MUSICA › ENTREVISTA A JAMES TAYLOR, SOBRE SU ULTIMO DISCO ONE MAN BAND
A punto de cumplir los 60 años, uno de los músicos más influyentes del pop estadounidense presenta su última creación, recuerda sus problemas con las drogas, vuelve a los orígenes de su relación con Los Beatles y describe los infiernos y paraísos detrás de algunas de sus canciones más célebres.
› Por Manuel Cuellar *
Lo llamaron inspiración, pero para cualquier melómano medianamente crítico, la palabra sería otra: robo. Nada menos que un beatle, George Harrison, hizo suyo un verso que no lo era. Y, ¡bingo!, se convirtió en un éxito: “Something”, una canción incluida en Abbey Road, el disco que The Beatles publicó en 1969, una de las canciones por las que será recordado Harrison. Un año antes, un joven de 19 años nacido en Boston (Massachusetts) decide viajar a Londres para alejarse de Manhattan y la heroína. Graba un demo y logra hacérselo llegar a Paul McCartney y George Harrison, que por aquel entonces habían puesto en marcha un sello discográfico llamado Apple y buscaban un buen primer artista al que lanzar al mercado. Incluida en esa grabación que escucharon Los Beatles estaba una canción titulada “Something in the way she moves”, un poema de un desconocido llamado James Taylor. Harrison tomó prestado el primer verso.
El próximo 12 de marzo cumplirá 60 años. Está sentado en un sofá de una habitación del elegante y lujoso hotel Berkeley de Londres. Lujoso, pero sin aspavientos. Mira con la profundidad de sus ojos azules y con una franqueza que es toda una virtud. “Realmente, aquélla fue la primera buena canción que escribí, creo”, confiesa, al tiempo que intenta quitarle entidad al asunto del plagio. “Toda la música se roba. Todas las canciones se basan en algo que ya se ha hecho antes. Tengo la certeza de que él sacó la idea para escribir su canción de mi demo. Estoy convencido de que es algo más que una coincidencia. Pero Los Beatles también han sido para mí una gran fuente de inspiración. Y con 19 años me ofrecieron la sensación de que alguien hubiese abierto una puerta y que el resto de mi vida estuviese al otro lado.” Así es James Taylor. Humilde y agradecido, pero con la inteligencia de los hombres a los que el tiempo les ha enseñado que la vida puede ser la empresa más amarga y fascinante a la que todo ser humano se ve obligado a enfrentarse. Así son sus canciones y así lo definió una de las revistas más prestigiosas del mundo, Time, que le dedicó su portada del 1º de marzo de 1971. Se trataba de un reportaje en el que se analizaba una nueva tendencia musical una vez superada la protesta, la canción social y el ruido que habían reinado a finales de la década de los sesenta. El nuevo rock: agridulce y tranquilo. Y su cabeza visible: James Taylor.
Melancólicas, desconsoladas, frágiles, sombrías, oscuras; de esta forma son las composiciones de James Taylor, aunque, al mismo tiempo, en su universo hay sentido del humor y esperanza dentro de las turbulencias. Taylor, pese a no ser muy conocido y popular en España, es uno de los artistas más influyentes de la historia de la música contemporánea estadounidense. Ha vendido más de 40 millones de copias de sus discos. Su primera recopilación de grandes éxitos logró vender más de 10 millones. El mismísimo Elvis hizo una versión de su “Steamroller blues”, y otros artistas como Ray Charles, Emmylou Harris, Al Jarreau o Jimmy Buffet han cantado sus versos.
Ahora, a punto de convertirse en sexagenario, vuelve a los orígenes y presenta un nuevo disco, One man band, con sus canciones de siempre, pero interpretadas tan sólo con una guitarra y un piano. “Quería volver a la versión original”, asegura el cantante. Casi a su adolescencia, en la que eran él, su guitarra y su mundo. Este disco, para los que aún no lo conocen, es una de las mejores formas de introducirse en el alma de Taylor; para los ya iniciados contiene un DVD con todas las canciones subtituladas en castellano. Un gran trabajo. Pero al mismo James Taylor le sorprende el hecho de que desde 2002, cuando apareció su último disco de estudio (October Road), no haya grabado ninguna composición nueva. “Empezaré a quitarme de encima todo lo que me impide componer el próximo septiembre. He alquilado un pequeño inmueble a unas cinco millas de mi casa. Es tranquilo, no tiene teléfono y allí podré trabajar. Y espero poder tener un álbum listo en unos seis meses. Necesito, en este momento de mi vida, este tipo de tranquilidad para escribir; de otra forma, me resulta imposible”, asegura. Y confirma que tampoco su próxima entrega será de composiciones propias. “Se trata de un disco de versiones. Mi banda lleva tocándolas desde siempre y nunca las hemos grabado en un estudio. Me parece una gran oportunidad.”
James Taylor and the Original Flying Machine: así se tituló el primer disco que grabó el músico con su banda de 1966 en Nueva York antes de su aventura londinense. El resultado: un fracaso. El grupo estalló en mil pedazos y los contratos discográficos y el mundo de los tiburones de la música pudieron con el alma sensible de James Taylor. Fue el peor golpe que podía recibir un chico que tuvo que ser internado en un hospital psiquiátrico debido a una profundísima depresión. En aquella época de zozobra musical, un joven con demasiado mundo interior y tal vez buscando un consuelo rápido comenzó a consumir heroína. “Cuando tomaba drogas me sentía colocado, pero muchas veces aterrorizado. La gente que utiliza drogas termina intoxicada tarde o temprano. Comencé a tomar heroína en 1966 y no paré hasta el 7 de noviembre de 1983. Es algo muy difícil de describir. Aunque es algo muy común en mi familia.” La madre de James Taylor, una soprano y melómana empedernida, les inculcó a él y sus cuatro hermanos el amor por la música. Tanto, que todos llegaron a grabar discos. Pero el germen de la mala suerte y la fragilidad estaba instalado en el hogar de los Taylor.
“En mi familia, la mayoría ha muerto o está recuperándose de las adicciones. Mi padre falleció por el abuso del alcohol y mi hermano mayor, Alex, murió de una sobredosis de alcohol. Es algo terrible imaginarse que debes mantenerte consciente para poder beber tanto alcohol que termine matándote. Es la típica enfermedad familiar. A finales de los sesenta, en Nueva York, para mí era tan fácil encontrar heroína como comprar una cerveza. En esa época hubo al menos cinco veces en las que, después de picarme, probablemente no tenía que haber vuelto a la vida, pero aun así lo hice. Apareció una luz. Un amigo de correrías se cruzó de pronto con aspecto sano y recuperado. ‘Cuando creas que estés preparado, haceme una llamada’, me dijo. Así lo hice. Pero, para decir mi verdad más honesta, nunca me he arrepentido de esa época; es cierto que tuvo mucho de pérdida de tiempo, pero no puedes reescribir las cosas, y es posible que aquello sirviera para salvarme la vida, no lo sé. Tengo suerte de que la droga no me matara. Es indudable que me hice daño a mí mismo, de eso no hay duda. Pero ahora he llegado a un momento de mi vida en el que me siento bien dentro de mi pellejo y me siento agradecido de estar vivo, y sé cómo hacer mi vida confortable. Es como si mi vida hubiera estado suspendida durante cerca de 20 años. He escrito canciones, he tenido una carrera, pero...”.
Todos esos infiernos están dentro de las canciones de James Taylor. Pero también el abandono, el amor, el desamor, su país, su casa, sus mujeres. Letras muy cuidadas envueltas en guitarras acústicas que James toca como sólo él puede tocar, y con unas armonías vocales que el músico cuida hasta la extenuación. “Hago la música que yo quiero escuchar, aunque también es cierto que en algunas de ellas se cuelan mensajes para otras personas. “‘Back on the higway’, ‘My travelling star’, ‘Daddy is all gone’, ‘There is nothing like a hundred miles’: todas ellas cuentan la vida en la carretera, la terrible contradicción de echar de menos a la gente que quieres pero, al mismo tiempo, necesitar hacer tu trabajo. Aunque, en otro orden de cosas, lo que quieren decir estas canciones es que, para este mundo, la forma de actuar de los hombres no es buena. Me refiero a hombres en contraposición con las mujeres. La energía del hombre es destructiva, y tendría que saber comportarse mejor, para empezar, con el planeta”.
“Fuck George W. Bush –sigue–. Ese tipo no existe. Lo que ocurrió en aquellas elecciones fue un fraude a los ciudadanos y un fraude a la democracia. Todos sabemos que su administración es criminal y falsa, sabemos que es opaco y corrupto, pero aún lo seguimos votando. No tengo una explicación a por qué la mayoría de la población de Estados Unidos se sigue viendo representada por ese hombre.” En esta historia falta el final feliz: “Las drogas son esencialmente aburridas y una pérdida de tiempo. Es tener la misma experiencia una y otra vez. Realmente, sustituyes las experiencias vitales por la droga; básicamente, reduces tus vivencias a una especie de anestesia química. Es tedioso, aterrador y deprimente. Al principio parece que funciona, te hace sentir mejor, más sociable, más echado para delante y con más éxito, y confortable. Pero, al final, la cuestión es que tienes suerte si no te mata o no mata a cualquier otra persona. Te dices que nunca más volverás a probarla una y otra vez. Cada mañana en la que te levantas enfermo, dices nunca más. Hay momentos terriblemente humillantes y descorazonadores, momentos clave, como presentarte delante de tus hijos totalmente drogado o quedarte dormido en una cena de Acción de Gracias por efecto de las drogas o el alcohol, o levantarte por la mañana y tener que dedicar tres horas a buscar tu coche porque no tienes ni idea de dónde lo has estacionado. Mi momento clave fue con la metadona: cuando tienes que viajar, te dan la cantidad necesaria. Recuerdo que tuve que hacer un viaje a Japón y, una semana antes de salir de gira, me dijeron que la ley allí impedía introducir ninguna sustancia. No podía cancelar la gira. Me armé de valor y viajé sin la metadona. No podía comer nada, tenía convulsiones, como un animal enjaulado y loco en la habitación. Fueron dos semanas de mono y ahí lo supe. Ahora estoy recuperado”.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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