es el mismo que dio vida y cobijo a los personajes inmortales de las Crónicas del ángel gris, el eterno libro de Alejandro Dolina. Y resulta que el nexo entre ambos no es sólo el detalle de la estación. Dolina –hombre difícil cuando se pone en crítico musical– prologó con gusto el disco y, con una palmaria definición, dijo todo lo que es: “Este disco se abstiene de todo chantaje. Sus virtudes son estrictamente musicales. El fervor y la poesía figuran aquí como cualidades que ayudan al artista a realizar su música, pero en ningún caso la sustituyen”. En rigor, a lo largo de nueve temas –ocho instrumentales y uno cantado por Juan Carlos Baglietto–, Raffo desarrolla un lenguaje versátil e inspirado. La matriz jazzera no impide que entre sus huecos se cuelen aires rioplatenses, sonidos contemporáneos o compases tangueros. Para colmo, el mismo hacedor de la mixtura embarra más la cancha: “Soy básicamente un músico de rock”, dice.
Tecladista, arreglador, director y compositor, Raffo presenta su hijo mimado hoy a las 21.30 en el Virasoro Bar (Guatemala 4328), junto a Martín Rur en vientos, Pablo Martín en bajo, Rodrigo Genni en batería y Beto Merino en percusión. “Hago música de Flores”, define Raffo. “Lo digo así porque es una especie de ironía o humor, que tiene que ver con mi barrio. Hay una suerte del componente romántico-tanguero, en gran parte fogoneado por el Angel Gris. Yo creo que Flores fluye en la música de manera desordenada... y el oficio es la manera de acomodar todo eso en un discurso.” Otra máxima eficaz de Dolina (“Me apresuro a adivinar que este disco correrá mejor suerte entre los que quieren oír que en la sorda cadena de la industria de la música”) tal vez amerite volver a presentarlo en público. Raffo es una especie de Orozco que tocó con todos –Vox Dei, Fito Páez, Baglietto, Scott Henderson, Jon Anderson, Los Piojos, Los Gardelitos, León Gieco, Soda Stereo, Ratones Paranoicos, etcétera–, pero también el creador de exquisitos grupos instrumentales del pasado: El Güevo y Monos con Navajas, entre ellos. Además, uno de los pocos argentinos graduado por partida doble en EE.UU.: summa cum laude en Jazz Composition en el Berklee College of Music y Master of Arts en composición en la Universidad de Nueva York. “La experiencia más fascinante fue haber tocado con Jon Anderson, cuando vino en 1999”, evoca. “Me llamaron para doblar unas cuerdas con sintetizadores y cuando oí la primer estrofa de ‘Long Distance Runaround’ salida de su boca, casi me muero ahí. Quedé congelado.”
–No sorprende. El primer grupo de su vida fue Trigémino, rock sinfónico de pura cepa. Lástima que no hayan dejado nada grabado...
–Siempre hay revancha. Hace unos años hicimos un concierto para los amigos y ahora surgió la posibilidad de grabar aquellos temas escritos entre los años ’76 y ’79. Están mejor tocados, por suerte, pero respetamos los arreglos de la época e incluso la instrumentación. Yo uso el mismo teclado. Hay mucho de factor emocional en esto. Recuerdo que Luis Valenti –mítico tecladista de El Reloj– me prestó por primera vez un Hammond y para mí era como si me hubieran puesto un cohete a Marte. ¡Era el que tocaba Keith Emerson, mi ídolo!
–¿A qué banda se parecían?
–La mezcla que nos salía era similar a Premiata Forneria Marconi. Creo que por una cuestión de sangre. Si mirás los apellidos de Trigémino (Pusineri, Minisalle, Garófalo, Raffo) te da sinfónico italiano (risas). Y PMF, aunque manejaba la instrumentación inglesa, las líneas melódicas tiraban más a Giacomo Puccini. Igual, las bandas por excelencia de la época eran Aquelarre e Invisible. Con Trigémino hacíamos esa música: material de origen popular, metido en estructuras enlazadas con pasajes instrumentales. El concepto lo mantengo hasta hoy, porque en Guarda que viene el tren lo que suena es folklore de Buenos Aires fusionado, como hacían los europeos en los setenta. Opa y Hermeto Pascual, con su Misa de esclavos, también son hitos que confluyen en mi disco.
–Se supone que el posgrado en Nueva York también “suena” en el disco. ¿En qué aspecto se nota?
–En la orquestación. Refiné la parte de elección de instrumentos y la combinación de los mismos. También, cierta cosa con lo atonal que trabajé allí.
–¿“Represa” lo hizo porque quería meter un tema cantado o porque quería que estuvieran Cantilo y Baglietto?
–Originalmente era una zamba instrumental, con primera, segunda y una sesión de solos improvisados en el medio. Pero al llegar a la segunda, siempre decía “no quiero escuchar más esta melodía tocada por un instrumento”. Me resultaba aburridísimo... entonces, como la melodía es una pentatónica, me pareció interesante hacerla cantada. Para componerla, lo llamé a Miguel Cantilo porque admiro su riqueza de idioma: puede decir lo mismo con veinte palabras más o veinte palabras menos. Y a Baglietto, a quien conozco desde los tiempos de Irreal. Ellos, que eran de Rosario, Redd de Tucumán y Trigémino conformábamos un triunvirato progresivo–federal (risas).
–Del sinfónico al chabón: Los Gardelitos lo invitaron para dirigir el grupo de cuerdas que abrió los últimos tres shows en Obras. ¿Qué impresión le causaron?
–Es gente de verdad, que trabaja con pasión y no necesita demostrar nada. Yo no tenía mayores referencias de ellos y de repente me llamaron para hacer tres Obras. Pero no es que vinieron y me dijeron “mirá, hago tres Obras, ¿tocás?” Nada que ver... ellos me mostraron todo lo que hacían primero y después hablamos de que la cosa era para 15 mil personas. Admirable.
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