MUSICA › BECK, EL INVITADO DE LUJO
El músico californiano interpretó buena parte de su repertorio más conocido, pero sin demasiada convicción. No obstante, la calidad de su música se impuso frente a la relativa indiferencia del público.
Paradoja de la cultura evolutiva pop, Beck parecía demasiado moderno en el marco de una jornada de revival new wave, con The Police como protagonista. Pero su música también forma parte ya de cierto clasicismo de los ‘90: cuando el músico de Los Angeles abrió la jornada en la cancha de River haciendo “Devil’s haircut” (un temazo de su disco Odelay, de 1996) y siguió con “Loser” (el hit de Mellow gold, de 1994...), quedó claro que la identidad pop está más atada a fidelidades generacionales que a supuestas afinidades genéricas. También quedó claro que el público, más allá de sus respetuosos aplausos para el icono indie, había ido allí para ver a Sting, Summers y Copeland.
Hace rato que Beck dejó de ser novedad. Inclusive para sus fans argentinos, que ya lo habían visto en 2001, en el Campo Argentino de Polo. Esa certeza liberó al californiano de la responsabilidad de tener que mostrarse como “lo nuevo”. Respaldado por una banda sólida y efectiva, Beck enfrentó al público con lo que tiene: canciones “clásicas”, indestructibles, que en su momento se pegaron –imagen y sonido de MTV mediantes– en el inconsciente de la gente. Las interpretó con la suficiencia displicente de quien se sabe por encima de lo que está brindando. Una lista de temas irreprochable, que hizo justicia a su proverbial eclecticismo (deudor del hip hop y del folk, pero también del punk y del blues), desplegó el puñado de ideas musicales que Beck ha ido atendiendo en estos últimos doce años.
Del mismo modo que ocurre con algunos de sus discos, el recital empezó bien arriba y fue decantando en una suerte de languidez estilística, que es tanto el sello de fábrica del artista como su modo de comunicarse con el mundo. No hubo estallidos demagógicos arriba del escenario. Tampoco saludos efusivos con tonada hispana. Ni siquiera hubo bises, que nadie reclamó. Durante poco más de una hora, Beck privilegió su viejo material más conocido (además de las citadas “Devil’s haircut” y “Loser”, cantó la difundida “Where it’s at” y “The new polution” de Odelay y “Fucking with my head” y “Motherfucker” de Mellow gold) y sus últimas canciones (“Think I’m in love” y “The information”, de su último CD, “Girl”, “Black tambourine” y “E-Pro” de Guero). Prácticamente pasó por alto su producción intermedia, bien representada por trabajos como Mutations y Midnite Vultures. Hubo quien lamentó –pero muy ligeramente, sin poner el grito en el cielo– que no tocara “Que’onda guero” y poco más. Beck, sombrero negro, aspecto de folk singer signado por la posmodernidad, se retiró del escenario después de haber interpretado una interesante versión de “E-Pro”. Había hecho un muy buen show, pero es probable que ni siquiera se haya dado cuenta.
Informe: Mariano Blejman.
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