MUSICA › A LOS 49 AÑOS, MURIO DANIEL “EL TUERTO” WIRZT
Tocó con Baglietto, grabó con Fito e integró un inolvidable trío con Spinetta y Marcelo Torres. Sufría un cáncer cerebral.
› Por Eduardo Fabregat
Verlo en escena llevaba siempre a la misma conclusión, esa frase admirada en medio de un show acompañada por un codazo al vecino: “¡Cómo toca el Tuerto!”. Daniel Wirzt era uno de esos bateristas propulsados a energía nuclear, capaz de darles y darles a los parches sin descanso, sin límite, sin reservar energías. Uno de esos instrumentistas que estuvo en el lugar preciso en varios títulos clave del rock argentino, nunca en el primer lugar del cartel, pero siempre allí donde se edifican las buenas bandas, en la base. Fue, sin dudas, uno de los grandes bateristas del medio local: Daniel Wirzt, “el Tuerto”, murió el viernes pasado en su San Nicolás natal, al perder la batalla contra un cáncer cerebral. Tenía sólo 49 años y un historial impresionante. No se trata de un término caprichoso: baste decir que Wirzt fue el responsable de la batería en Del ’63, Giros y el monumental Ciudad de pobres corazones de Fito Páez, y en el La La La de Fito y Luis Alberto Spinetta. El mismo Spinetta lo convocó para armar ese sauna de lava eléctrico que fueron los Socios del Desierto, esa isla de grupo que ideó el Flaco en el medio de su carrera solista de los últimos años.
Los reportes que llegan de los diarios del interior coinciden en señalar que Wirzt mostró inclinación por el ritmo desde su más tierna infancia, cuando se la pasaba golpeando cosas y armó una batería con latas de dulce de batata: el cuerpo para los tambores, una tapa para improvisar los platillos. En el barrio de Don Bosco todavía recuerdan las performances del Tuerto adolescente, imitando a The Beatles junto a sus amigos en el Teatro Municipal. Pero el mandato familiar debe haber señalado algo así como “de algo tenés que trabajar”, porque el Tuerto terminó obteniendo el título de técnico electromecánico en la ENET Nº 1 y comenzó a estudiar Ingeniería. Los estudios quedaron definitivamente a un lado cuando, en Rosario y junto a Juan Carlos Baglietto, el bajista Sergio Sainz, el tecladista Juan Chianelli, el percusionista y flautista Piraña Fegúndez y el guitarrista Beto Corradini, integró el grupo Irreal: no llegó a grabar aquel Tiempos difíciles (1982) de Baglietto que marcó el ingreso de la segunda trova rosarina a Buenos Aires, pero sí fue parte de la banda que acompañó a Fito Páez cuando éste despegó a su aventura solista.
Así, Wirzt fue testigo directo y partícipe necesario de la brillante trilogía inicial del tecladista y cantante, que sorprendió con Del ’63, confirmó sus virtudes con Giros y pateó violentamente el tablero con Ciudad de pobres corazones: en ese disco de pura adrenalina, el Tuerto pudo dar rienda suelta a su salvaje forma de tocar; pero además esos fueron los tiempos en los que Fito y Spinetta hicieron su único y glorioso disco conjunto, una relación que llevaría a la convocatoria posterior del Flaco para que Wirzt se convirtiera en Socio del Desierto. Los shows del Opera en 1997 confirmaron que el Flaco estaba dispuesto a poner los amplificadores al rojo, y que había enrolado al baterista ideal. Junto al bajista Marcelo Torres, el Tuerto conformó una base monolítica, pero no exenta de swing –“Cheques” es un buen ejemplo–, que demostraba que no era un simple aporreador de parches.
Atrás quedaron pasos en falso como La Sonora de Bruno Alberto, grupo que quiso montarse a la ola “divertida” de fines de los ’80 con Perez Troika (1987), el del infame “Tirá la goma”. En esa misma época puso sus manos al servicio de su hermano Manuel Wirzt para la grabación de En funcionamiento (1987) y Mala información (1989); Amor privatizado (1992), el segundo intento de La Sonora, pasó sin pena ni gloria. “Daniel era una persona muy al mango, muy activa, que estaba todo el tiempo creando personajes, vivía en una fantasía y en una creatividad constante”, dijo Torres ayer a la agencia Télam. “Como músico era extraordinario, un baterista potente como pocos a nivel mundial. Su manera de expresarse era tocar fuertísimo: entendía la música de una manera simple, pero contundente.” Quizá por eso seguía dando clases, viajando de San Nicolás al Gran Buenos Aires, pasando su propio método –incluso tenía su propia marca de palos, los Wirzt Sticks– a esos pibes que, en un patio cualquiera, imaginan que una lata de dulce puede ser un instrumento, y que un instrumento puede cambiar la realidad, aunque sea por un instante. Ese instante en el que uno le pega al codazo al de al lado y suelta, maravillado, otra vez: “¡La puta, pero cómo toca el Tuerto!”.
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