MUSICA › ENTREVISTA A ILDO PATRIARCA
El acordeonista tiene discos grabados en Francia, pero vive en un pueblo cordobés de seis mil habitantes. Tiene un objetivo: reivindicar su instrumento.
› Por Karina Micheletto
Ildo Patriarca mantiene una obsesión: descubrir la riqueza posible de su instrumento, el acordeón a piano, “que no es lo que nos vendieron toda la vida, para entretener en los bailes”. Así lo explica por teléfono, con una voz suave y pausada que transmite algo de paz. En eso está y cualquiera que lo haya escuchado pasear su acordeón de auditorio por diferentes géneros, del jazz al folklore, desprovisto de cualquier otro acompañamiento, puede darle la razón. Claro que lo suyo es el perfil bajísimo: Patriarca es admirado por colegas como Raúl Barboza y tiene discos grabados en Francia, pero en el circuito local su música es algo así como una joya conocida por pocos. En Buenos Aires se lo podrá volver a escuchar hoy en el Bar Tuñón (Maipú 849), a partir de las 21, con Carlos Martínez como invitado.
“Lo mío fue un accidente”, repite Patriarca entre risas y relata la forma en que dejó de ser un pequeño productor rural del sur de Córdoba, que en los ratos libres despuntaba el vicio con el acordeón, para transformarse en músico de tiempo completo. En 1981 lo descubrió Domingo Federico en un festival de tango en Villa Mercedes, y prácticamente lo obligó al cambio. “No se me va a borrar nunca cuando vino Federico al escenario a decirme que yo tenía que dedicarme a esto, y puso su sello a mi disposición para que grabara”, recuerda ahora Patriarca. “Yo había ido confundido, pensaba que era una peña como tantas otras donde iba a darme el gusto, a tocar como forma de cable a tierra. Pero resultó ser un festival de tango a nivel provincial. Un amigo mío fue a pedir para que yo subiera y casi lo echan. Pero él insistió, no sé qué verso les hizo, y me dejaron subir a tocar tres temas al final. Y ahí en el último tema se me vino Domingo Federico... Una cosa de locos. Tanto que cuando volvimos al pueblo no nos animábamos a comentarlo, porque era algo que no encajaba de ninguna forma”, recuerda el músico.
Ildo Patriarca nació en La Carlota, en el sur de Córdoba, y está radicado en Alejandro Roca, cerquita de allí, desde hace cincuenta años. “Vivo feliz en un pueblo del interior de seis mil habitantes, con dos empresas maniseras y una fábrica de guantes, pero fundamentalmente agropecuario”, detalla el músico. “Cuando lo de la música empezó a crecer tuve que optar: o seguía con los gringos de campo o hacía música en serio. Fue un cambio bastante rabioso, pero feliz, porque era algo que yo tenía contenido y que me hubiera gustado hacer desde siempre.”
“Si no hubiera sido por Federico, yo no hubiera tenido la valentía de largarme solo. La idea del solista de acordeón era algo que había que instalar, no estaba en nuestra cultura. Siempre fue un instrumento para divertir a la gente, y nada más”, explica. Patriarca toca el acordeón desde los 9 años, pero es músico profesional desde hace relativamente poco. Hay dos factores que jugaron en lo tardío de su decisión. “No creer en algo con la fuerza suficiente, por un lado, y por otro esa tendencia a tomar las cosas como te las dan, el convencimiento natural de uno, la herencia de familia, en mi caso la de ser agropecuario. Y así se me fue el tiempo, y me puse viejo”, se ríe el músico.
Patriarca tiene menos registros grabados de los que ameritaría su música, pero alcanzan para acercarse a su universo. Hay dos grabaciones editadas en Francia, una tercera compartida con acordeonistas franceses, dos en Brasil con colegas brasileños, y está el reciente El acordeón volumen II, editado por Melopea, que cuenta con la participación de Suma Paz, León Gieco y Fats Fernández.
–¿Nota que afuera hay más campo para su música?
–Me parece que sí. Yo noto que en Europa, por ejemplo, el trabajo del músico está reconocido como una profesión. Acá vos decís que sos músico y enseguida te preguntan de qué trabajás...
–¿Y cree que es por el instrumento que usted ejecuta?
–Supongo que es algo que sufren todos los músicos en general, pero es cierto que el acordeón siempre estuvo como devaluado. A la vista está que en la Argentina todos los instrumentos tienen excelentes concertistas, menos el acordeón. Los acordeonistas siempre fueron bailanteros, no tuvimos un referente en quien apoyarnos. Y no es que no haya habido buenos músicos, sino que no se creó el espacio para el instrumento. Ojo: nosotros somos los principales culpables de que la gente no conozca la riqueza del instrumento, porque no nos ocupamos de mostrarla. Me incluyo, porque durante mucho tiempo yo me quedé con eso.
–¿No cree que en el último tiempo esa idea se fue revirtiendo?
–Por suerte sí, pero no fue de un día para el otro, fue un trabajo de hormiga. A través de los festivales de acordeón que empecé a impulsar hace doce años apareció un grupo interesantísimo de solistas, que van a empezar a ser conocidos, como un efecto dominó. No es que yo quiera ser referente de nada, pero estoy tratando de sumarle al instrumento lo que no hicieron otros antes. Depende de nosotros que culturalmente no nos quedemos usándolo para hacer divertir a los gringos.
–¿Y por qué cree que históricamente el acordeón quedó en ese lugar?
–Es algo que he pensado mucho y puedo estar equivocado, pero creo que tiene que ver con la forma en que llegó con la inmigración. Al acordeón no lo trajo el acordeonista, sino el inmigrante que tenía un acordeón. Era alguien sin proyectos serios, y así fue como quedó instalado, únicamente como un divertimento popular.
–¿Se siente poco reconocido en la Argentina?
–¡No, al contrario! Como músico conseguí mucho más de lo que me imaginaba. Yo estoy muy conforme con todo lo que me dio la gente, y todo lo que me apoyaron mis colegas. Y una buena parte de lo que soy como músico se la debo a la generosidad de mis colegas.
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