LITERATURA › OLIVERIO COELHO Y LOS CUENTOS DE PARTE DOMéSTICO
Las historias que propone el autor adquieren un espesor tramado por la asimetría de las relaciones humanas, fundamentalmente entre el hombre y la mujer. “En el fondo es una tentativa de poner en crisis el tema amoroso en la literatura”, señala.
› Por Silvina Friera
El hombre rendido a las plantas de una mujer. Este es uno de los núcleos duros de los nueve cuentos que integran Parte doméstico (Emecé), el nuevo libro de Oliverio Coelho. Como si fueran pequeños films de bajo presupuesto y mínimos recursos –apenas una ventana, una habitación de pensión o de hotel, un teléfono que se vuelve un “objeto afantasmado”, una escalera, una mesa ovalada, “los filamentos oblicuos de la lluvia”–, las historias adquieren un espesor tramado por la asimetría de las relaciones humanas. “Todos los hombres tarde o temprano terminaremos así”, dice el protagonista del primer cuento, sugestivamente titulado “El umbral”, al observar a un puñado de hombres agotados que deambulan como zombis por las calles, en un mundo en el que las pocas mujeres que quedan son acaparadas por el Estado “para asegurar el futuro de la especie”. En “Vigilia”, un joven se encuentra atrapado en el hogar de un anciano que lo contrata para acompañar a su mujer ciega. En “Los demonios”, relato que cierra la serie titulada “Servidumbre”, un hombre recibe la propuesta de vender a crédito los ojos de su moribunda madre. La realidad es más áspera con los hombres. Ellos sufren, son los objetos sexuales, los engañados y usados. Los hombres no logran apresar el costado femenino y sucumben ante ese poder, como en “Caracas”, donde una fotógrafa venezolana lleva a Tursi a su hotel porque se dedica a fotografiar hombres durmiendo –viejos, feos, borrachos, adolescentes–, sin que haya sexo de por medio. O en “Sun-Woo”, donde el hombre es reducido a una suerte de esclavitud sexual por parte de una femme fatale que conoce en Seúl.
Cuando Coelho habla, hilvana las oraciones de modo que su oralidad anticipa la potencia de su prosa precisa, personalísima y certera. “Los cuentos son una especie de laboratorio en el que se generan ideas o se ponen en escena universos nuevos. Mis cuentos son los eslabones perdidos de mis novelas”, dice el autor de Los invertebrables (2003), Borneo (2004), Promesas naturales (2006) e Ida (2008). “El asunto de estos cuentos no es tanto la sumisión del hombre respecto de la mujer sino una sumisión a un imperativo femenino, a una idea de mujer impuesta por la sociedad que estos hombres intentan aprehender y de algún modo apropiarse –aclara el escritor en la entrevista con Página/12–. El modo en que se relacionan estos hombres es obsesivo, autoritario y a la vez solitario, porque donde hay un autoritarismo deliberado, hay también soledad.”
–¿Qué le interesaba del hecho de explorar el comportamiento de esos hombres solitarios que parecieran estar lejanos a usted, al menos cronológicamente?
–Están lejos de mí, es cierto, pero siempre cuando uno transita la ciudad se encuentra con este tipo de hombres. En realidad muchos de los personajes de estos cuentos son hombres que conocí en momentos de observación atenta. A veces recorro la ciudad escuchando qué dicen esas criaturas o cómo esas criaturas se relacionan con lo femenino. Al no poder aceptar que una mujer tenga poder, a la vez le conceden un poder porque el imaginario de estos hombres se ve desbordado; digamos que este imaginario está sólo ocupado por la posibilidad de la mujer. Evidentemente hay obsesiones que se deslizan a pesar de uno, obsesiones que migran del cuento a la novela, no de la novela al cuento; por eso creo que estos cuentos forman una biografía literaria estética de lo que aparece en mis novelas.
–¿El cuento tiene una capacidad más “migratoria” que las novelas?
–En mi caso, los cuentos contagian el deseo de seguir explorando esas obsesiones. En la novela que estoy escribiendo ahora, repito el mismo asunto, la relación del hombre y la mujer, que siempre es una relación inconclusa, ¿no? O una relación que siempre está mediada por el fracaso. En el fondo es una tentativa de poner en crisis el tema amoroso en la literatura. O quizá trasladar una percepción amorosa fundada en la realidad, en lo real del amor en nuestra sociedad.
–¿A qué se refiere con “poner en crisis el tema amoroso”? ¿Implica relativizar la trillada cuestión de que siempre es la mujer la que sufre?
–No sé si es la mujer la que siempre sufre; más bien lo que se pone en crisis es la idea de un contrato fundado en los géneros. Creo que el lugar de la mujer es otro y hay hombres que no terminan de adecuarse a ese otro lugar o al poder de la mujer. El poder de la mujer reside no en ser mujeres sino en la relación que tienen con lo femenino, que es lo que desespera a mis personajes: no poder llegar a aprehender lo femenino; es eso lo que se les escurre y lo que agiganta el abandono. Acentuar demasiado el abandono tornaría un poco contingente el asunto, quizás un poco banal. En cambio de esta otra manera, poniendo el acento en ese acceso impedido, se descubre un lado metafísico de la relación amorosa.
–En “Sun-Woo”, que tiene un final en donde el hombre “demanda” estar encerrado, ¿se plasma en parte esta tensión del “acceso impedido”?
–Es cierto que se plasma esa tensión; el personaje fantasea con un modo de liberación y cuando esa liberación llega, se siente decepcionado o no la quiere. En estos cuentos lo que se les atribuye a las mujeres, la neurosis y la histeria, se representa en hombres. Antes de escribir los cuentos, estas cuestiones no las tenía en mente; se produjeron durante la escritura. Encontré este hilo o esta lectura cuando me propusieron editar los cuentos y pensé que el volumen necesitaba unidad, que no tenía que ser simplemente un rejunte. Entonces elegí estos cuentos por el núcleo duro: el hombre rendido a las plantas de una mujer (risas).
–Aun cuando sucedan en lugares más o menos reconocibles, las historias de Parte doméstico transmiten un sentimiento de extranjería. ¿A qué atribuye esta sensación?
–Justamente lo extranjero me parece que es el ámbito doméstico, que es el escenario de lo extraño. Si algo extraño puede suceder, algo fuera de la norma, es en el ámbito doméstico. Creo que muchos cuentos, la mayoría, dejan una inflexión en la domesticidad. De hecho hay dos, “Vigilia” y “El umbral”, en los que hay una especie de diálogo con dos relatos que son por excelencia relatos domésticos, como “Casa tomada” (de Cortázar) y “Aura” (de Carlos Fuentes). El lugar común de estos cuentos es la exploración de lo doméstico como escenario de lo extraño o lo siniestro. Siempre me resultó muy fácil, accesible, narrar interiores. Recién en Ida, en esa novela más urbana, me propuse salir a la ciudad. Pero en los cuentos quise aprovechar esta facilidad de escenificar interiores y desarrollar argumentos en lugares cerrados.
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