Vie 20.07.2007
espectaculos

MUSICA › ENTREVISTA AL CANTAUTOR JUAN SOSA

Canciones desde el exilio

Radicado en Europa desde el golpe militar del ’76, hizo de la defensa de los derechos humanos uno de los ejes de su carrera artística. Actuará en Buenos Aires, Córdoba y Mar del Plata.

› Por Karina Micheletto

Residente en Madrid “por obra y gracia del exilio”, y con una larga historia de mudanzas que tuvieron la misma motivación, Juan Sosa llevó su música por el mundo, dotando de sentido a su arte con una tarea de constante defensa de los derechos humanos y de denuncia a la dictadura militar. Claro que las visitas a la Argentina –“que deberían ser más seguidas”, resalta el músico– forman parte necesaria de ese camino que emprendió con la música, y que le abrió las puertas que ahora más valora, como las de una enriquecedora amistad con Atahualpa Yupanqui, que surgió en su exilio en París, como un gesto de solidaridad del autor de “Luna tucumana”, que por entonces trataba de hacer más grata la llegada forzada de la familia Sosa a la capital francesa. Hoy a las 21, Sosa mostrará sus canciones en el teatro bar Tuñón (Maipú 849), con la participación de Olmo Sosa (su hijo) y Fernando Díaz como invitados.

En el espectáculo desfilarán canciones de diversos autores, como Manuel Picón o Nacho Wisky, y algún que otro tema propio. También habrá algunas milonguitas en base a poemas de Borges, que en Madrid el músico grabó con Héctor Alterio en el disco Juan Sosa canta a Jorge Luis Borges. Y obras de Atahualpa Yupanqui, a quien Sosa describe como “un amigo del alma”. “Cuando llegué a París, en 1977, Héctor Alterio me dio su teléfono. A mi ex mujer y a mí nos atendió con una gran ternura y surgió una fuerte amistad”, cuenta el músico. Por entonces llegaba a París junto a Hebe Rosell, su ex mujer, integrante de Huerque Mapu, un grupo hoy mítico que en sus comienzos acompañó a Sosa, como parte de un proyecto de militancia. “Los domingos, Yupanqui iba a comer asado a nuestra casa, que estaba en las afueras de París. Fue un lujo contar con su amistad en aquellos momentos difíciles”, recuerda el músico.

En aquellas visitas a las que Yupanqui, ya consagrado en Europa, siempre iba provisto de tesoros que le llegaban desde la Argentina –atados de Jockey Club, los diarios La Opinión de la semana, bifes de chorizo, entre otros regalos que Sosa recuerda con gratitud intacta– siempre había tiempo para la charla. “Además de la enseñanza musical que me dejó, él me señalaba que había que estar cerca del instrumento, que no se podía ser desagradecido de la guitarra y de la canción.”

Sosa partió al exilio en 1976, a un mes del golpe. Estuvo un año en España, pasó otro año en París, luego seis en México. En 1983 regresó a la Argentina y en 1987 volvió a instalarse en Madrid. “No es que me gusten especialmente las mudanzas”, sonríe ahora, aunque habla en serio. En la Argentina la actividad política y la militancia gremial habían dejado relegada a la música. En el exilio, esa misma música apareció como una necesidad. “En aquellas noches desveladas sufriendo la derrota, la música tuvo trato con mi corazón”, describe Sosa con precisión.

Esta visita a la Argentina se extenderá por dos meses y habrá tiempo para presentaciones en Córdoba y Mar del Plata, además de la de esta noche en el Tuñón. Para su próximo viaje, Sosa tiene un proyecto en mente, algo así como un sueño por cumplir: reeditar la Cantata a las Madres de Plaza de Mayo para orquesta, coro y solista, que compuso en México en 1981. La obra, editada primero en tierra azteca y luego regrabada en Holanda por el tenor Marco Bakker, circuló en la Argentina en forma restringida y sin que nadie se ocupara de su difusión, en un casete editado por las Madres de Plaza de Mayo, organismo al que Sosa cedió los derechos de autor. “Es un formato clásico, porque yo quería expresamente que la obra tuviera ese corte, para coro solista y orquesta. Me preocupé por transmitir un mensaje con la música y la letra. Comienza con un juego de palabras con la Madre Patria, y las Madres en medio de esa plaza donde perdieron a sus hijos. Es decir, la plaza como metáfora de todas las luchas políticas argentinas”, describe Sosa. “En el segundo movimiento imaginé una carta que le manda un desaparecido a su madre, donde le dice que no le haga caso al guardián de la plaza, que se cuide de él y que se junte con otros, que no esté sola. En el tercer movimiento tomé una parte del Réquiem de Mozart, el movimiento del confutatis, ‘Confutatis maledictis’, que en latín significa ‘confundido con los malditos’. En esa parte tomo la música de la marcha peronista, pero cantada en segunda voz, como una metáfora en alusión a todos los compañeros desaparecidos por la burocracia sindical peronista, los asesinos que se metieron en la Triple A.”

–¿Si tuviera que componer hoy esa cantata, la escribiría igual?

–Seguramente no, porque del ’81 hasta ahora muchas cosas cambiaron. Por empezar, cuando la hice, la lucha de las Madres era “Aparición con vida” y hoy queremos juicio y castigo a los culpables. Las Madres también supieron avanzar hacia una reivindicación más amplia de los derechos humanos, no sólo defienden su lucha por encontrar a sus hijos. Y si mi objetivo en el ’80 era contribuir a hacer conocer la lucha de las Madres, ellas han sido tan tenaces y valientes en su trabajo que lo han logrado ampliamente, son un verdadero ejemplo en todo el mundo. Hoy resaltaría la fuerza que tuvieron todos estos años y, sobre todo, la nobleza de su movimiento. Las Madres son un hito, un mojón. Un polo de atracción para todos aquellos que se sienten nobles en la política.

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