MUSICA › ENTREVISTA AL CANTAUTOR LISANDRO ARISTIMUÑO
Con Liliana Herrero y Fito Páez como padrinos, el músico se ganó un lugar en la escena independiente. “Así soy feliz”, dice.
› Por Karina Micheletto
Lisandro Aristimuño es un defensor casi militante de la escena independiente, pero el suyo no se parece a ninguno de los discursos lastimeros que suelen ensayar los que “la pelean desde afuera”. Este chico dice sin vergüenzas que así le va muy bien y hace lo que quiere, que le pasan cosas increíbles, que ni loco aceptaría grabar en un sello grande. En síntesis, que es un tipo feliz. Tanto derroche de optimismo tiene algún sustento material: tres discos editados en poco tiempo, su nombre que corre de boca en boca como una recomendación, elogios de músicos como Fito Páez o Liliana Herrero, hasta el proyecto de lanzar un sello que cobije a artistas del interior. Pero, por ahora, el foco de atención está puesto en lo más inmediato: por lo pronto, la presentación de 39º, su flamante Cd, en Niceto Club (Niceto Vega 5510), hoy a partir de las 21, con invitados como Liliana Herrero y Gabo.
Hace seis años, Aristimuño partió de Viedma a Buenos Aires, siguiendo rumbos que no tenían que ver estrictamente con la música: por entonces seguía más bien a una novia que había decidido mudarse primero, y cumplía con vocaciones como la de comenzar a estudiar para ser maestro jardinero. Terminó grabando un disco que sorprendió por proponer cierto sonido diferente, una mezcla donde resonaba algún eco de aires folklóricos, pero cruzado por elementos electrónicos, una poética cargada de imágenes sugerentes y una voz de timbre dulce.
El nuevo disco de este muchacho que solía presentarse como inmigrante llegado de tierras del viento pasa ahora por la fiebre. Esa es la estética que recorre el trabajo titulado, justamente, 39º. ¿Por qué? Ni más ni menos que porque el autor pasó una semana con mucha fiebre, un disparador creativo que, asegura Aristimuño, en su caso funciona como una droga natural. “En ese estado febril escribía o dibujaba en un cuaderno que siempre tengo al lado de la cama, todo el tiempo. Así salieron cosas horribles, que tiré, y cosas que terminaron en este disco”, cuenta.
Aristimuño está seguro de que con este disco está cerrando “una trilogía personal”, y así lo explica. “Con el primero (Azules turquesas) estaba sorprendidísimo por la gran ciudad, recién había llegado a Buenos Aires y todo era un descubrimiento. Sólo extrañaba la naturaleza, y eso es lo que se escucha en el disco”, detalla. “Con el segundo (Ese asunto de la ventana) la ciudad ya me había pegado diferente. Lo hice después de pasar tres meses fóbico, encerrado en mi departamento, mal. Digamos que la ciudad me agarró y me dejó de cama...”
–¿Y el tercero sería cuando ya se adaptó a la ciudad?
–No sé si me adapté, pero digamos que ya puedo jugar con lo que veo. Yo busco el arte para filtrar las cosas que me hacen daño. Algunos se meten en el laburo, o en la pareja, yo me meto en la música, en hacer discos. Claro que hay cosas con las que te adaptás, o te vas. Uno va buscando las formas. Yo tengo que usar tapones en los oídos para ir por la calle, para tapar un poco tanto ruido, por ejemplo. En todo caso, yo sé que acá estoy de paso. No sé por cuánto tiempo, por ahí me quedo diez años, pero mi futuro está en un lugar más abierto, menos cargado. No me parece que éste sea un buen lugar para respirar.
–¿Qué cree que tiene en común con gente como Liliana Herrero, que participó como invitada en sus discos y en sus shows?
–El respeto hacia la música, el no menospreciar al público. Tenemos la suerte de que Liliana esté siempre interesada en buscar cosas nuevas, y así fue como me conoció a mí. Fue a verme a un concierto, cuando terminó fue al camarín para decirme: para lo que precises, contá conmigo. Ella fue la que le habló de mí a Fito Páez. Y gracias a ella fui a su casa, y terminamos pegando mucha onda, ahora es como mi tío. Son esos maestros que ya pasaron por todas. Tengo la suerte de poder escribirle mails para consultarle cosas, para preguntarle: “Che, qué te parece tocar en tal lugar, o qué tal es este sonidista...” Un día me preguntó si podía ser mi padrino, ¡increíble! Otra música a la que admiro es Mariana Baraj, a ella le produje el último disco, que va a estar buenísimo.
–¿De qué otros músicos se siente cerca?
–De muchos, pero más que de músicos en particular, sobre todo me siento involucrado en la escena independiente. Aunque uno haga heavy y el otro tecno, hay una identificación muy fuerte entre nosotros. Y cuanto más nos unimos, más ruido hacemos, y más miedo metemos.
–¿Realmente cree que meten miedo?
–¡Seguro! Yo tuve tres ofertas de compañías multinacionales para grabar mi último disco, pero ni se me cruzó por la cabeza aceptar. Mi ideología es otra. No creo en la música como un producto, creo en la música como una forma de llegar a las personas. En los grandes sellos usan a los artistas como una lata de Coca-Cola, imponen desde cómo tiene que ser la tapa hasta los invitados que tiene que haber.
–Algunos de los que se pasan a grabar en un sello grande dicen que ésa es la forma de llegar a una mayor cantidad de gente.
–No estoy de acuerdo. De a poco se está empezando a quebrar el monopolio, Internet está haciendo cosas increíbles. Como artista independiente, yo estoy feliz si alguien se baja mi disco de la web. Yo quiero vivir de mis shows, y eso es totalmente posible. Pasan cosas locas, por ejemplo, que en Uruguay no está editado mi disco y la semana pasada hicimos una sala Zitarrosa llena, agotada una semana antes. Es raro, pero es así. La gente está podrida de que la manipulen, cada vez hay más que buscan lo que les gusta, antes de que les digan lo que tienen que escuchar. Ser independiente y llegar a ser escuchado es totalmente posible. A mí me está pasando, ¡y estoy feliz!
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