Sáb 15.10.2005
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MUSICA › JAIRO Y LA PRESENTACION DE “FERROVIARIO”, UNA PARABOLA ARGENTINA SOBRE LA DESAPARICION DE LOS TRENES

“Son la imagen de una época que no volverá”

“A nadie le gusta dejar su lugar de pertenencia”, dice el músico, que carga con un considerable historial de desarraigos. Hoy en el Coliseo, Jairo presenta un disco que sirve como ejemplo de la historia reciente.

› Por Cristian Vitale

Van 27 minutos del segundo tiempo y Boca, de local, le gana raspando a Tiro Federal 2 a 1. Jairo permanece tenso ante un televisor gigante y no duda en pedir la hora con bastante insistencia: le tiene miedo al empate. “Estos partidos son bravos, hay que ganarlos como sea”, murmura. Será casi imposible empezar la nota antes de que termine el partido. En los minutos que restan no hará otra cosa que llevarse las manos a la cabeza ante alguna jugada de peligro, temer que “el gallina” de Tilger enchufe el empate, o decirle algo a los jugadores, con la esperanza de que alguno lo escuche. En ese lapso, más que un cantante parece director un técnico y, como su amigo Basile, expira una tremenda bocanada de aire al oír el pitazo final. “Hubiese sido tremendo perder con el último”, desagota y manda una chanza farandulera que tenía en la punta de la lengua, por las dudas. “Ayer le preguntaron a Maradona cómo era la relación con su mujer y dijo ‘tengo menos chances que Tiro Federal’... imagínese si ganaba.” Más liviano y sonriente, aquel muchacho que recaló en Buenos Aires a los 15 años, y se hizo la Europa durante 24, no parece haber cambiado tanto. Ofrece café, se ríe, intercambia algún chiste de bostero acérrimo con su hijo Yaco y permite la libre circulación por su casa saturada de adornos y objetos de colección. “Vivo recluido en mi casa, porque siempre me asustó Buenos Aires, y la verdad es que me sigue dando miedo... no por la ciudad en sí, sino porque yo soy asustadizo. Es un poco maniática la cosa”, comenta al pasar.
Puede tomarse como razón o no, pero lo cierto es que el renombrado cantante eligió Buenos Aires como última plaza para presentar su más reciente disco, Ferroviario, luego de haber recorrido casi todo el país. A excepción de una fecha informal en La Trastienda en agosto de 2004, Jairo no toca en la gran urbe desde noviembre de 2003 y parece que el corrimiento geográfico no le preocupa. “No es algo que hayamos pensado así –confirma–, creo que nos prueba a nosotros mismos que Buenos Aires es una etapa dentro de lo que hacemos y no el centro de la existencia. No me parece mal.” Conclusión: los últimos en apreciar en vivo las pequeñas historias de Ferroviario serán los porteños. Hoy a las 21, en el Teatro Coliseo (M.T. de Alvear 1125) este fanático de Boca tiene preparadas varias sorpresas: además de presentar el disco y repasar algunos clásicos, homenajeará a dos figuras prominentes de la música popular argentina: Astor Piazzolla y Atahualpa Yupanqui. “Invité a Juan Falú y Pablo Ziegler –ex pianista del quinteto de Astor– para que me acompañen; con Juan vamos a hacer Piedra y camino, La milonga de los hermanos y La chacarera de las piedras, y con Pablo, un repertorio que Piazzolla compuso para mí.” Las piezas piazzollianas de las que habla Jairo son tres –Querido tango, La milonga de un trovador y Será que estoy llorando– y forman parte de un disco editado en Francia –inédito aquí– en el que el cantautor interpreta canciones del compositor de La muerte del ángel acompañado por la guitarra de Leonardo Sánchez. “Es un disco de guitarra y voz, y la particularidad es que la guitarra no era uno de los instrumentos preferidos de Piazzolla. Para él estaba por debajo del piano o de los instrumentos de cuerda. La consideraba poco importante.”
–Pese a que tuvo guitarristas significativos en sus formaciones, Oscar López Ruiz, Tomás Gubitsch, Horacio Malvicino.
–Sí, pero no le daba un lugar preponderante. Igual, Sánchez, que es un gran conocedor del estilo de Piazzolla, me preguntaba qué hubiese pensado Astor de lo que estábamos haciendo y le contesté que le hubiese gustado.
Jairo tiene pensado cerrar ambos recitales articulando la memoria de ambos maestros, desempolvando una milonga que compusieron juntos a fines de los setenta. No se acuerda el nombre, pero dice que, según Amelita Baltar –que tenía la partitura guardada en su casa–, le viene como anillo al dedo. “Es muy linda la historia de esa canción”, dice. La obrita que Piazzolla embelleció con música, parte de la pluma de Yupanqui y cuenta cómo fue el origen del romance entre su padre y su madre. “Nació en la casa del escritor peruano Manuel Scorza, en París”, refiere Jairo. “Los amigos que asistieron a la cena, me dijeron que Yupanqui contó la historia de su padre, un arriero al que un día se le escapó el caballo, se metió en una finca a buscarlo y adentro encontró a su amada. Entonces, Piazzolla, que estaba ahí, le pidió que escribiera una letra sobre eso y lo anecdótico fue que Yupanqui le respondió ‘sí, pero usted escríbamele una música sencilla, con pocas notas, sabe’.”
–Usted conoció a ambos. ¿Qué tipo de relación tenían?
–No tenían mucho contacto. Yo comí en alguna oportunidad con ellos y lo percibí. Hay que tener en cuenta que Yupanqui representaba algo muy distante de Piazzolla. Astor era un innovador que iba rompiendo platos y estructuras; Yupanqui perpetuaba la tradición de una manera maravillosa, aunque ambos con un rigor y un nivel de exigencia que yo no conocí en otros artistas.
–¿Participó de algún diálogo entre ellos?
–Compartí con ambos una cena en 1982 en la casa de José Pons, en la que también estaba Mercedes Sosa, que venía del éxito arrollador del disco en vivo. Eran los últimos estertores de la dictadura y fue la última vez que los vi juntos... la última vez que compartieron algo, en realidad. Yupanqui hablaba muy poco. Cuando vislumbraba alguna competencia verbal, tomaba distancia. Decía lo justo. Piazzolla no, él era muy polémico, extrovertido y hablaba muchísimo, de todos los temas. Pero creo que se admiraban.
–Volviendo a Ferroviario, ¿puede ser que la idea de presentarlo primero en todo el país y por último en Buenos Aires intente deslegitimar eso de que Dios está en todos lados pero atiende en Buenos Aires?
–No tanto... sí retomar la idea de que estamos en un país federal, porque en la Argentina se nota mucho el centralismo. Las corrientes migratorias que han existido desde hace 50 años hacia la Capital forzaron que sea así. Este proceso no habla bien de Argentina, es consecuencia de una mala política.
–¿En qué sentido?
–Y... deschava una gestión deficitaria en las distintas regiones. A nadie le gusta dejar su lugar de pertenencia. Si se le da a elegir, la gente seguramente se queda en su lugar de origen, porque es donde mejor se maneja. Trasladarse a una ciudad como Buenos Aires es muy difícil: yo lo viví cuando era chico.
La respuesta de Jairo es sin duda autobiográfica. El, como miles en su época, debió partir de su ciudad –Cruz del Eje– cuando tenía 15 años y tuvo que chocar con un mundo nuevo, desde una pensión. Por entonces era Marito González, y los primeros tiempos fueron duros. No sólo por el régimen de pensión y el extrañamiento, sino también por haber tenido que soportar las pesadillas del Club del Clan. Después llegó su éxodo a España, cierto reconocimiento popular y una radicación en Francia, que perpetuó su existir en Europa y agrandó su prestigio durante dos décadas y media. Fue allí donde se habló de su voz de oro, mientras en Argentina brillaba por su ausencia. “Es un problema de seguridad el que tenemos los argentinos. Vio que vienen los artistas extranjeros y enseguida le preguntan: ‘¿Qué le parecen la ciudad, la comida, las mujeres?’. Necesitamos que nos reaseguren que estamos bien, que las minas son lindas o que la música es bella, cuando en realidad debería ser al revés”, comenta. En efecto, fue su estadía exitosa en Francia la que operó para que Jairo retornara al país con laureles. “Cuando regresé, tras 25 años de vivir en Europa, este país ya no era igual”, resume.
–Retornó y se encontró con muchos pueblos fantasma por la inexistencia del tren. ¿Funcionó esto como esencia compositiva de Ferroviario?
–Esos 25 años que estuve afuera implicaron la desaparición casi completa de los ramales de larga distancia. Ya no existe ferrocarril donde lo había y, cosa curiosa, ahora que hemos andado tanto por la Argentina nos dimos cuenta de que la mayoría de los pueblos que tenían ferrocarril mantienen el pasado con centros culturales en las estaciones. Esto es muy significativo, porque habla a las claras de lo que significaba el tren para los habitantes de cada pueblo. Lo siguieron manteniendo como un medio importante y sin dudas esto funcionó como inspiración para el disco.
–Cuanto dolió no sólo en términos laborales sino afectivos su desaparición, ¿no? La borrachera melanco del personaje de Ferroviario lo dice todo.
–Sí, a Daniel Salzano y a mí la historia nos tocó de una manera especial, porque somos hijos de ferroviarios y el personaje está involucrado en el problema del cierre de los trenes. Nos salió un tema que parece una canción de protesta de otra época. Incluso, las armonías parecen de los ’60, por su mezcla de tonos mayores y menores.
–Desaparecidos también se puede tomar como una canción de protesta.
–Pero es más de ahora. Ferroviario no, porque está ligado a otra época. Cada vez que vuelvo a Cruz del Eje, donde el tren fue el alma y la vida del pueblo, veo que sus restos están puestos en un predio: hay locomotoras Liverpool o Cooper, dinosaurios que plantean interrogantes en los chicos. Y que, por supuesto, los más viejos miran con melancolía y nostalgia. Son una imagen de una época que no va a volver. Uno quisiera que el ferrocarril resurgiera y se plantara como en otros países, pero nunca va a ser lo que fue: la política menemista terminó de rematarlo. Igual, antes también había clientelismo político y crecieron mucho los sindicatos verticalizados a través de él. Me acuerdo que las locomotoras Cooper tenían una inscripción que decía “Perón cumple”. Toda una imagen de época.
–¿Cómo recibieron el disco en las ciudades que recorrió?
–A mí me gusta testear las canciones antes de grabarlas, por eso las canto en las actuaciones. Por un lado, para buscarle estructuras de arreglos e enriquecerlas, sacarles punta; y por otro, para probarlas. La que se destacaba era Ferroviario, la gente se emocionaba a un punto tremendo. Apenas digo “cuando era chico mi viejo trabajaba en el ferrocarril”, todos aplauden y se emocionan. Hay poblaciones enteras, sobre todo en el interior, que están atravesadas generacionalmente por el tren. Y es inevitable que se les escape una lágrima ante tanta pérdida.

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