MUSICA › ENTREVISTA A VANESSA DE MARIA
La cantante gaúcha explica por qué eligió el folklore argentino para expresarse. A fin de mes se presentará en Buenos Aires.
› Por Cristian Vitale
Lo primero que intenta Vanessa de Maria es atenuar su nivel de exotismo. Se desliga del tipo “canchero o malandra” del universo carioca-costero y resalta su prosapia gaúcha, rural. Así, suena menos raro introducir al gaucho (sin acento) argentino en su disco debut: Perfume de mujer (Acqua). Pero el impacto persiste. Al cabo, es brasileña –nacida en Rio Grande do Sul– y podría haberse dedicado a otras músicas, que las hay en cantidad, en vez de meterse con un patrimonio idiomáticamente ajeno: Andrés Chazarreta, Mercedes Sosa, Jorge Fandermole, Agustín Carabajal, Atahualpa Yupanqui o Ariel Ramírez. Pero optó por ellos... todo por una radio. “La usaba mi padre para escuchar fútbol y noticias, y yo, por las noches, buscaba frecuencias que pasaran música. Captaba canciones de Brasil, Argentina y Uruguay, pero la música de mi país no me producía la misma sensación de pasión que la argentina”, revela. Tenía nueve años y ese aparato de onda corta reemplazaba a la televisión, en eso de comunicarla con la gran aldea sudamericana. Se deslumbró con Mercedes Sosa, aprendió sus canciones por fonética –“pasaba noches en mi cuarto haciéndolo”– y echó las bases de su futuro: una gaúcha pura, que canta folklore argentino divinamente, como si hubiese nacido en el medio de la pampa.
“La primera vez que tuve acceso a la música grabada fue por mi papá –evoca–; él me regaló un casete de Mercedes Sosa, que tenía ‘María va’, ‘La cigarra’, ‘Si se calla el cantor’... y a partir de ahí empecé a cantar en un idioma que yo no conocía.” El otro límite lo rompió durante un viaje a Rivera, Uruguay, que bordea con uno de los brazos sureños de Brasil. “Quería comprar botas y me encontré con un libro de poesías en español. Era mi sueño: Canto general de Pablo Neruda. Entre Neruda y Mercedes, entonces, empecé a aprender las palabras... estuve años así. Un sacrificio enorme”, cuenta.
Vanessa presentará el lunes 30 de julio en Notorious (Callao 966) su CD debut, basado en un repertorio casi exclusivamente argentino, con la excepción de “Bem Gaucha”, una milonga rural del sur brasileño compuesta por Erlon Pericles. El resto recrea parte del acervo folklórico argentino: “Chacarera del 55”, “La Telesita”, “Piedra y camino” o “Antiguo dueño de las flechas”. “Es el repertorio que llevo conmigo desde pequeña... y no sé por qué me hace recordar olores del lugar donde nací. Tal vez por ser del campo, podía sentir lo que me trasmitían esas canciones, pese a no entender el idioma”, comenta. El nexo argentino para que Vanessa pudiera grabar su disco debut aquí fue el guitarrista Colacho Brizuela. Cuenta que lo contactó en uno de sus viajes a Buenos Aires, le hizo conocer su proyecto y logró que la recibiera. “Lo primero que me dijo fue ‘te quiero conocer, no te puedo decir sí enseguida’. Supongo que habrá pensado ‘yo qué sé cómo canta esa loca... brasileña cantando folklore’ (risas). El primer día, agarró la guitarra y me probó. Recién ahí aceptó dirigir mi disco.”
–¿Qué canción le cantó?
–“María va.” Es una de las canciones que más me acompañaron hasta hoy. Tengo una historia muy loca con ella, porque cuando la aprendí me veía reflejada en ella..., eso me impide cantarla en público, porque me parece que me estoy desnudando delante de todos.
–“Mirar rasgado / patitas chuecas.” María se parece poco a usted.
–(Risas.) Totalmente, pero me entra en el alma.
–La única canción suya es “Tropero de la paz”, ¿por qué no se animó a más?
–Como marca el título del disco, preferí las canciones que perfumaron mis recuerdos desde siempre. En el caso de “Tropero...”, la compuse dos semanas después de volver a Brasil, luego de vivir diez años en Europa. Había algo en mi país que me ponía triste: la pobreza. La canción se transformó en una oración por la paz, porque habla del niño que juega con su caballo de palo y trapo, y quiere llevarle paz al mundo.
Vanessa emigró a España a los 19 años. La idea era perfeccionar su castellano y volver, pero la enamoró Madrid. Y se quedó. Se recibió de diseñadora de modas, trabajó de camarera pero la pasó mal: la echaron por inepta. “No conocía el oficio. No sabía hacer nada, ni siquiera prender la máquina de café. Caí en una crisis existencial porque me preguntaba: ‘¿cómo puede ser que con 22 años no sepa hacer nada?’. Y me acordé que algo sí sabía: cantar. Me habían presionado tanto para que no lo hiciera, que no canté durante cinco años de mi vida”. La autorrevelación provocó que la folklorista en ciernes saliera a conseguir un guitarrista por todos los bares argentinos de Madrid y al primero que encontró le dijo: “Me estoy cagando de hambre y no quiero volver a Brasil”, y “él me propuso que lo acompañara con una par de canciones, para que me contrataran los dueños de los boliches. Sobreviví ocho años en España, cantando folklore argentino”. En pleno proceso, la cantante conoció a Tacum Lazarte, músico argentino que había fundado el mítico grupo Huerque Mapu a principios de los setenta. “El me metió de lleno en el folklore, porque me explicaba el porqué de cosas que yo no entendía.” Después vivió en Holanda, Grecia e Israel, y empezó a extrañar su tierra. “Me agarraban ganas de tomar mate, comer asado y dulce de leche.”
–Costumbres argentinas...
–Pero también del sur de Brasil. Nosotros tenemos un folklore autóctono, influido por la música argentina. La milonga y el chamamé son parecidos, aunque se mezclan con ritmos brasileños.
–¿Y el mate?
–La yerba no es igual, pero el mate es el mismo. Y también hay torta frita (risas). Cuando volví a Brasil, empecé a plantearme hacer un disco. Busqué músicos compatriotas, pero no encontré el sonido que quería... mi deseo era sonar como argentina. Ahí apareció Colacho y me salvó.
–¿Hasta dónde duró el apoyo de la familia?
–Mis padres nunca quisieron que cantara. Mi padre me dejaba bailar clásico, porque pensaba: “Cuando se dé cuenta de que no va a dar como bailarina, se va a poner a estudiar”. Como se ve, gané yo.
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