LITERATURA › ENTREVISTA AL ESCRITOR BOLIVIANO EDMUNDO PAZ SOLDáN
En Palacio Quemado, su última novela, el protagonista es un historiador que alquila su pluma al mejor postor y escribe los discursos del presidente. La trama le sirve a Paz Soldán para reflexionar sobre el proceso que precipitó el cambio político en su país.
› Por Silvina Friera
Durante mucho tiempo, el escritor boliviano Edmundo Paz Soldán soñó con dedicarse a la política. No desde la militancia en un partido, aclara, sino como analista político en un periódico. En 1985 llegó a Buenos Aires y se hizo hincha de Boca mientras cursaba la carrera de Relaciones Internacionales. Pronto se dio cuenta de que quería escribir ficción. Empezó a bosquejar un camino que lo llevó de los cuentos breves a las novelas, hasta que en 1988 fue a estudiar a los Estados Unidos –donde reside actualmente– y casi sin darse cuenta la literatura fue desplazando ese viejo sueño. No del todo, claro, porque en muchas de sus novelas, como en la última Palacio Quemado (Alfaguara), la narración se transforma en un espacio donde emergen las relaciones “perversas” entre el poder y los intelectuales, entre la política y la violencia. Sin comprometerse con los colores de un partido –como muchos otros aprendió que lo mejor era “picotear” tanto de la centro-izquierda como de la centro-derecha–, Oscar es un historiador que alquila su pluma al mejor postor y escribe los discursos del presidente, Canedo de la Tapia, en un período de huelgas y protestas callejeras. Fascinado con las bambalinas del poder, poco a poco pone las palabras al servicio de la justificación de una nueva ley impositiva aprobada por el gabinete de ministros. Pero la Central Obrera rechaza al gobierno al grito de “fusil, metralla, el pueblo no se calla”. Aunque su misión consiste en amortiguar los ánimos exaltados del pueblo, ingresar en las entrañas de la casa de gobierno boliviana tiene sus costos: perder perspectiva crítica, autonomía. Pero mientras escribe para Canedo, Oscar alcanzará a comprender las razones que llevaron a su hermano a suicidarse treinta años atrás.
Palacio Quemado es una novela en la que Paz Soldán captó las transformaciones profundas que se avecinaban en la política de Bolivia. “Quería que hubiera un retrato de la clase media bien intencionada que admitía que había que cambiar las estructuras profundas del país, pero que a la vez trataba de que se postergaran esos cambios porque sabía que inevitablemente iba a conllevar una pérdida de su peso político. Quieren cambiar, pero no están muy decididos a hacerlo”, plantea el escritor boliviano en la entrevista con Página/12.
–¿Cómo hizo para “anticipar” la llegada de Evo Morales a la presidencia?
–Eso es bien curioso, porque escribí la novela entre 2004 y 2005. En ese momento estaba Carlos Mesa en el poder y todavía tenía un par de años de mandato, que luego se acortaron. Lo que fue muy raro es que cuando ya había entregado el manuscrito de Palacio Quemado, a fines de 2005, Evo ganó las elecciones y asumió en enero de 2006. Mi novela salió a mediados del 2006, entonces muchas cosas que se leyeron en la novela como que si las hubiera dicho cuando cambió el modelo y subió Evo, ya estaban escritas antes. Yo quería leer la crisis del segundo gobierno de Sánchez de Lozada, que terminó con más de 60 muertos, como el fin del modelo neoliberal en Bolivia. Ya Carlos Mesa anunciaba la transición hacia otra cosa, el modelo ya había explotado por dentro. La idea de la novela era convertir eso en una especie de final simbólico.
–¿Escribió discursos políticos alguna vez?
–No, nunca. Lo más curioso es que la gente piensa que he estado metido en política, y de hecho hubo un rumor en Bolivia y hace un año me preguntaron si yo escribía discursos para Evo. Y me sentí un poco ofendido porque Evo improvisa (risas). Y el secreto de su éxito y de sus errores es que Evo dice cosas intempestivas todo el tiempo. Pero tengo amigos escritores en Bolivia que han escrito discursos para otros presidentes, y cuando contaba esta novela en Perú, Chile o en México siempre tenía otros amigos escritores que me decían: “Ah, como fulanito”, y eso me relevaba la relación estrecha que ha existido siempre entre los intelectuales y el poder en América latina. Era el tema de fondo que me interesaba explorar.
–¿Cómo analiza esa relación?
–La veo como una relación perversa. Octavio Paz decía que a América latina le faltaba un pensamiento crítico. Y creo que parte de la explicación tiene que ver con el hecho de que a los intelectuales latinoamericanos les ha costado cortar amarras con el poder. La relación es bien ambivalente. Siempre ha habido escritores con una gran independencia política, que han sido capaces de luchar por sus ideas y que han mantenido una distancia muy sana con respecto al poder. Y lo han criticado. Pero uno de los gestos más típicos es criticar, pero a la vez estar fascinados por ese poder. Y a los políticos les interesa cooptar a los intelectuales. Quizás el caso paradigmático de esta ambivalencia es García Márquez. El otoño del patriarca es una de las mejores novelas sobre la corrupción del poder en América latina. Pero García Márquez no pudo mantener esa lucidez en su vida diaria. Todos sus justificativos respecto de su relación con (Fidel) Castro siempre han hecho agua.
–¿Alguna vez intentaron cooptarlo en Bolivia?
–No directamente, nunca recibí un llamado. Pero a veces cuando voy a Cochabamba me preguntan si estaría interesado en meterme en política, y una de las cosas que siempre he respondido es que parte de mi credibilidad, si puede llamarse así, como escritor, tiene que ver con el hecho de que en todos estos años me mantuve al margen. Y eso me ha dado libertad para poder criticar a Sánchez de Lozada y a Evo. Uno nunca puede decir nunca, pero escribí mucho sobre la situación política boliviana para periódicos en el exterior, y de alguna forma siento que perdería mucho si participara en política. Ahora, si de verdad me llamaran y me apasionara la política, mandaría todo al diablo, pero la política no es algo que me tiente lo suficiente. Me tienta más la posición del escritor o del intelectual que trata de entender lo que está ocurriendo en su país.
–¿Pero qué pasaría si le ofrecieran ser ministro de Cultura?
–(Piensa.) Creo que el problema de los intelectuales en Latinoamérica, y espero no comerme estas palabras algún día (risas), es que sentimos que a veces las palabras no son suficientes y buscamos influir en el curso de los acontecimientos. Pero de verdad pienso que escribir es una de las formas más intensas que tenemos de relacionarnos con la política. A veces tenemos una idea muy limitada de lo que significa la política, y esa idea limitada es ser político. Lo que no me interesa es la indiferencia política, pero para mi temperamento, la forma adecuada que he encontrado, casi por accidente, ha sido la reflexión a través de ensayos, crónicas o novelas. En mis novelas la política ha aparecido de manera casi obsesiva.
Paz Soldán reconoce que esa obsesión se fue agotando. En febrero publicará en España su nueva novela, Los vivos y los muertos, ambientada en un colegio norteamericano. “Ni siquiera hay personajes latinos –anticipa el escritor–. Es una novela sobre la psicopatología de la violencia en la vida cotidiana en los Estados Unidos. Es mi primera novela no ambientada en Bolivia. Lo que siento que ha pasado es que desde la llegada de Evo al poder ha habido tanto interés en los medios por lo que está ocurriendo en Bolivia que he estado escribiendo muchos artículos, ensayos y crónicas para entender la situación boliviana, y de alguna forma me he saturado del tema. Me parece que la ficción se me ha convertido en un escape de tanto estar metido en el día a día de Bolivia.”
–¿Qué cuestiones le interesan del proceso que encabeza Evo en Bolivia?
–El cambio era necesario. En los últimos quince años se hicieron muchos esfuerzos para que haya una mayor inclusión social y que grupos tradicionalmente excluidos de la toma de decisiones tuvieran un mayor peso político. Con Evo eso se revitalizó, y es una de las mejores cosas que le ha pasado a la política boliviana. La foto oficial del poder es mucho más representativa de lo que es hoy Bolivia. También creo que la forma en que se aplicó el modelo neoliberal en Bolivia fue salvaje y la recuperación de la soberanía nacional a través de ciertas decisiones como la nacionalización del petróleo ha sido muy positiva.
–¿Qué aspectos de la política de Evo considera erráticos?
–No se puede hacer una revolución sin incluir las demandas de Santa Cruz, que en este momento es el departamento más poderoso económicamente; un departamento que tiene una idiosincrasia diferente a la región andina. La gente piensa que Bolivia es un país andino, pero más de la mitad del país pertenece a la cuenca del Amazonas, al trópico. Santa Cruz tiene un peso político que no está acorde con su influencia en la economía nacional. Hacer esta revolución etnopopulista de Evo, una revolución de izquierda en la que los indígenas tienen un mayor poder en la toma de decisiones, era algo que se tenía que hacer hace mucho tiempo. Pero a Santa Cruz hay que darle un mayor peso político, y creo que ese es un error de Evo.
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