MUSICA › MIGUEL CANTILO, EL RESULTADO DE CUARENTA AÑOS A PURA CANCION
“Tenemos que luchar por nuestra obra”
El cantautor convocó a artistas de distintas épocas y estilos –Fabiana Cantilo, Ricardo Mollo, Hilda Lizarazu, Charly García, Andrés Calamaro, León Gieco, entre otros– para que cantaran sus temas. Así surgió Clásicos, un disco notable, en el que varias versiones superan inclusive a las originales.
› Por Cristian Vitale
A veces hace falta un giro azaroso de la historia para hacer justicia con personajes entrañables, grandes. Sobre todo cuando esos personajes construyen desde un lugar distante, íntimo, humilde, a veces como no queriendo molestar. Y, aun componiendo al costado de las luces, pueden regar con 40 años de música un imaginario que atraviesa varias generaciones. Miguel Cantilo es un caso y por eso existen pocos que como él –y a esta altura del rock argento– pueden darse el lujo de convocar a músicos de toda época y estilo para que canten, gustosísimos, sus canciones. Esas que ya son de todos. Tal vez operen como antecedente Claudio Gabis y la selección, pero aquel proyecto del ex guitarrista de Manal fue un tributo a los clásicos del género, y éste no. Las canciones que se reparten Fabiana Cantilo, Rubén Rada, Ricardo Mollo, Hilda Lizarazu, Charly García, Andrés Calamaro, León Gieco, Claudia Puyó, Juan Carlos Baglietto, Gustavo Cordera, los Súper Ratones, Alejandro Lerner y Moris le pertenecen todas a Miguel: desde aquellas remotas, que marcaron a fuego el origen de Pedro y Pablo, en el segundo lustro de los ’60 (Che ciruja, Catalina bahía, Dónde va la gente cuando llueve), pasando por otras jugadas de los setenta (Padre Francisco, Apremios ilegales) hasta gemas recónditas, que pocos identifican como obra del efímero y ochentoso Punch (Adonde quiera que voy, La jungla tropical).
“Ahora, el problema va a ser reunirlos para la presentación del disco –bromea en serio Miguel–. Estamos tratando de embocar una fecha que no sea sábado.” La histórica juntada para presentar el disco, titulado simplemente Clásicos, podría ser en diciembre, en marzo o en abril o en el momento que sea, con tal de poder reunir una vez más, en este caso para la gente, a todos los artistas en torno de La marcha de la bronca. Porque, más allá de las interpretaciones puntuales, lo que resalta es ver y escuchar a todos aglutinados apropiándose de alguna frase de la marcha más famosa, después –o no– de la peronista. “Fue una idea de León, él fue quien me dijo: ‘¿Por qué no hacés que todos cantemos un pedazo del tema?’”, evoca Cantilo. Entonces, don Gieco destrona a aquellos que ríen satisfechos al haber comprado sus derechos, Baglietto a los hipócritas, Cordera al que maneja los piolines de la marioneta universal, Mollo al que te domina con el as de espada y con el de bastos te entra a dar, Lizarazu a los que encarcelan esperanzas, y así. “Es el detalle simpático de un laburo que fue concebido con un perfil semiacústico, desenchufado”, define Cantilo, sobre el sonido del disco y la convergencia de intérpretes, cuyo video aparece como track interactivo del cd.
–¿Qué parámetros tuvo en cuenta para la repartija de temas?
–Algunos los eligieron ellos: Gieco pidió cantar Catalina Bahía; Charly, un tema de Conesa, que al final terminó siendo Apremios ilegales. En otros casos, yo fui identificando a la persona que me parecía apropiada: Claudia Puyó, por ejemplo, había figurado en el último BaRock, como corista de Los sueños de la cultura, y fue coherente llamarla para que participara más activamente. En el caso de Hilda Lizarazu, me pareció que el Blues del éxodo reflejaba de alguna manera su experiencia cuando se fue a vivir a Córdoba.
No muchas veces ocurre con las recuperaciones nostálgicas, pero las versiones remontadas en Clásicos –sin exagerar– suenan impecables. Incluso, muchas de ellas mejor que las originales. Amparado en la banda que lo acompaña en los últimos años –Kubero Díaz en guitarra, Juan Rodríguez en batería, Carlos Casalla en percusión y sus hijos Sufián y Anael en teclas y bajo–, el creador de Pedro y Pablo se tomó su tiempo, pero logró una cena a punto para dejarles a los invitados el momento más esperado: el del postre. La voz de Fabi Cantilo embellece la de por sí bella Adonde quiera que voy; Calamaro desempolva una versión con aires tangueros de Che Ciruja; Charly pudre una historia que lo amerita (Apremios ilegales / dolores genitales / pistolas y cuchillos por toda tu piel); Moris rockea a morir como en los tiempos de Zapatos de gamuza azul (Tiempo de guitarra) y Cordera detona el inconsciente adolescente de toda una generación –la suya, claro– apropiándose de los versos libertarios de La gente del futuro. “Con algunos de estos amigos vivimos una especie de reencuentro, porque cuando comenzaron su carrera, yo los invité a tocar. Lerner, por ejemplo, participó en un recital en un estadio de La Plata cuando pocos lo conocían. Recuerdo que el truco fue que una luz alumbraba el escenario y él aparecía barriendo con un uniforme gris, hasta que pasaba por el piano, tocaba las teclas y empezaba a cantar. Ocurrió un efecto inesperado, porque la gente conocía sus canciones, pero no lo tenía mucho de imagen. A León también lo invitamos a un concierto universitario en 1970, cuando recién llegaba de Santa Fe, y Charly me dijo que, para él, hacer un tema mío era como devolver lo que había sentido en los inicios de su carrera. Todo vuelve en la vida”, apunta Cantilo y agrega: “Fue una linda experiencia recuperar contactos que se habían perdido”.
–Hay otros más “jóvenes”: Calamaro, Mollo, Súper Ratones, Lizarazu, Cordera, con los que seguramente su relación es distinta. ¿Cómo fue el acercamiento con ellos?
–Calamaro estaba en España y le envié cuatro o cinco temas para que eligiera: optó por Che Ciruja e hizo todo desde allá. A Mollo le había propuesto otra canción, pero me dijo que quería hacer Padre Francisco, porque el solo de guitarra había sido muy importante para él cuando era chico. Aunque en su estilo, Ricardo respeta nota por nota el solo original de Kubero Díaz. En el caso de Cordera, él me había invitado en alguna oportunidad a cantar La gente del futuro en un show de Bersuit y no lo pudimos concretar, pero sentí que se identificaba mucho con ese tema. A los Súper Ratones me di el gusto de participarlos de La jungla tropical, en la que cada uno canta una estrofa; es uno de los pocos temas en que el invitado toca.
–¿Qué razones lo llevaron a encarar un trabajo de esta envergadura, no tan fácil de concretar por variadas razones?
–La razón principal es que algunos temas estaban desparramados en discos diferentes, algunos de los cuales no habían sido reeditados... otros sí, pero muchos años después, como el caso de Que sea el sol, de Cantilo, Durietz y otros apóstoles. O de Conesa, cuya reedición pudo concretarse recién después de 30 años, porque un privado lo fue a rescatar... un despelote. Esto me da pie para decir que en este momento los artistas tenemos que luchar por nuestro repertorio, porque nadie lo va a hacer por nosotros. Quise reunir todos estos temas en un volumen que pudiera identificar la obra y después ensalzarla con la aparición de músicos que se relacionaran con ellos y que le pudieran dar un valor agregado. Pero la razón central, repito, fue rescatar el repertorio, porque he tenido malas experiencias y desprolijidades con las ediciones.
–¿Se refiere a problemas judiciales con las compañías?
–Sí, porque hay buena cantidad de material que quedó atrapado en un juicio por quiebra de un sello grabador, en el que tenía cuatro o cinco discos metidos. Entonces, al darme cuenta de que me pasaban esas cosas, caí en que tenía que producir mis propios discos y pasar por alto el obstáculo que significan las grabadoras hoy. Este disco sale a través de un sello al que le doy una licencia para que lo trabaje durante tres años, pero es mío. Busco preservar la propiedad de la obra para que no suceda algo tan triste como ir a una disquería y ver que no se reeditaron discos, que merecerían estar en las bateas como testimonio histórico, pero no están porque hubo un sello que quebró y la quiebra la compró un abogado, y se la pasó a un juez, bla, bla, bla. ¡Qué tiene que ver esto con la música!
–Podría ser más fácil juntarse con amigos y grabar, ¿no?
–Acá todavía tenemos falta de experiencia para este tipo de cosas. Pero en otros países es muy común que un artista quiera cantar con otro, entonces el mecanismo está más aceitado. En cambio, acá no: los contratos y las grabadoras traban mucho y exceden la voluntad de los músicos. Toma mucho tiempo resolver problemas: entre permisos y autorizaciones legales, me llevó un año hacer este disco.
–¿Hubo artistas que hubiese querido que estuvieran y no están?
–Varios. Roque Narvaja y otros a los que, por dificultades de comunicación o porque estaban de viaje, no pude incluir. Aunque también hay que tener en cuenta que son 14 temas, el límite de lo razonable para un disco. Hubo que cerrar la persiana con lo que se tenía.
–¿Y Litto Nebbia y Spinetta?
–Nebbia estaba de viaje y a otros es difícil acercarse, porque viven en otras ciudades, como en el caso de David Lebon, o no tengo conocimiento de cómo llegar a ellos, porque muchas veces son los managers quienes manejan las agendas. En algunos casos intenté acercamientos y no los logré y en otros no pude porque no supe cómo. Tampoco era cuestión de provocar presencias... tratamos de que la participación fuera espontánea. Me quedé con los más fáciles de ubicar.
–De amores y pasiones, Sudamérica va y Clásicos, sus últimos tres trabajos, fueron editados por sello propio: Che Discos. ¿Encaró definitivamente el camino de la independencia?
–Sí, la independencia me ha servido para hacer la música que quiero. Los últimos discos fueron autónomos en todo sentido. Y Clásicos no fue la excepción, porque no hubo condicionamientos, salvo la elección de temas que la gente pedía más en los recitales. Fuimos detrás de ese puente, en un intento por ampliar el espectro de los trabajos que usted menciona.
–¿Sació los deseos de escribir, después de Chau loco?
–Al contrario... me encanta escribir. Ese libro agrandó mis ganas.
–¿Se viene un Cantilo escritor, entonces?
–Ojalá tuviera tiempo, porque el oficio es maravilloso, pero está primero el Cantilo músico. Todavía no puedo darle el tiempo que quisiera, aunque uno nunca sabe si va a reemplazar al otro. Nunca se sabe el destino.
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