Sáb 12.04.2008
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MUSICA › RAMONA GALARZA Y UNA CEREMONIA CHAMAMECERA PORTEñA, EN EL ND ATENEO

“Yo nunca podría cantar otra cosa”

“La novia del Paraná” prefiere no alardear de su larga carrera, en la que llevó el chamamé por todo el país y el exterior.

› Por Karina Micheletto

Ella es “La novia del Paraná”, la mujer que abrió nuevos espacios para un ritmo históricamente relegado, y también discriminado, de una manera diferente: en los ’60 y ’70 llevó el chamamé a la calle Corrientes, y hasta al Lincoln Center y el Carneggie Hall. Pero, sobre todo, mostró que podía poner en juego en su voz toda la dulzura de la música de su provincia, toda una renovación para las formas tradicionales más concentradas en el grito del sapucay. Ramona Galarza sigue tan chamamecera como siempre, y su acento correntino se hace más marcado cuando se pone a hablar de la música que ama. Sigue siendo, también, una mujer muy bella, con cutis envidiable y la coquetería de no querer entrar en detalles de edades. Y sigue interpretando la música de Corrientes y del Paraguay, con presentaciones por el interior que son pequeños éxitos de público sin prensa de por medio. Ahora decidió mostrarse en un teatro porteño: hoy a las 21 presentará en el ND Ateneo (Paraguay 918) un espectáculo en el que oficiará de anfitriona, con invitadas como Teresa Parodi y María Ofelia y la danza del ballet Teruel.

Será un show dividido en bloques temáticos, donde Galarza presenta su tierra, los pueblos correntinos y sus habitantes, habla de la mujer y del género que la representa. Para pintar este paisaje recurre a canciones como “Bienvenido forastero”, “A mi Corrientes porá”, “Villanueva”, “Merceditas” o “Soy el chamamé”. Mientras habla de lo que significan para ella estas canciones, Ramona Galarza no tiene problemas en posar donde el fotógrafo le diga, en las escaleras de entrada de un edificio vecino a su casa, contorsionándose para asomarse a un hueco de hormigón, por ejemplo. Pronto sale alguien del edificio del barrio de Belgrano y espera a que terminen los flashes. “¿Le puedo dar un beso, Ramona? Mi novia es correntina y recién la llamé para contarle que usted estaba en la puerta de mi casa”, le dice un vecino con respeto. Así es como a Ramona se le vuelve a marcar la tonada, hablando del pueblo del interior de Corrientes donde nació la novia del muchacho.

Por más que se repitan las preguntas formuladas de distinto modo, es imposible lograr que la folklorista, que se llama Ramona Modesta Onetto Galarza e insiste en hacerle honor a su segundo nombre, hable de hitos o logros artísticos de su carrera. En su relato, más bien, todo parece un transcurrir afortunado de la vida, tan lógico y natural como la corriente del río. “Yo soy una convencida de que todo tiene su momento, se ve que yo tuve el mío”, dice cuando se le pregunta sobre el éxito que tuvo su primera grabación, Litoraleña, en los comienzos del “boom” del folklore de los ’60. Tendrá que llegar Víctor Sánchez Hernández, un amigo correntino, productor de este espectáculo, para poner en palabras algo de lo que hizo Ramona: “El gran logro de Ramona es haber sacado los prejuicios del chamamé, que se veía como una música de boliches donde la gente se emborrachaba y se peleaba. Ella hizo volar al chamamé, le dio alas. Lo llevó al Maipo, por ejemplo”.

“Ah, sí, el Maipo –recuerda entonces la cantante–. Eso fue en el ’67, ’68. Hicieron algo muy novedoso para la época: primero me filmaron a mí, como un videoclip. Arrancaba el show con la filmación y después aparecía yo y cantaba a la par de la imagen.” Entonces comenta como al pasar otra temporada en el Astral, donde integró el espectáculo Magia y misterio en el folklore, con artistas como Atahualpa Yupanqui. Nada más para decir de los cerca de 60 discos que grabó o las nueve películas en que participó.

Ramona Galarza no estudió música de chica ni tuvo familia de músicos, más allá de un padre aficionado que de joven salía con sus amigos a dar serenatas a las chicas. “Yo canto desde que tengo uso de razón. Cantaba en mi casa lo que escuchaba en la radio, hasta el día de hoy me encanta escuchar radio, duermo con la radio prendida”, cuenta. El guaraní sí lo aprendió en su casa, escuchando a su bisabuela y a su madre: “Por ahí me cuesta, pero trato de seguir sacando letras en guaraní, y siempre consulto un diccionario que tengo en casa. Voy perdiendo la lengua porque acá no tengo con quién hablar, pero aprovecho cuando vamos a actuar con las provincias para hablarlo con una amiga y uno de los guitarristas”.

–¿Cómo fue la llegada a Buenos Aires, a fines de los ’50?

–Mi padre era muy amigo de Herminio Giménez (reconocido compositor paraguayo), a quien habían convocado para ser el director musical de la película Alto Paraná, que se filmaba en Corrientes. “Y bueno, vamos a darle una oportunidad a esta chica”, le dijo. Así intervengo yo, en un pequeño papelito, canto “Kilómetro 11” y digo unas cositas. Después, todavía no sé cómo, convencí a mis padres para venir a Buenos Aires. El maestro Giménez tenía un amigo en la grabadora y podían hacerme una prueba. Cuando llegamos, el amigo de Giménez se había ido de la empresa y había entrado un nuevo director artístico, Fernando López. “Bueno, López, ella es la hija de un gran amigo mío, canta bien”, me presentaron. “¿Y con ese nombre va a cantar?”, me dijo López. “Sí, ¿por qué? ¡Si es mi nombre!” Ahí ya me salió la correntinada. Finalmente, López me escuchó y dijo que podía andar. Pobrecito, no sabía en qué se metía. El fue mi marido por 44 años...

–¿Y qué se sabía de chamamé en Buenos Aires en esa época?

–En ese momento el folklore estaba con todo, en Buenos Aires había un montón de peñas, pero nada que ver con lo que yo hacía. El mío era un folklore que ya había traído otra gente, como Tránsito Cocomarola, Ernesto Montiel, Tarragó Ros, Mauricio Valenzuela, Osvaldo Sosa Cordero, y muchos otros. Pero era como que estaba mal visto para algunos. ¡Cuántas veces me habrán dicho que cantara otra cosa! Y yo no podría cantar otra cosa: soy correntina y chamamecera desde la cuna.

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