Aymama, en realidad separado entre la “y” y la “m”, es una vaga expresión de presunto origen italiano que puede significar varias cosas: una puteada, una exclamación de asombro o desconcierto. En concreto, es un nombre que este trío de jóvenes mujeres –promedio 28– le robó a la infancia de una de ellas (Florencia Giammarche) y resolvió un problema existencial: bautizar a su grupo de folklore. “Poníamos un nombre tentativo, se nos agujereaba el zapato a la cuadra y volvíamos a pensar otro... tocábamos en vivo, y mandábamos urnas para que la gente votara alguno”, se ríe Paula Suárez, la pianista. Después, vinieron las interpretaciones. Alguien sugirió que la palabra tendría algún ascendente ¡aymara! y matriarcal y que ellas lo ameritaban por una simple cuestión de género: sus composiciones generaban extrañeza en el otro. “El problema con el nombre es que es una marca, un viaje de ida. Una vez que se instaló, ya está: no hay vuelta atrás”, redondea Suárez.

Aymama (Giammarche, Suárez y la percusionista rionegrina Mora Martínez) es un prometedor trío de folklore que, en apenas dos años de existencia, logró llamar la atención a un productor (Raúl Colombo), grabar un muy buen disco (Folclore Argentino) editado por Aqcua Récords, presentarlo tres veces y encarar la primera gira nacional. Todo así de rápido. “Nuestra búsqueda no es una cosa onda `tres-mujeres-que-hacen-folklore’, es una secuencia y nada más. No hacemos de eso un logo”, aclara Martínez

Folclore Argentino es una renovada visión sobre el género que revisita ciertas gemas del acervo (“Campo afuera”, de Carlos Di Fulvio; “Chaya de la albahaca”, de Tejada Gómez y Cuchi Leguizamón, “Canto al Río Uruguay”, de Ramón Ayala) pero sostiene su columna vertebral sobre la base de composiciones propias: todas de Paula. “Hasta ahora hacemos solo temas de ella, porque no nos deja hacer los nuestros –se ríe Florencia–. Ella propone y nosotras, si nos gusta, los tomamos. Hay mucho debate y, después del okey, empiezan los arreglos donde, aquí sí, cada una pone lo suyo.” No debe ser tarea simple: las tres, pese a la edad, vienen con una mochila gorda detrás. Mora, llegada de General Roca hace diez años con el fin de estudiar fonoaudiología, terminó graduándose como musicoterapeuta, dando clases de música y canto, y ganando millas como parte de tres grupos de percusión: Odudwa, Iyamba y Contumancia. Florencia, guitarrista, se formó con –nada menos– Juan Falú, Juan Quintero y Nora Sarmoria; e integró Kamisaraki y Yerba buena. Y Paula, pianista, se formó desde niña en el Conservatorio Provincial de música Alberto Ginastera de Morón, trabajó con Beto Satragni y Jorge Marziali y editó –como parte del dúo Araca Gurí–- el disco Otra cosa es con guitarra.

–¿Qué importancia le dan a la formación académica? Muchos músicos se dejan dominar por otra cosa ligada a la intuición o a la magia de componer, y desprestigian el conservatorio...

P. S.: –Para mí es de mucha utilidad. La verdad es que sin esa formación no sé cuál sería nuestro techo hoy. No sé, el estudio es una herramienta que te abre puertas, siempre y cuando no te domine.

F. G.: –Es muy abarcativo, porque para mí el estudio implica desde ir a un profesor hasta ir a conocer un lugar, y así. Es relativo.

–En sus composiciones hay un rasgo central: se mueven entre la tradición y el modernismo. ¿Lo viven como una tensión?

P. S.: –Es muy amplio para discutir. Desde el ritmo, que es la columna vertebral del género, no se puede modificar nada. Pero es cierto que hay maneras de buscar otras formas... en nuestro caso no es así: respetamos bastante las raíces.

M. M.: –Para nosotras no hay tensión. No existe eso. Las tres hemos pasado por distintas músicas y todo ese bagaje está en nuestras mochilas. Es inevitable que aparezca. En un momento, se hablaba de aires de renovación pero nosotras lo que hacemos es, desde nuestro posicionamiento actual, no renegar de lo tradicional. Al contrario: queremos que suene criollo. Tal vez haya giros desde lo armónico o desde los fraseos que, sin embargo, no escapan a la criollez.