LITERATURA › ENTREVISTA AL HISTORIADOR CANADIENSE YAKOV RABKIN
El especialista en historia judía contemporánea vino a presentar Contra el Estado de Israel, un libro polémico que invita a discutir sobre el sionismo. “El debate es entre nacionalismo étnico y nacionalismo de Estado”, plantea.
› Por Silvina Friera
El historiador canadiense Yakov Rabkin cuestiona los mitos y creencias con los que se nutre el antisemitismo, pero también separa las aguas que mezclan y confunden el judaísmo y el sionismo. Y lo hace con un libro polémico, Contra el Estado de Israel (Martínez Roca), a pocos días del sesenta aniversario de su creación (el 14 de mayo de 1948), que presentó en la Feria del Libro. “El movimiento sionista y, más tarde, la proclamación del Estado de Israel, provocaron uno de los mayores desgarramientos de la historia judía –escribe Rabkin–. Una mayoría indiscutible de los que mantienen e interpretan la tradición del judaísmo se oponen desde el inicio al nuevo proyecto de sociedad, al nuevo concepto de judío, a la inmigración masiva en Tierra Santa y al uso de la fuerza para establecer ahí su hegemonía política.” En la entrevista con Página/12, el historiador de la Universidad de Montreal cuenta que no escribió el libro –traducido a siete idiomas, curiosamente ha sido publicado en árabe en Beirut, pero aún no fue traducido al hebreo– pensando sólo en la comunidad judía sino en mucha gente que quiere entender lo que está pasando. “El problema es que Israel utiliza la fuerza; ahora no hay Irak, hay Irán, mañana habrá Pakistán, pero dónde se va a terminar el deseo de controlar a sus vecinos. En la tradición judía es fuerte el que puede hacer de su enemigo un amigo. Eso Israel no lo hace”, subraya este especialista en historia judía contemporánea.
–¿Mucha gente teme criticar al Estado de Israel por ser considerada antisemita?
–Sí, hay que aprender a distinguir entre oposición al sionismo y oposición al Estado de Israel como Estado sionista, y oposición a los judíos o al judaísmo. Hay que diferenciar entre los que se oponen a la estructura sionista del Estado, que teóricamente pertenece a los judíos del mundo, y los que quieren destruir físicamente a sus habitantes. Cambiar la estructura del país no quiere decir necesariamente destruir o masacrar a millones de personas.
–¿Cuál es su posición respecto de la existencia del Estado de Israel?
–Escribí este libro como historiador, no fue mi propósito tomar posición respecto del sionismo–antisionismo, pero me parece una situación trágica. Hace más de sesenta años que hay conflictos, guerra, terrorismo. No puede haber paz sin justicia. Un historiador israelí, Benny Morris, que escribió sobre la limpieza étnica de Palestina, dijo que aunque hubo limpieza étnica, no fue suficiente como en América, por eso tenemos un problema. Una manera de combatir la violencia es tratar de encontrar una solución justa. Yo no pienso que el Estado de Israel sea ilegítimo; es el único Estado creado por las Naciones Unidas, pero contra la voluntad de los países de la región. Esa fue una idea soberbia que puso a Israel en una impasse que dura hasta hoy. Israel gana todas las guerras, pero nunca gana la paz.
–¿De qué manera se podría alcanzar esa paz?
–La solución está en manos de israelíes, árabes y palestinos. Yo puedo ayudar en el debate sobre Israel, en la visión occidental de Israel, y en este sentido mi libro puede ser útil. Si quiero que el debate sobre Israel prospere, no hay que ligarlo con la historia del antisemitismo y la Shoá, porque entonces el debate sería imposible. Como dijo el primer ministro Ehud Olmert, si no se crea el segundo estado palestino, vamos a tener un estado común con los palestinos, y yo que vivo en el estado de Québec (Canadá), donde convivimos todos los grupos juntos, no me parece terrible tener un estado en común. El libro plantea una problemática mucho más general: ¿Queremos vivir bajo un nacionalismo étnico exclusivo o queremos vivir en sociedades pluralistas? En realidad, el debate es entre nacionalismo étnico y nacionalismo de estado. No es un accidente que Israel hoy movilice mucho apoyo en los círculos más derechistas del mundo, aunque el país fue creado supuestamente por socialistas. El hecho de que Bush, Berlusconi o Sarkozy sean los mejores aliados de Israel debería indicarnos algo.
–¿Cuándo se produjo esta derechización?
–Un colega mío de la Universidad Hebraica, Zeev Sternhell, que escribió un libro sobre los mitos fundadores de Israel, plantea que el movimiento sionista, que era profundamente nacionalista, utilizó los medios socialistas para ocupar la tierra, pero ni Ben Gurión ni sus aliados creían en un Estado socialista. Sternhell hace unas piruetas intelectuales interesantes y dice que no sabe cómo llamar a este movimiento. No puede llamarlo nacionalsocialista, porque el término quiere decir algo muy diferente, pero acepta denominarlo socialismo nacionalista. En realidad la idea de tener un Estado étnico, exclusivo, siempre es una idea de derecha, cualquiera sea la vestimenta que vaya a usar. El Estado de Israel fue creado por socialistas, pero Ben Gurión aceptó muchas ideas de derecha. Hoy ya no es posible ser sionista de izquierda, es como un oxímoron.
–Saramago dijo que la realidad de Palestina era comparable a la de los campos de Auschwitz. ¿Está de acuerdo?
–Genocidio es un término que se define por la intención de destruir por completo una entidad étnica o nacional, y no me parece que el Estado de Israel abiertamente haya declarado esta intención, aunque muchos sionistas quisieran que los árabes desaparezcan. Genocidio es un término un poco exagerado e incendario. Claro que hay discriminación y matanzas de palestinos; es horrible todo lo que está pasando, pero no es genocidio. El escritor Amos Oz dijo que tenemos una barra moral muy baja: todo lo que es mejor que la Shoá es correcto. La Shoá no es el único criterio; no se necesita construir campos de concentración para hacer algo inhumano.
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