Vie 25.07.2008
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LITERATURA › ENTREVISTA A LA ESCRITORA PERLA SUEZ

“No tener identidad es la tragedia de los argentinos”

En su último libro, La pasajera, la autora apuesta a la ficcionalización, por un camino oblicuo y sugerente, del clima asfixiante de la última dictadura. “¡Cuántas veces en la vida no podemos ponerle palabras al dolor!”, señala Suez.

› Por Silvina Friera

A la escritora cordobesa Perla Suez le gusta “mariposear” por Buenos Aires cada vez que llega para visitar a amigos, pasear o promocionar un nuevo libro. “Soy muy nómada, me gusta mucho viajar, pero cuando escribo una historia, soy una ermitaña”, cuenta la autora de La pasajera (Norma), novela que atraviesa y surca la vida de una vieja y resentida sirvienta, Tránsito, que ha trabajado durante más de cuarenta años, junto a su hermana Lucía, en la casona de un almirante, en las barrancas del río Paraná; un patrón que supo decir, entre otras cosas, “vamos a aplastar a esos hijos de puta”, “no paramos nunca: cuando no hay que limpiar adentro, hay que limpiar afuera”. A principios de abril de 1979 y a los 67 años, su patrón ha muerto y Tránsito no se conforma, “quiero otra cosa para mí”, dice, y busca escapar de ese encierro, de la aspereza de una existencia que, a pesar de la cercanía con el río, nunca supo lo que es “nadar en la abundancia”. Tanta rabia contenida, tanto “negra roñosa” acumulado en el alhajero polvoriento de su cabeza, provoca un estallido. Una ruptura. Tránsito mata a la señora. Pero el crimen es apenas una escena más, quizá, incluso, la de menor importancia en esta narración que fluye por las complejas aguas de la identidad.

En un bar del barrio de Palermo, la escritora acaricia de tanto en tanto un ejemplar de La pasajera, que puso sobre la mesa para que PáginaI12 la reconociera. “Escribir es un acto íntimo, pero no creo que sea tan aislado. Cuando el escritor se mete en ese acto tan subjetivo y personal, se está metiendo en un mundo que le pertenece porque hay un compromiso fundamental con la realidad en la que vive. El punto de vista del escritor no es el de mostrar la realidad como aparece porque la literatura no es historia –aclara Suez–. La ficción es un mundo de alquimias, de exploración, que nos permite navegar por aguas profundas o no, equivocarnos, salir a flote de nuevo y pelearla desde adentro de la palabra. Creo mucho en el lenguaje, en la necesidad de luchar contra las banalidades de la lengua y poder siempre posicionarse en otro lugar. Para escribir una novela o un cuento no podría decir cuál es el camino. Yo parto del no sé. Yo no sé adónde voy ni qué quiero contar; tengo apenas algunos atisbos o indicios con los que voy trabajando. Y me equivoco y tropiezo.”

Tan elíptica como potente, la escritura de Suez cala muy hondo en su apuesta por ficcionalizar, oblicuamente, el clima ominoso y asfixiante de la última dictadura militar con pequeñas escenas domésticas, con frases tan austeras como sugerentes. Como cuando Tránsito le dice a la patrona: “mejor que no aceptó adoptar ese gurisito que le había conseguido”, una alusión que sobrevuela, en pocas palabras, el tópico de la apropiación de menores. “Soy larguera para hablar y cortita para escribir”, bromea la autora de la Trilogía de Entre Ríos, integrada por las novelas Letargo, El arresto y Complot, por la que acaba de obtener el Premio Grinzane Cavour. La escritora señala que el disparador de La pasajera proviene de sus lecturas. “Estaba releyendo a Juan L. Ortiz, gran poeta del río. Siempre voy a él como voy a los clásicos. No hay una preceptiva para llegar a la escritura de una novela, pero lo que sí manda en mi caso es la lectura de los buenos libros. La imagen primera que tengo es el río. Siempre me encuentro entre ríos; me crié en Entre Ríos, en Basavilbaso, y creo que en la ficción nunca he podido salir de eso que en la época en que yo era una niña era una isla. Ando siempre entre Oriente y Occidente, porque también en la escritura me muevo así.”

Después de la imagen inicial del río, Suez vio una canoa y a una mujer, la vieja Tránsito, llegando de las islas del Delta sin nombre. “No quería contar la época de la dictadura militar porque siempre la historia es mucho más fuerte que lo que se pueda llevar a la ficción. Querer ficcionalizar un hecho tan duro y cruel que nos ha pasado a los argentinos es difícil, pero tampoco quería evitarlo”, admite. “La escritura es un desafío: uno nunca sabe hacia dónde va, pero lo que vale es arremeter. El escritor está siempre luchando contra las banalidades de la lengua, contra los lugares comunes, contra los clichés. Aunque me encasillan dentro de una escritura minimalista, yo misma me sorprendo. A veces con pocas palabras puedo decir algo más sensato y sugerente. Me interesa que lo que escribo sea sugerente y permita al lector meterse en la narración desde su propia mirada.”

–¿Cómo fue ese trabajo de ficcionalizar la dictadura?

–Además de lo que nos pasó, que es lo más terrible que le puede pasar a un pueblo, tener una dictadura que mató, que hizo desaparecer a gente, a mí me preocupa saber qué podía haber dentro de las familias donde se cocinaban las cosas más terribles y sucias, qué pasaba en esta familia con dos criadas y un chofer, qué cosas asimiló de esta tragedia una mujer que calló durante tanto tiempo que estalló de una manera brutal. ¿Por qué la mata a la señora? Es lo menos importante de la novela, porque en realidad ése podría ser el fin. Me parece que con ese crimen se abre la historia. Quizá esta novela, así corta como la ves, me dio mucho más trabajo que la Trilogía. Los espacios que dejé en blanco invitan al lector a hacer dibujos, a garabatear, a completar; es como si el blanco empezara a morder las palabras, cosa que ocurre al revés en la Trilogía, que pareciera que las palabras son las que muerden y dejan para la evocación el espacio en blanco. El chofer del almirante, un personaje secundario que participó en las horas sucias de la dictadura, dice que ha hecho de todo. Hay otro indicio de la dictadura en la novela, cuando Tránsito le reprocha a la muerta y le dice que menos mal que no tuvo un hijo, qué suerte que no aceptó el gurisito que le ofrecieron. Ahí está la apropiación de los niños, en dos palabras. No quise decir más nada.

–¿Por qué cuando se evoca la escena en que la madre habla con Lucía en voz baja y le cuenta el secreto sobre el origen de Tránsito, que es testigo de esa escena, ella no intenta averiguar?

–Tránsito no quiere saber, ni la hermana se lo quiso decir ni ella quiso averiguar. ¡Cuántas veces en la vida no podemos ponerle palabras al dolor!, es como si intuyéramos que nos ha pasado algo. Tránsito todo el tiempo habla de la madre y recuerda que la madre le dijo que la parió en una canoa. ¿Pero ese recuerdo es real o a veces en los recuerdos mezclamos la ficción? Luis Buñuel dice en su autobiografía que la memoria es muy relativa, que cuando recordamos algo siempre estamos ficcionalizando, que nunca recordamos cómo fue sino cómo quisiéramos que fuera. La exploración que permite la literatura es el privilegio más grande que puede tener un escritor. Lo que uno puede hacer, ese granito de arena que se puede aportar, es subir un escaloncito más en esa búsqueda. La literatura no está separada de lo social, por eso me niego a creer que el escritor es un ser que está aislado. Aunque necesito del silencio, cuando trabajo estoy muy bien acompañada de todo este mundo que me pertenece, pero que a su vez deja de pertenecerme una vez que los personajes empiezan a andar y establecen su propia autonomía.

–¿Por qué la novela tiene una estructura teatral, separada en dos actos?

–Quise jugar al teatro con la novela bien plantada. ¿Qué pasaba si entrecruzaba sutilmente géneros? Y fui más allá porque si hubiera sido planteada sólo como una estructura teatral, hubiera puesto el reparto al comienzo, pero yo lo puse al final, como en el cine. También tengo una formación cinematográfica; yo aprendí mucho con los cineastas de Santa Fe, que me enseñaron a leer las imágenes de otro modo. Trato de que la escritura se visualice, tengo que ver las escenas, los puntos de vista, en qué profundidad de campo estoy, dónde estoy situada en relación con el personaje. Si viene caminando Tránsito, a qué distancia como narradora estoy de ella, desde dónde la miro.

–¿En esta historia aparece más subrayado que en la Trilogía el componente trágico?

–Sí, lo trágico aparece de otra manera. Lo único que tenía claro es que detrás de Tránsito había una tragedia que está implícita en su propio nombre. El nombre no tiene género porque puede ser un hombre o una mujer. Empecé a jugar con el tema de la identidad y ese vaivén de la canoa en el río me acompañó todo el tiempo; la ambivalencia del personaje, quién soy, de dónde vengo... Esta pregunta filosófica de los primeros tiempos del hombre, de la condición humana, es trágica porque sabemos que tenemos un límite y que estamos de paso. Pero no quería hacer una lectura tan directa, ¡ah la pasajera, claro, Tránsito!, por eso me interesó complejizarla. En un momento de la novela hay una pasajera que sube a un ómnibus y se va la frontera. Probablemente es su madre que la dejó abandonada en los baños de la terminal. Ese es el secreto que sabe el lector, pero no sabe ella. No saber quién sos, no tener tu identidad, es una tragedia que nos involucra a todos los argentinos. En toda la historia de la literatura estuvo siempre la problemática de la identidad. Y la seguimos buscando.

–Y en su caso, como escritora, ¿también sigue buscando su identidad?

–Los escritores estamos siempre en tránsito, buscándonos. El día que dejemos de buscarnos, que creamos que nos encontramos, estamos perdidos. Si creo que escribo bien, para qué voy a seguir escribiendo. Lo más apasionante, lo que sostiene a la escritura como oficio, es cierta inquietud que te mueve a buscar, a pararte en un lugar que no sea seguro. La escritura es un lugar muy inseguro y me parece maravilloso que así sea. Esa inquietud tiene que ver con la realidad social y el compromiso que uno tiene con esa realidad. No existe el escritor descomprometido. El compromiso está en lo que contás. Pero esto no quiere decir que haya una preceptiva. Me cuesta aceptar las recetas en cuanto a cómo se escribe un cuento o una novela, que es propio de los talleres literarios. Yo le temo a eso. Es tan maravilloso el campo de la lengua... Yo estoy en una búsqueda constante, y a pesar de que tengo unos cuantos años, aunque no se noten, lo interesante de la escritura es la experimentación, poder explorar, arriesgar. El día que tenga la cosa sabida, me parece, no voy a escribir más.

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