LITERATURA › ENTREVISTA CON ANNIE PROULX, AUTORA DE BROKEBACK MOUNTAIN
En su primera visita a la Argentina, la escritora estadounidense confiesa que se sintió abrumada por el impacto generado por la película Secreto en la montaña, basada en su cuento. Empezó a publicar tarde y, a los 73 años, subraya: “Necesito retirarme para escribir”.
› Por Silvina Friera
A veces la popularidad es una mochila pesada que aplasta y supera a quien intenta sobrellevarla. La autora del cuento Brokeback Mountain, traducido como Secreto en la montaña, que fue llevado al cine por Ang Lee, no reniega del amor que profesa por los vaqueros Jack y Ennis, esas criaturas que parió durante seis semanas de intensa escritura. Pero el impacto que generó la película protagonizada por Heath Ledger y la demanda de entrevistas abrumaron a la escritora. La exposición interfería con su trabajo, le mordía horas a su escritura, que es su modo de respirar y de estar en el mundo. Un día decidió “retirarse” y no dar más notas. Ella quería continuar hurgando en el aire de Wyoming historias y leyendas, tan ásperas y hondas como el paisaje, que recoge obsesivamente desde que decidió dedicarse a la ficción. Lo hizo en la madurez, después de haber criado cuatro hijos y de descubrir, en su tercera y última separación, que no estaba hecha para el matrimonio. Annie Proulx, una de las mejores cronistas de la vida rural norteamericana, visita por primera vez la Argentina, invitada por la Embajada de Estados Unidos. Habla despacio y mide cada palabra que elige como si estuviera escribiendo un relato brevísimo y condensado en cada respuesta. Tiene 73 años y muchas expectativas. No sólo literarias. La principal, confiesa horas antes de presentarse hoy a las 18 en la Feria del Libro, “es poder comer un bife delicioso”.
Proulx, la mayor de cinco hermanas, nació en 1935 en Connecticut. “La mayoría de mis experiencias de vida han sido en lugares rurales y por lo tanto es natural para mí escribir sobre personas y problemas rurales. Mi niñez transcurrió en el campo y es allí donde me he sentido más cómoda. Pero ahora mis ideas y mis gustos han cambiado y estoy empezando a amar las ciudades”, dice Proulx en la entrevista con Página/12. Publicó su primer libro de cuentos, Canciones del corazón, recién a los 52 años. Empezó a escribir tarde, pero con la certeza y la madurez que le aportaron los años se dedicó a tomarle el pulso a la geografía y a la atmósfera del campo norteamericano. Y a la gente que lo habita. Pero que se haya tomado su tiempo para escribir y publicar no la dejó fuera del mapa de la narrativa contemporánea estadounidense. Al contrario, parece haber ingresado con un ímpetu diferencial. Fue la primera mujer en ganar el PEN/Faulkner Award, en 1992, y nada menos que el prestigioso premio Pulitzer por su novela Atando cabos (1993), llevada al cine en 2001 con dirección de Lasse Hallström.
La escritora norteamericana subraya que necesita aclarar un “equívoco” que produjo el film Secreto en la montaña. “No se trata de la historia de dos cowboys que se enamoran sino que lo importante en ese cuento es la intensidad que tiene la homofobia en lugares rurales”. No sólo en ese relato magistral se comprueba el dicho “pueblo chico infierno grande”. Las ciudades también tienen su cupo de rechazo a la homosexualidad. A pesar de las numerosas nominaciones, la película de Lee sólo se llevó tres premios Oscar. Proulx se quejó abiertamente del “factor homofóbico” de la ceremonia. “En un cuento todo se ve con más intensidad, de un modo más exacerbado que en una novela, donde los acontecimientos y los sentimientos no están tan condensados”, plantea Proulx.
–¿Qué le exige el cuento a usted para que los lectores encuentren tanta intensidad?
–Mucho trabajo (risas). A mí me lleva mucho tiempo escribir un cuento. Mucha gente considera que escribir un cuento es tener una idea, sentarse y sacársela de encima rápidamente. Cuando escribo, hago muchos borradores, recorto, condenso; busco las palabras exactas que puedan trasmitir la misma idea pero de manera mucho más condensada. Una novela la puedo escribir mucho más rápido, pero requiere de otro proceso. He llegado a tener cuarenta borradores de un mismo cuento. A mí me obsesiona que cada palabra transmita la idea de manera correcta. Secreto en la montaña me llevó seis semanas de escritura y muchos borradores. Cuando se lo mandé a mi agente, inmediatamente la llamé y le dije: “Espera, tengo que cambiar la última oración” (risas). Y la cambié. Y ahora lo cambié otra vez.
–¿Lo volvió a escribir?
–No precisamente. Estoy haciendo una ópera con el compositor Charles Wuorinen que se va a estrenar en 2013. Las óperas llevan mucho tiempo. La ópera de Secreto en la montaña va ser muy diferente de la película. De la música no he escuchado nada todavía. Estoy trabajando con el libreto.
–¿Cómo fue revisitar un cuento tan querido por usted? ¿Cómo fue ese reencuentro con una historia y con unos personajes que han sido tan entrañables?
(Suspira) –A pesar de que pensé que la película había sido muy buena para un público masivo que era sensible hacia los personajes, me pareció que había sido demasiado sentimental y dulce. En la ópera se ven las correcciones a este sentimentalismo. El formato de la ópera permite que los personajes puedan florecer, interactuar, destacarse. Creo que es una reparación a la película.
–¿En la ópera se subrayará más la homofobia en un lugar rural, que quizás en la película quedó más diluida por la historia de amor?
–Sí, pero en la ópera estoy más preocupada en transmitir los sentimientos internos de los personajes principales y no tanto la idea de la homofobia. Y no tendría que hablar más porque en realidad es una obra que se está armando.
Proulx suspira cada vez que habla del porvenir y de sus proyectos. “Estoy tratando de terminar una memoria sobre mi casa en Wyoming, tengo que venderla, así que estoy en eso”, cuenta. No es una mujer de risa fácil pero cuando se ríe resulta contagiosa.
–¿Se está despidiendo de su casa de toda la vida?
–¡Nooo! (se ríe). Es mi nueva casa, pensada para mi retiro. La compré y un arquitecto amigo la terminó en 2006. En el primer invierno quedé atrapada por la nieve (risas). Así que me fui a Nuevo México y compartí un departamento con uno de mis hijos. Me di cuenta de que tal vez no era una buena casa para jubilarme...
–¿Por qué habla de jubilarse? ¿Un escritor se jubila?
–Por supuesto que no, nunca, jamás. En realidad, necesito retirarme para escribir. Lo principal cuando busco una casa es que tenga mucho lugar para los libros, porque tengo muchos, y que sea muy silenciosa.
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