Mar 05.02.2008
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MUSICA › ENTREVISTA A LA PIANISTA ZAIDA SAIACE

“Nunca pude aguantar más de ocho meses fuera del país”

Sus viajes por el mundo le permitieron sumar matices que se expresan en Tango novelle, el disco que mostrará en Notorious.

› Por Cristian Vitale

Podrían caberle varias, pero la de pianista universal es la definición más sólida para entrarle al mundo de Zaida Saiace. Razones sobran: se mueve como pez en el agua en esa frontera difusa entre la música clásica y la popular; puede arrebatarle pinceladas a Schubert o Bach y a la vez volver a embellecer viejos tangos de Astor Piazzolla; puede ensamblar con Gerardo Gandini y también con Fernando Samalea (uno de los invitados para los recitales que brindará el 14, 21 y 28 de febrero en Notorious); puede trabar duetos libres con Luis Borda o ajustarse a los cánones rígidos de la música de cámara. Y más: agotada de la ausencia de pianos en Argentina, Zaida encaró un largo viaje a Europa y allí permaneció durante doce años: becada por Mozarteum, editó en Francia el excelso Amores de Argentina, después internacionalizó a Salgán y Laurenz mediante Nouveau Tango y, ya instalada en Alemania, musicalizó –por encargo del Societatsttheater– la obra Nostalgias, Tango fur Vier, del dramaturgo Jorg Wolf. “Pude hacer mi camino, pero las que ganaron más guita fueron las compañías aéreas... fue un gran costo emocional y material”, se ríe ella, ahora cómodamente sentada en un bar de Constitución.

–¿Le gusta lo de “pianista universal”, no?

–Creo que me define en todo sentido.

Zaida, nombre de origen árabe, y Saiace, apellido calabrés, siguen agregando condimentos a su química cosmopolita. También el título de su nuevo disco –Tango novelle– que podría apelar tanto a su amor por la cultura francesa (Satie, Debussy, Ravel) como a sus vivencias en Erfurt y Colonia. Ella la define como “novela corta” y orienta: “Tiene que ver un poco con la ficción de los últimos doce años de mi vida, en los que estuve viviendo entre Argentina y Alemania. Iba y venía... si bien mi primer destino fue Francia, las cosas del azar hicieron que me instalara en Alemania. Me acuerdo de que llegué a poco de caer el Muro de Berlín y los de occidente me decían ‘¿Qué vas a ir a hacer al Este? No hay nada’. Fui percibiendo todo el proceso de reintegración del país y me parecía llamativo que los de Oeste ni se asomaran al Este”.

–¿Por qué la necesidad o la pretensión de vivir entre ambos países?

–Básicamente, la búsqueda de espacios internos y externos para poder concretar mi camino. Hay un dato fundamental: la falta de pianos en Buenos Aires implica un sufrimiento total, duro. Eso, más una conjunción de factores, me llevaron a buscar lugares en los que me pagaran por lo que quería hacer... no me refiero a trabajos por encargo o de música clásica.

Formada entre una familia de artistas y el liceo Franco-Argentino, el devenir de Zaida en Argentina fue precisamente tal: tempranos conciertos versionando a Chopin, Beethoven, Fauré y Brahms; acabada interpretación de Pierrot Lunaire (Arnold Schonberg); figura pionera del Centro de Experimentación del Teatro Colón y el rumbo hacia un lenguaje poco explorado, que le abrió las puertas de Europa. “Al querer buscar un lenguaje propio, que al principio no sabía muy bien qué era, los espacios se iban reduciendo. Tocar en Buenos Aires era tocar casi gratis. A partir de mi primer cassette (Diario de un pianista) pude mandar material afuera y encontrarme con la recepción de los alemanes”, relata sobre su “prehistoria” como librecompositora, que consuma en Tango novelle su carácter de “desnichada”. “Para componer me fui saliendo del nicho de la música clásica y luego del de la contemporánea. Siempre pensé que la composición se tenía que dar desde la máxima libertad posible, sin parámetros”, dice.

En el disco hay tres creaciones propias –“The right to be loved”, “Daricha” y “El retorno”, dedicada a Horacio Salgán– y el resto se reparte entre apropiaciones de Remo Pignoni (“Por el sur”), Carlos Guastavino (“Damián, de la calle Malabia”, “Casandra, de la calle Galileo”), Pablo Paredes (“Pregunto”) y, claro, Piazzolla, con dos versiones para la posteridad: “Luz y sombra” y la bellísima “Milonga sin palabras”, cuya melancolía derrapa hacia el fondo de las almas. “Me regaló la partitura Pablo Ziegler allá por los ’90, mientras armaba el cuarteto para el nuevo tango. La vi y dije ‘qué bueno esto para mezzosoprano y piano...’ y siempre tuve la fantasía de grabarla. Hubo una primera versión entre piano y cello que no funcionó, y después la pensé para contrabajo y piano.”

–La voz celestial de Lidia Borda le otorga un vuelo indescriptible...

–Sí. Pasó que la idea de la voz todo el tiempo no me gustaba, me parecía demasiado clásica para Piazzolla... fue un proceso de maduración que duró nueve años. Creo que hice justicia con un inédito.

–Dada su experiencia, ¿qué hay de cierto en eso de la frialdad alemana?

–En mi caso, un mito que se fue cayendo. Si bien Alemania fue como un desvío en relación con mi objetivo original, la comunicación con ese país terminó siendo desde un lugar esencial para mí. Igual nunca aguanté más de ocho meses fuera de Argentina... es un imposible.

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