Jue 06.09.2007
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MUSICA › DINO SALUZZI, SUS LECTURAS Y SU VISION DE LA MUSICA

“Hay gente que se hizo rica con una guitarra desafinada”

“Yo siempre fui mi propio mecenas”, dice el bandoneonista, que en su nuevo disco busca demostrar el parentesco entre tango y folklore pero prefiere no concentrarse en hablar de música: una consecuencia de lo que cree un ejercicio fatuo, el de buscar a toda costa el reconocimiento de los demás.

› Por Cristian Vitale

“Ser famoso implica perder el tiempo.” Timoteo “Dino” Saluzzi vuelve una y otra vez sobre la idea, mientras relojea dos libros de cabecera. Uno es Ciudad de Dios, de (San) Agustín de Hipona y el otro, El juego de los abalorios, de Hermann Hesse. Del primero le interesan sus lindes metafísicos. Su filosofía pesada, flagelante y religiosa. Del segundo, la relación que puede haber –si se rastrea fino– entre la matemática, la música y la libertad. El cruce significante, de principio, es tan interesante como inhabitual. “Yo leo como los ignorantes, sabe; lo que no entiendo lo busco en el diccionario. Fui hasta sexto grado y después me hice solo. Me sirve para no ser tan boludo”, ríe. Saluzzi, el eximio bandoneonista nacido hace 72 años en Campo Santo, Salta, hace todo lo posible por esquivar los lugares comunes de una entrevista periodística. De su flamante disco, Juan Condorí, apenas habla lateralmente (ver recuadro). Tampoco le seduce recobrar los pasajes más notorios de su trayectoria (desde la incursión neotanguera junto a Astor Piazzolla hasta los cruces con gente tan disímil como Charlie Haden, Al Di Meola, Larry Corryell, Los Chalchaleros o Gismonti), ni siquiera hablar de músicos. Ni de él ni de otros. Entre citas de Hesse y el pecador arrepentido del cristianismo altomedieval, ocasionalmente se cuelan Piazzolla, Bach o Joe Zawinul. Pero no más. “Dar nombres significa santificar..., los gustos personales son simplemente anecdóticos”, dirá, cuando le toque. Y casi por compromiso.

Lo que este hechicero del Doble A demanda es ensayar una especie de gnoseología sociomusical. Una teoría del conocimiento “oral”. Totalizadora. Y pretende ser conciso, aunque por momentos no le salga como pretende. Es un hombre afable, pero algo exótico. Esquivo, crítico y metódico. Habla pausado. Genera silencios y exige atención. En suma: no transita los carriles normales que requiere el mundo mediático. A veces parece –muy– reaccionario y racional. Otras, cuasi libertario y pasional; conjuga con tacto a Agustín y Hesse. “La música es un elemento de penetración muy importante. Agustín dice ‘la música nace de la medida y arraiga en el gran uno. El gran uno procrea los dos polos y estos procrean la fuerza de las tinieblas y de la luz. Cuando el mundo está en paz (...) la música se completa’.”

–¿Qué es el gran uno?

–Una energía cósmica. Lo que genera el amor es una energía como la electricidad. No la vemos, pero si vos metés el dedo en el enchufe vas a sentirla. Me atrevo a creer que ésta es el gran uno..., la concordancia entre las espiritualidades. Concordancia en el sentido de que vos sos diferente a otra persona: tenés otras ideas, pero tenés la razón para armonizar. Es importante no temer. El temor es producto del reconocimiento del camino equivocado. Hay avisos importantísimos, como lo que pasó en Perú, las guerras... todos necesitamos de todos, pero no se tiene conciencia de ello.

El discurso de Saluzzi parece un tanto esotérico. Pero se encarga de iluminarlo con ciertas sumas aforísticas. En verdad, el nudo es que las formas esconden –y luego revelan– críticas profundas al estado de la música en Argentina. Los aforismos parten de su pluma, y están escritos en hojas borrador. “El estado de la música refleja el estado de la sociedad”, se autocita, y luego reflexiona: “Muchos de los músicos competentes en serio parece que no quieren tomar partido en medio de este estado de cosas. Se automarginan. Pero yo creo que la labor del músico no es generar una obra artística sino esclarecer su percepción. Porque el músico, a través de su sensibilidad, ve las cosas desde otro lugar. Acá hay que pelear por el crecimiento mutuo: la fama, el aplauso o la aceptación fácil de quien no tiene posibilidades de juzgar con autoridad, es algo peligroso”.

–Pero este concepto encriptaría a la música en un cónclave de “conocedores”...

–No lo digo en un sentido purista. Yo sostengo que en algún momento se fracturó la comunión entre el conocimiento natural y el académico. Hay que buscar la conciliación. La música sin palabras, por ejemplo Claro de luna de Schubert, tiene una energía que te ubica en el momento que estás buscando. Si escuchás cumbia villera, percibís también algo así, pero de otro signo: la derrota completa de la sociedad. El resultado de la cumbia villera no es el resultado de una mala administración... acá nos equivocamos todos. La solución no es económica: estamos frustrados y es peligroso, porque esa frustración nos va a enajenar a un punto que no nos vamos a tolerar. La sociedad está enferma.

–Usted vive mucho tiempo del año en Alemania. ¿Lo considera un problema global?

–Sí, pero en Argentina se percibe mucho más. Cuando mi hijo José iba al colegio en Alemania, me dijeron: “Si el chico no estudia, no podemos ayudarlo porque el Estado no puede gastar plata sin resultados”. Pero él no tenía que comprar ni libros, ni uniforme... nada. Una vez estaba por cruzar la calle, y no venía nadie. Atrás estaba mi cellista. Cuando me mandé en rojo, ella me frenó con unas palabras contundentes: “No lo haga, porque allá vienen cinco alumnos suyos”. Todo es un problema de conciencia moral, y ella se forma en la educación. Hay que subordinarse al maestro para aprender, y una vez que se aprende recién se puede discutir con él. Es una especie de desprendimiento del interés personal en función de la armonía general.

–¿Es católico usted?

–Soy creyente. Sería estúpido, pretencioso y omnipotente si no creyera en el misterio de la fe. Yo soy nada, soy una cosa que pasa, viene la muerte y me lleva. Es medio infantil creer que uno lo sabe todo..., no hay que cerrar con sentencias la idea de la búsqueda.

El hacedor de “Pedro Orillas” manotea otro libro de cabecera. Le pertenece a Romano Guardini, teólogo italiano muerto en 1968. Se detiene en una sentencia (“El poder es la caricatura de la autoridad”) y le sirve a los fines de ubicar a la música dentro de un (¿su?) todo. “Cuando los deseos y las pasiones marchan por la ruta correcta, la música se perfecciona. La música perfecta tiene su causa, porque nace del equilibrio. El equilibrio emana del derecho. Y el derecho surge del sentido del mundo... por eso, sólo se puede hablar de música con un hombre que ha conocido el sentido del mundo, ¿se entiende?” –cita y prosigue–. “La educación es la formación ética y moral de las personas. Yo digo que el germen del problema de Cromañón fue la ignorancia musical, porque prenden en la gente cosas que están reñidas con la ética y la moral: las drogas, el alcohol, el excesivo anhelo de olvidar. Queda grabada en la gente una especie de frustración continua. Creo que Latinoamérica actúa en defensa propia. Nos defendemos y no sabemos de qué, de ahí la importancia de la educación en serio.”

–¿A qué considera educación “en serio”?

–Mire, si un músico de la música científica no conoce el contrapunto, jamás puede conocer su ubicación dentro de la idea colectiva. Para mí, un músico es el que conoce la ciencia musical, porque el que no la conoce es fácil que se equivoque en la concepción de su obra y puede cometer graves errores. Cuando decimos folklore o tango, hablamos peyorativamente, como si fuera una cosa menor, que uno puede tomar con suma arbitrariedad, capricho y sin ninguna responsabilidad. Eso no es así... es faltarle el respeto a la tradición musical argentina. Yo soy muy duro en este aspecto. La deformación de nuestra esencia musical ha perdido mucho y no hay que seguir dejando que pase el tiempo. Ejemplo: si el médico te da una receta y se descubre que no tiene el título, va preso. ¿Por qué no pasa algo así con el músico?: hay gente que se hizo rica prometiendo justicia con una guitarra desafinada. No hay responsabilidad ahí... un tipo que estudia tiene que ir al conservatorio, pagar un estudio, comprar un instrumento, estudiar 20 años. No puede ser que otro, con una guitarra, te reviente la cabeza.

–Los bluseros de las orillas del Mississippi o los músicos antiguos del Altiplano, por citar dos casos, no estudiaban y sin embargo es imposible dudar de su autenticidad. Ellos no tenían conservatorios cerca...

–Crecieron. De alguna manera crecieron... y ellos sí portan el conocimiento natural. Pero, curiosamente, esa gente no era víctima de la fama o el aplauso fácil. Tenían otras razones para cantar. Cantarle a la injusticia es hacer uso de la vergüenza humana en beneficio propio... me niego a creer que sea un acto de grandeza. Yo vengo de un pueblo en el que para ir al baño tenías que ir a los yuyos, y no había agua potable. Pero cuando mi papá me enseñó lo que era una zamba me puse a estudiar. No sirvo como ejemplo, pero me dio resultado. Borges decía: “En nuestro país, nuestras nadas coinciden”. La música debería estar protegida frente a esto. En Argentina, en cuestiones de formación musical, es más lo que perdimos que lo que ganamos. El gremio musical está muy abandonado..., la música no puede quedar librada al azar. Al capricho de gente que desconoce.

–¿Cuáles serían los problemas “concretos” según su óptica?

–En primera medida, la música no tiene que ser dirigida por el ministro de Cultura sino por el músico, que es el único que conoce su problemática. Un distribuidor de guita no puede entender la problemática del arte y una sociedad sin arte es una sociedad vacía: no tiene sensibilidad. Lo digo porque el mundo está esperando la música argentina... parece que esta hubiese terminado en Piazzolla o Ginastera.

–¿A qué lo atribuye?

–A que los músicos de tango no tienen formación académica, y esto es inentendible... porque se necesita más academia para servir al crecimiento de la cultura.

–¿Piensa que Piazzolla no tuvo herederos?

–El fue crucificado por percibir otras cosas, pero todo el mundo se enamoró de él. Tenía cosas verdaderamente bondadosas, porque podría haberse dedicado solamente a ganar plata pero se sacrificó. Después vinieron los pseudomúsicos y destruyeron su mensaje musical.

–¿En qué sentido?

–La imitación burda, la falta de respeto. Acá retomo la cuestión de la inseguridad: parece que nosotros no confiamos en nosotros. Un músico tendría que tener la posibilidad de expresar su propia obra, sin temores. En cambio, se imita al exitoso para tener éxito.

–¿Por qué sostiene que ser famoso implica perder el tiempo?

–Porque yo no sé si vale la pena ser oído o no..., eso significa tener un cómplice. ¿Y un cómplice para el arte?: mmmm, no me cierra. ¿Está bueno tener reconocimiento general de quien no entiende?: eso es como el aplauso fácil. El desafío es mayor cuando uno tiene que trabajar y luchar por lo que cree: el sabor es mucho más fuerte, por lo menos el de haberse mantenido. Yo siempre fui mi propio mecenas.

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