MUSICA › LOS WAILERS CERRARON LA 7ª JORNADA DEL PEPSI MUSIC
Una noche con sonrisas
La velada dedicada al reggae fue de mayor a menor. Se lucieron Fidel Nadal y Los Pericos, en tanto la cuarta visita de la banda que supo acompañar a Bob Marley dejó un gustito agridulce.
› Por Mariano Blejman
Acaso la fecha con más sonrisas permanentes, seguidas de conversaciones deshilachadas que no iban a ningún lugar. Debería haber sido el día más dulce del Pepsi Music, donde las gaseosas diet estaban prohibidas por cierto sabor dulzón. Sin embargo, el regreso al país por cuarta vez de Los Wailers –a esta altura casi el mismo show en cada oportunidad– dejó un sabor amargo (además del faltazo de Andrew Tosh, hijo del mítico Peter Tosh) en el ambiente. El retorno de Los Wailers vuelve a dejar en claro por qué aquella banda se hizo conocida de la mano de Bob Marley.
Ya no es novedad que el crecimiento sostenido del reggae local en los últimos años le permitió subir escalones en la industria de cabotaje. La confirmación de un día dedicado al género llenaba de orgullo a la tribu de dreadlocks. El “día 7” le puso color a ese cielo opaco de jueves que amenazaba con convertirlo todo en lluvia torrencial. Cuando pocos lo esperaban (habían pasado Tony 70, Los Látigos y Satélite Kingston), Fidel Nadal apareció para calentar el escenario cerrado (Indoor) a eso de las 17.30 al ritmo de dos canciones todavía muy poderosas de Todos Tus Muertos (Sé que no vas a volver y Andate del disco Dale aborigen). Y demostró, finalmente, sin sound system, por qué sigue siendo uno de los frontmans del reggae cultural más poderoso que ha dado este suelo fértil de cadencias aceitosas. Fidel no estaba en el programa oficial y reemplazó a La Mosca. Su mezcla de sonidos militantes, sus “coristas” que daban saltos con banderitas jamaiquinas y sus alusiones a epopeyas anti Babylon convergieron en una mezcla de discursos que iban desde la militancia setentista (cantó pedacitos de Guantanamera), hasta menciones a Haile Selassie, representante del dios rastafari en la Tierra.
En el otro rincón (y no es una metáfora del mundo del box), Holy Piby ensayaba la enésima versión de I Shot the Sheriff, que se escuchó en la tarde del jueves. En el escenario central, Nonpalidece propuso su autodenominado “reggae del universo”. Mientras la noche se iba instalando en Obras, la intensidad del reggae iba curiosamente en descenso. Raro. Las bandas más “hard-core” fueron programadas bien temprano y la cosa se fue ralentizando en consonancia con las aspiraciones del público.
El show de Los Pericos arrancó con Eso es real, Planeta de mentiras y Complicado y aturdido, como para dejar conforme de entrada a los diversos públicos. En el contexto del jueves, Los Pericos fue la banda más rockera de la tarde y terminó con la seguidilla Home Sweet Home, Fácil de engañar y Casi nunca lo ves. Un poco antes, Guillermo Blanco (cabeza de Los Cafres) comenzó con Suena la alarma y poco después agradeció al cielo por el “día del reggae”, como si se tratara de un sueño logrado después de décadas de militancia. Este fue un buen año para Los Cafres, por su debut en el Luna Park y la presentación de su placa ¿Quién da más? Sin embargo, el show fue muy parejo, sin sobresaltos, ni grandes momentos, con Blanco embutido en una remera Nike y un collar con una medalla con el símbolo de la paz.
Después de 24 años de gira permanente, los “and the Wailers” (por eso de que se han dedicado a acompañar a Bob) han aceitado una fórmula para seguir recorriendo países perisféricos en una especie de “loop” interminable de backing band: tocando las canciones de Bob para un público que, evidentemente, sólo quiere escuchar lo mismo (No Woman no Cry, Exodus, Redemption Song). El baterista lució una camiseta de la Selección Argentina, en el medio de tanto verde que abraza el rastafarismo. El show de los Wailers fue escueto (tal vez demasiado para ser el cierre del festival) y sin demasiada efervescencia. El día había sido largo, es cierto. Y las ánimas estaban cansadas. La jornada se fue entre declaraciones de “paz y amor” mientras varios seguían debatiendo sobre el faltazo sin aviso de Tosh, motivo de alucinadas verborragias sobre lo que estaría haciendo aquel fumón en ese instante.