Dom 23.12.2007
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MUSICA › SODA STEREO, EL ULTIMO ADIOS ANTE 60 MIL PERSONAS

La noche que cayó el telón sobre la historia de Soda

La despedida del grupo, el viernes en el estadio de River, sumó una nueva batería de matices, que diferenciaron al “show del record” de los cinco anteriores. Sonaron otras canciones y una adecuada galería de invitados puso el moño a una velada con el sabor de lo histórico.

› Por Juan Manuel Strassburger

Y terminó no más. La gran vorágine que despertó el promocionadísimo regreso de Soda Stereo tuvo su gran noche final el viernes en la cancha de River. Con un show de más de tres horas que recorrió cada una de las distintas etapas de la banda. Y que contó como invitados a casi todos los músicos que alguna vez contribuyeron de manera importante a su historia (incluida la aparición del productor de Doble Vida, Carlos Alomar, recién llegado en vuelo directo de Miami). Otra vez, como en otros puntos de la gira (que incluyó shows con localidades agotadas en Chile, Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela, Panamá, México y hasta Estados Unidos, cada vez más receptivo al rock pop manufacturado en español), la lista de temas fue impecable. Y, para alegría de los acérrimos, incluyó varias perlitas de los ’80, que hasta no hace mucho tiempo (la despedida del ’97 y toda la era post Dynamo), eran desestimadas por el propio Gustavo Cerati a la hora de pensar e imaginar la identidad de la banda.

Temas como “Si no fuera por”, “Imágenes retro” e incluso “Te hacen falta vitaminas” sonaron con reveladora frescura en la noche templada de Buenos Aires, y volvieron a poner en perspectiva la importancia de Soda Stereo: la de un grupo que no sólo se caracterizó por vampirizar a fuerza de talento e indudable personalidad las tendencias musicales de su momento, sino que además, y sobre todo en sus inicios, aportó algunos de los temas más disfrutables y divertidos de su época (“Sobredosis de TV”, “Persiana americana”, “Te hacen falta vitaminas”, todos presentes en el Monumental en sus versiones originales). Un don que desde el excelente Dynamo (1992) en adelante, la banda pareció perder progresivamente. Y que, a no dudarlo, alentó su aburguesada despedida en el ’97; cuando tras los reglamentarios bises, un grupo de fanáticos se quedó coreando “Nada personal” (el hit que faltaba) y sólo obtuvo como respuesta la música en off del estadio.

Nada más opuesto a lo que ocurrió anteayer. Con un Gustavo Cerati exultante, locuaz, mucho más relajado en su condición de miembro líder de Soda. Y con Zeta Bosio y Charly Alberti disfrutando cada uno su papel: el de perfectos portadores del mensaje estético de la banda. La buena química entre los tres fue palpable en las constantes miradas entre sí. Y en los distintos pasajes donde improvisaron sobre la marcha y, aun ante el desliz, siguieron adelante con una sonrisa. Evidentemente, algo interno, del orden de la amistad y la vida pasada juntos, se había reestablecido entre ellos. Y la prueba la dio el propio Cerati cuando cerca del final se despidió de su público con una postal que da la pauta de lo imprevisible que sigue siendo la música –después de todo, un arte antes que nada humano– más allá de sponsors, campañas publicitarias y nada inocentes apelaciones a la nostalgia.

Se terminaba la segunda tanda de bises (sólo restaba “Te hacen falta vitaminas” y ahí sí, el irremediable final-final) cuando el cantante –visiblemente emocionado– hizo una pausa y, tras presentar a los músicos que los acompañaron durante todo el show (Leo García, Leandro Fresco, el gran Tweety González), confesó: “Se habló de la plata, se habló de muchas cosas. Pero esta vuelta se trató sobre todo de música. Y el éxito fue recomponer nuestra relación interna con Charly y con Zeta”. Silencio total. Y en ese instante todo lo bueno, lo malo, lo importante, lo accesorio que rodeó el regreso del trío de rock pop más famoso de Latinoamérica pareció cobrar sentido. Si a nivel musical este retorno significó para su público de siempre reencontrarse con esa maravillosa banda que los había emocionado de jóvenes, a nivel personal significó para los propios músicos quedar en paz con su pasado. No sólo musical (la recuperación del legado de los ’80) sino humano.

La noche había empezado de manera no muy diferente a los anteriores cinco shows en River: con los videos de Capusotto y los tragicómicos gags de Pomelo, el rockero más festejado de los últimos tiempos. Puntualísimo, a las 21 horas, y ya con una temperatura bastante más baja que los sofocantes 34º grados de la tarde, arrancó el último show de esta etapa en la historia de Soda: la del “Me verás volver”, pero sobre todo la de la “Burbuja del tiempo”, consigna que rigió este regreso y que buscó recrear los temas tal cual fueron concebidos en su tiempo. O, a lo sumo, con arreglos que respetaran su estética original.

Los primeros acordes de “Juegos de seducción” (esas emocionantes guitarras) y las citadas “Si no fuera por” e “Imágenes retro”, dieron la pauta de que ese concepto se respetaría a rajatabla. Con los invitados reforzando la estética de cada tramo y aumentando la sensación de viaje en el tiempo. Así, tras el pequeño terremoto de “Texturas” (de la era sónica de Dynamo), se sucedió la primera gran seguidilla de hits: “Hombre al agua”, “En la ciudad de la furia” y “Lo que sangra (la cúpula)”, ausente en los shows anteriores y aquí reforzada por las presencias de Carlos Alomar y Andrea Alvarez. “Ella es chiquita, pero es muy grande. Toca como los dioses y es una diosa”, presentó Cerati a la percusionista. Mientras que al gran productor de Doble Vida le dedicó: “Músico increíble que tocó con todo el mundo: Bowie, Lennon, McCartney, James Brown... Lo llamamos hace tres días y se vino”. La presentación no pecó de excesiva ya que Alomar demostró por qué es un referente de la música latina en Estados Unidos: su solo de guitarra al final de “La cúpula” dejó boquiabierto a más de uno. El mini set salsero que armó junto a Alvarez en el mismo tema le aportó un inesperado sabor latino a la noche.

“Cuando la luna se alinee con el escenario va a pasar algo tremendo”, dijo Cerati tras el pasaje bailable de “Zoom” y “Cuando pase el temblor”. Y lo tremendo fue una versión para el infarto de “Final caja negra”, con la guitarra del cantante en tandem con el bajo de Zeta y la batería de Charly alargando el final. Para ese momento, todo River (alrededor de 60 mil personas) era una fiesta. Ya se hacía evidente que tanto los que asistían por primera vez a esta gira de regreso, como los reincidentes que se habían tentado con la idea, no se habían equivocado con la apuesta: la despedida confirmaba con creces lo hecho hasta ese momento. E, incluso, lo superaba: la suma de invitados nuevos, el clima de la noche en su punto justo (con la luna asomando tras la bandeja de la Almirante Brown), el relax total de los tres Soda, redoblaban el aroma a evento históico de la despedida.

El primer remanso vino con “Signos” y el aporte jazzero de la trompeta de Gillespi, el único de los invitados sin relación directa con la historia de Soda. La ex voz de Aníbal Hugo (recordado personaje de televisivo de los ’90, de fuerte llegada al público rockero joven, como ahora el gran Pomelo), sumó también su delicadeza a “Fue”. Y, por unos instantes, todo River fue un arbolito de Navidad. Con las lucecitas de los celulares reemplazando a los ya perimidos encendedores. Momento ideal para la entrada de Fabián Von Quintiero, invitado infaltable durante los ’80 y alguna vez rival de Tweety González en la consideración popular como 4º Soda. El cheff de los rockeros sumó sus teclados a una versión súper ochentosas de “Danza rota” y “Persiana americana”.

La furia volvió de la mano del gran Richard Coleman, viejo compañero dark de Cerati en tiempos de Fricción (grupo de culto de los ’80), y actual miembro de su banda solista. La intervención de Coleman fue un vendaval sónico y le aportó el necesario ruido blanco a “No existes” (en una versión que lo convirtió casi en un tema de Echo & The Bunnymen) y “Primavera Cero”. ¿Qué faltaba, entonces? El tramo dedicado a Canción Animal, para muchos el disco más rotundo y perfecto de Soda, el punto exacto entre entretenimiento e innovación. El tramo incluyó obviamente a “(De) Música ligera” y “Un millón de años luz” (coreada por todo el estadio), pero también “En el séptimo día” y esa oda al rock torturado y masoquista que es “Sueles dejarme solo”. Momento cumbre en el que Cerati –más con ánimo esteticista que trangresor– vuelve a hacer trizas su guitarra. “En Paraguay estuve una hora para romperla”, bromeó.

Los bises llegaron con la vuelta de Alomar para la hermosa “Terapia de amor intensiva” (otro rescate emotivo), la cita a Sueño Stereo (por suerte, el álbum menos visitado de la noche) en “Disco eterno”, y un final a puro disfrute con “Nada personal” y “Te hacen falta vitaminas”. “Somos de Argentina y estamos re-orgullosos”, se despidió Cerati, ya algo alegre a causa de los tragos de distintos colores que había ido tomando a lo largo de la noche. Por lo menos hasta el 2117, cuando la maquinaria publicitaria y comercial seguramente vuelva a ponerse en marcha (¿“Me verás volver... otra vez”?), la sodamanía descansará por un rato. Esta vez, valió la pena.

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