Vie 11.11.2005
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MUSICA › “LAS BODAS DE FIGARO” EN EL CICLO DE BUENOS AIRES LIRICA

Comedia sobre sexo y poder

La genial ópera de Mozart y Da Ponte se estrena hoy con régie de Marcelo Lombardero y dirección musical de Guillermo Brizzio. Graciela Oddone y Víctor Torres encabezan un elenco de notables.

› Por Diego Fischerman

La ópera seria contaba historias de dioses o de reyes del pasado. Para los personajes del burgo estaba reservado lo buffo. Por eso resulta revolucionaria la ópera que Mozart y el libretista Lorenzo Da Ponte concibieron a partir de la pieza que Beaumarchais había escrito como continuación de El barbero de Sevilla. Las bodas de Figaro, estrenada en Viena en 1786, al principio odiada por la nobleza de esa ciudad y más tarde admirada, entre otros, por Stendahl, es la primera obra que trasciende las convenciones de superficialidad del género y construye una verdadera comedia moderna, donde los personajes no están concebidos sobre la base de estereotipos sino como individuos complejos y con personalidades claramente delineadas.
“Lo primero que pensé cuando empecé a elaborar la concepción de esta puesta fue en los condicionmientos históricos de la obra vistos desde hoy”, dice Marcelo Lombardero, régisseur de la presentación escénica que se estrenó ayer cerrando el ciclo de este año de la asociación Buenos Aires Lírica. Con nuevas funciones mañana y el próximo viernes 18 a las 20 y el domingo 20 a las 18, Las bodas de Figaro se presenta en el teatro Avenida (Av. de Mayo 1222) con un elenco encabezado por los excelentes Graciela Oddone y Víctor Torres. Junto a ellos participan dos grandes figuras de la lírica local, el tenor Ricardo Cassinelli como Don Basilio y el barítono Gui Gallardo en el papel de Don Bartolo. Nahuel Di Pietro como Figaro, Ana Laura Menéndez como Susanna, Mariana Rewerski en el papel de Cherubino, Marcela Pichot como Marcellina, Carlos Sampedro como Don Curzio, Juan Barrile como Antonio, Vanesa Aguado Benítez en el papel de Barbarina y Nora Plaza y Diana Flood como campesinas completan el reparto. La ópera subirá a escena con dirección musical de Guillermo Brizzio, diseño de escenografía de Diego Siliano, vestuario de Luciana Gutman e iluminación de Horacio Efron.
Lombardero, también director artístico del Teatro Colón y más que preocupado por la situación aún irresuelta que mantiene a ese teatro cerrado, había contraído el compromiso de dirigir este título el año pasado, cuando mal podía imaginarse al frente de la programación del Colón y, mucho menos, que este estuviera con las puertas cerradas. A pesar de lo difícil de la situación decidió, entonces, respetar la palabra empeñada. “El contenido social, lo que refiere en el original a la lucha de clases, el derecho de pernada, hoy es un cuentito de hadas”, reflexiona. “No es que eso no esté en esta puesta pero me interesó remarcar todo lo que esta obra tiene de sexualidad explícita. Aquí hay situaciones sexuales y sensuales; es una ópera que habla de cómo el sexo se vale del poder y el poder se vale del sexo.”
Las bodas de Figaro ocupa una posición central dentro de la producción operística de Mozart y, en particular, dentro del genial último ciclo. Con dos singspiel (El rapto en el serrallo y La flauta mágica y dos óperas serias (Idomeneo y La clemenza di Tito) en los extremos, el núcleo está conformado por las tres obras que escribió con Lorenzo Da Ponte, Las bodas..., Don Giovanni y Cosi fan tutte. Allí cristaliza la idea –que Da Ponte, en sus Memorias, atribuye por entero a Mozart– de utilizar las comedias como terreno para plantear temas serios y, sobre todo, para bucear en la psicología de sus personajes. “Un riesgo de la comedia es que es un terreno donde la gente intenta hacerse la graciosa. El humor es algo serio y la gracia tiene que ver con que hay situaciones graciosas, no con hacer un esfuerzo para parecer divertidos”, dice Lombardero. En cuanto a la época y circunstancias elegidas para ubicar la acción, el régisseur afirma que “si hay una ópera rococó es, precisamente, Las bodas de Figaro, con sus campesinos bajo los árboles, sus escenas galantes. En este caso no buscamos reproducir esa época pero sí utilizar elementos diversos que la evoquen. Es una especie de neorrococó, que apela un poco al clima de algunos cuadros de Watteau. El vestuario y la escenografía no remiten a una época en particular, ni 1786 ni 2005, pero poseen datos que fijan puntos de referencia en los finales del siglo XVIII”.

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