MUSICA › ENTREVISTA CON LIDIA BORDA
Una voz que cumple diez años de tango
› Por Cristian Vitale
Lidia Borda, ex actriz devenida cantante de tango, toma 1995 como un año bisagra en su trayectoria. Para atrás, su pasado es indefinido: a veces actúa y le va bien (La sombra de la traición, Orinoco), otras interactúa y se divierte (Fiestas mayas) y algunas veces también canta, pero casi por deporte y con escasa suerte. Sea con el grupo Los Moyanos, o como parte del Trío Argentino de Guitarras, e inclusive integrando el exitoso elenco de Drácula, la talentosa cantante no parecía encontrar el rumbo. Por eso, acepta de buen grado si se interpreta que la indefinición la había transformado en paria. “Por aquellos años hice de todo: varieté, actuación, cruces con Batato Barea, Urdapilleta y toda esa camada. E inclusive canté jazz con un grupo que tenía con Juan Valentino y Patán Vidal, cantaba en inglés y la verdad es que todo el tiempo me sentía en un lenguaje ajeno, como si tuviera que disfrazarme. Pese a que sabía internamente que cantar era lo único que podía hacer en mi vida, tuve que atravesar por una larga instancia de autoconocimiento, porque tenía miedo, no sé, vergüenza, inseguridad.”
De 1995 para adelante, en cambio, comenzó a definirse. “Conocí a Luis Cardei y empecé a cantar como invitada suya. Casualmente o no, esto me terminó generando un espacio para hacer mi propio show. Al principio, no le di mucha bola, me tuve que forzar para caer: nunca me habían ofrecido algo así.” Casi por azar, entonces, la Borda se fue transformando en una referente significativa dentro del rubro cantante femenina de tango. La carta de presentación fue Entre sueños (editado en 1997), el devenir la ubicó muy cerca de Liliana Herrero y Cristina Banegas (con quienes hizo Veladas Criollas) o de la orquesta El Arranque, y el segundo y –hasta ahora– último disco, Tal vez será su voz, la puso definitivamente en vereda. “Es rara mi trayectoria –admite–; voy deseando cosas que aparecen mágicamente.” Este cúmulo de circunstancias es lo que intentará resumir el viernes en La Trastienda (Balcarce 460) con un espectáculo que dio en llamar Diez años con el tango, recreando con su voz de soprano y su estilo elegante clásicos del género como Tu pálida voz, de Manzi y Charlo o La noche que te fuiste, de Contursi y Maderna, y versiones de canciones olvidadas como Margaritas, de Moreno González y Coria Peñaloza, o La rodada, de Bonessi y Escaris Méndez. “Me puse a investigar sobre cosas antiguas no trilladas, a buscar temas inéditos o solamente editados por estribillistas en los años ’20.”
–¿Cuáles son sus referentes dentro del género?
–Por mi estilo de voz, las cantantes antiguas que cantaban con una formación vocal muy traída de los pelos. Entre ellas, Rosita Quiroga, que tenía un estilo propio “parecido a nadie”, ella no era una señora cantando tango, sino una expresión de tango genuino. También Ada Falcón con su dramatismo y lirismo increíbles. O Mercedes Simone, cuya voz era muy bella: creo que fue la más impecable de las cantantes de tango. Era como una mezcla a la criolla de Ella Fitzgerald y Billie Holiday.
–¿Cuánta importancia le da a la investigación histórica para nutrir su repertorio?
–Le di mucha en un tiempo y me sirvió para ir descartando opciones. En un momento, me encantaba el clima del cabaret alemán y me sentí tentada a hacer algo así, hasta que un día caí en que sería otra vez como volver a cantar blues o jazz. No me parecía ni personal ni auténtico: sí, incursionar en la historia del tango, porque no me podía apropiar de él si no investigaba.
–¿De qué manera rememora su actuación de Drácula, la obra de Pepe Cibrián? Fue una de sus primeras apariciones.
–Me gustó hacerla, porque fue la primera vez que tuve un trabajo como cantante, pero me aburría profundamente porque quería cantar sola y no con sesenta tipos al lado. Ahí me saltaron el ego y la necesidad de no tener un director que me dijera lo que tenía que cantar.
En 2002, poco antes de la edición de Tal vez será su voz, Lidia atravesó la experiencia más fascinante de su vida: fue la única artista argentina invitada a participar de los festejos por la reapertura de la Biblioteca de Alejandría. El hecho podría tomarse como el segundo quiebre vital de su trayectoria. “Para mí fue mágico –evoca–, hacía un año de las Torres Gemelas y estaba todo el mundo paranoico. Había un manejo de la información sobre lo que significaba Oriente en la vida de Occidente; hasta llegar ahí, no me di cuenta de lo fuerte que era esa manipulación mediática. Me imaginaba talibanes en todos lados y, cuando llegué, encontré gente común, que vive alejadísima de cualquier idea terrorista. Fue una cosa maravillosa. Alejandría es una ciudad pequeña, muy pobre y la llegada de Occidentales tenía muy movilizados a sus habitantes: te paraban en la calle y te saludaban con profundo aprecio y admiración.”
–¿Y en términos artísticos cuál fue el resultado?
–En realidad, me habían contratado para cantar un solo tema en medio de una ceremonia sobre la paz, y tenía dos problemas: uno, que no existe nada peor para un cantante que tener que cantar un solo tema; y otro, que existen pocos tangos que le canten a la paz o al amor universal. Pero al final encontré uno –Será una noche, de Campos y Tinelli– y, por sus arreglos, generó un clima conmovedor. Igual, al otro día me desquité con un set de 40 minutos, en el que pude mostrar mi arte con mayor comodidad.
–¿Cuál es el rol que ocupa la mujer que canta tango? Muchos ortodoxos aún no la aceptan.
–Me encuentro todo el tiempo con esos pensamientos, me parecen nefastos. Pero algunos me dicen: “no me gusta la mujer cantando tango, pero vos sí”.
–¿Y no le parece nefasto igual?
–Sí, pero también me encanta; bah, en verdad, no me importa.