Mié 18.11.2009
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LITERATURA › CARLOS FUENTES Y EL MúLTIPLE REGISTRO DE ADáN EN EDéN

“La novela es el género en el que caben todos los géneros”

En una novela vibrante, que va de la farsa a una acidez corrosiva y no ahorra violencia, el autor mexicano enlaza historias que no necesariamente llevan a un desenlace: “Una novela que se cierra a sí misma se condena, no se puede volver a leer”, dice.

› Por Silvina Friera

El hombre de fina estampa y cejas alborotadas, el único detalle que desentona con su prolijidad extrema, se queja con un tono amable, sin levantar la voz. Recién llegado a Buenos Aires desde la Feria del Libro de Santiago (Chile), quiso desayunar un té negro, pero se tuvo que conformar con una infusión insípida, tan liviana que parecía que tenía limón. En los jardines del Palacio Duhau, con la música de fondo que aporta el murmullo del agua en las fuentes, Carlos Fuentes –con 81 años recién cumplidos– afirma, como lo viene haciendo hace tiempo, que es partidario de la despenalización gradual de las drogas. Lo repite en el contexto de la presentación de Adán en Edén (Alfaguara), novela-reportaje o crónica en la que semblantea, con un tono farsesco que por momentos deviene en una acidez corrosiva, cómo México está siendo apaleado por el narcotráfico y una violencia alucinada que pareciera no tener fin. El narrador de esta historia, el empresario Adán Gorozpe, es el primer gran farsante o simulador, un arribista que pega el gran “braguetazo” cuando se casa con Priscila Holguín, la Reina de la Primavera, y pronto ese “muerto de hambre”, un pobretón estudiante de derecho, pasa a ser mil veces más rico que su suegro, el Rey del Bizcocho. El otro Adán, de apellido Góngora, es el ministro a cargo de la Seguridad Nacional que implementa una estrategia represiva. Entra a sangre y fuego a los campamentos denominados Gorozpevillas, para deshonor e injuria del narrador, acusa al mundo de los negocios y el dinero de la pobreza y marginación de esos seres a los que apresa, encarcela y maltrata por “vagos, malhechores y lacras sociales”. Sobreactúa la “limpieza” para ganarse el fervor de la opinión pública, mientras se alía con los peores criminales. Estos dos Adanes, que compartirán a la misma Priscila, se asociarán para tratar de conquistar la presidencia. Uno buscará neutralizar al otro, mostrar el fiasco de la hilacha represiva –que “no afecta a los culpables” sino que los “protege”–, pero con actos tan brutales que no se puedan superar ni igualar; doblar la apuesta, ser más criminales que los criminales para vencerlos.

No se puede contar mucho más sobre su nueva novela por pedido expreso del autor a Página/12. Fuentes sacude las manos como si espantara un mosquito que se va de boca y advierte que no quiere que se sepa el final de esta historia que pivotea entre la verdad y la mentira, la comedia y el drama. Pero dentro de la novela, como un juego de cajas chinas, emergen diversos guiños literarios, como la irrupción de un escritor, un tal Maximino Sol, que predica su confianza en los jóvenes, aunque le parece “muy poco interesante” lo que se hace en la actualidad. ¿Hasta qué punto el escritor se hace cargo de lo que les hace a decir a sus criaturas? “No, qué horror, es como si creyéramos que Macbeth era Shakespeare. Imagínese si los escritores fueran sus propios personajes. Los hay en cierto modo porque los crean, pero también se arriesga al crear; es un camino de ida y vuelta. Ese personaje es simbólico, está hecho de muchos personajes reales y de muchísimos que no se corresponden con nadie”, dice Fuentes. “En la novela hay muchas opiniones que no necesariamente son del autor. Si todo se le atribuyera al autor, terminaríamos en las cárceles, seríamos criminales, mentirosos, adúlteros.”

–Más allá de la farsa y la comicidad, en la novela se dice una frase que refleja el meollo del problema: “Los gobiernos pasan, las armas quedan”. ¿Por qué decidió que el trasfondo fuera el narcotráfico?

–El trasfondo de la novela es el horror del narcotráfico mexicano, un narcotráfico que lleva a un tema muy amplio, muy universal, que es cómo tratar este asunto. ¿Se lo combate? En México se ha comprometido al ejército porque la policía es demasiado corrupta, pero el ejército corre el riesgo de contaminarse. ¿Qué recursos tenemos? Estados Unidos también está esperando el momento para entrar y hacerse cargo de un problema que afecta a la seguridad norteamericana. Yo estoy a favor de la despenalización de la droga, aunque sea de manera gradual. Es la única respuesta. No se puede combatir con las armas a gente que tiene más y mejores armas que los propios ejércitos latinoamericanos. Cuando el presidente Roosevelt despenalizó el alcohol, si bien siguió habiendo borrachos en Estados Unidos, ya no hubo más Al Capones.

–En este sentido, en la novela aparece la imagen de la hidra: se corta la cabeza y renacen dos, y si se cortan esas dos, las reemplazan cuatro...

–Se mata o se encarcela a un narco y a la semana hay cuatro más. No hay más remedio que intentar, así sea paulatinamente, una despenalización de las drogas. El narco tiene el poder y hay lugares en donde han contaminado a los gobiernos locales. En México el narcotráfico está muy concentrado en el norte, en Michoacán; no es el gran el problema nacional, pero sí tiene una repercusión criminal muy grande. Este gran peligro de nuestra sociedad sólo se combate despenalizando.

–En un momento de Adán en Edén se menciona a los “falsos positivos” en Colombia, las ejecuciones extrajudiciales de jóvenes presentados como guerrilleros con el propósito de demostrar estadísticamente que la fuerza pública actúa con eficacia. ¿Esto sucede también en México?

–Que yo sepa no, al grado que se usa en Colombia, no. El 90 por cierto de los crímenes en México son matanzas entre los narcotraficantes, grupo contra grupo, capo contra capo; un 5 por ciento son con soldados del ejército, y el 5 por ciento restante con civiles. Básicamente es una guerra intestina entre los narcos.

–Hay muchas referencias literarias como el apellido Góngora, y en un momento se menciona a Quevedo. ¿Por quién toma partido Carlos Fuentes, por Góngora o Quevedo?

–Yo me quedo con Quevedo toda la vida por su capacidad para nombrar las cosas, por no dejar nada sin nombrar. Creo que Góngora es un buen poeta, pero Quevedo tiene la particularidad de ampliar la referencia lingüística: se puede decir esto, esto es parte de la realidad, por qué no hablar de esto, de esto y esto (dice señalando distintas partes de la mesa), como lo hacen los grandes satíricos.

–¿En la novela hay algo de ese humor de Quevedo, sobre todo por esa cuestión de convertir la grosería física en referencia poética?

–Espero que sí, eso me halaga (risas). Hay un chiste muy grosero que Quevedo hacía de sí mismo. Estaba en un camino, tenía ganas de cagar y se subió a un árbol. Entonces pasó alguien, lo vio y gritó: “Quevedo”. Y Quevedo dijo: “Cagamos, hasta por las nalgas me conocen” (risas).

–Es muy fuerte el registro periodístico que aparece dentro de la novela, sobre todo cuando Góngora, como responsable de la seguridad pública, hace declaraciones a la prensa. Lo primero que dice al asumir es que “todos somos cadáveres por venir”. ¿Por qué trabajó tan deliberadamente este registro?

–La novela nace como género de géneros con Cervantes; hay épica, picaresca, novela de moda, científica, novela dentro de la novela; hay novela con personajes de la vida diaria, con personajes reales. Desde sus orígenes la novela se presenta como ese género en que cabe todo. Se puede meter todo en la novela, lo periodístico, el ensayo, la filosofía, la lírica, el relato. Todo cabe en una novela sabiéndolo acomodar. La novela es un basurero de la literatura, pero de ese basurero vivimos todos. El acento en lo periodístico me permitía que el personaje, Adán Gorozpe, piense en lo que pasa cuando lee las noticias. Pero la novela también se da a sí misma en un momento en que en una heladería de Buenos Aires leen Adán en Edén Tomás Eloy Martínez y Sergio Ramírez; de la misma manera que el Quijote se entera de que se vende un libro que se llama Don Quijote de la Mancha, y él dice “ese soy yo”. Ese es el juego en que la novela se declara ficción.

–En este sentido, se plantea desde las páginas de Adán en Edén que no hay desenlace, hay lectura; el lector es el desenlace. ¿Por qué el rol del lector es tan fuerte en esta novela?

–Una novela que se cierra a sí misma se condena, no se puede volver a leer. No se puede volver a leer una novela de Agatha Christie porque una vez que se sabe quién es el criminal el autor de la novela se tira a la basura. Para mí la novela tiene que quedar abierta para el siguiente lector. Siempre digo que el siguiente lector del Quijote todavía no nace porque la novela ha llevado 500 años y seguirá otros 500 o 2000 años más. La novela tiene que quedar abierta para que el lector la continúe y la transmita a otros lectores.

–En otras novelas suyas no está tan presente el lector con la fuerza que aparece en esta, ¿no?

–Posiblemente no, porque escribo novelas para educarme.

–En un momento uno de los personajes plantea que “ironizamos para admitir como verdad una mentira enmascarada a fin de revelarla”. ¿Sólo en este sentido apela a la ironía o cree que hay muchas más capas y tela para cortar?

–La ironía tiene muchísimas capas. La ironía es un hecho existencial, sin la ironía no podríamos sobrevivir. Saberse mortal y tolerar esta idea de que vamos a morirnos requiere de una ironía muy grande para no suicidarse.

El prometido té negro, que se hizo rogar, llega. Ahora parece que está mejor, que es más fuerte. Fuentes evoca con una chispa de picardía lo que significó que su padre, diplomático, fuera trasladado de Santiago de Chile, donde vivió entre los 11 y los 14 años, a Buenos Aires. Tenía 15 cuando llegó a esta ciudad que lo deslumbró, a pesar de que el primer día de clases volvió espantado por el corset fascista que se respiraba en las aulas, contaminadas por las ideas de Martínez Zuviría, el escritor que firmaba como Hugo Wast, el ministro de Educación de Pedro Ramírez. Pero su padre, comprensivo con ese adolescente inquieto que no quería asfixiarse y repetir consignas de mausoleo, lo alentó que a callejeara por la ciudad. De su pasión por Buenos Aires regresa al arribismo de Gorozpe, el narrador y personaje de la novela. “En toda sociedad en formación se encuentra este tipo de personajes arribistas. Es un hecho que se ha dado siempre, pero se acentúa en las sociedades burguesas porque son sociedades en formación y deformación constante. Yo estudié mucho este fenómeno porque la Revolución Mexicana cambió totalmente la sociedad”, explica el escritor. Fueron expulsados los viejos terratenientes, el antiguo régimen entró en colapso y se renovó. Los millonarios de La región más transparente son los mendigos de Adán en Edén. Los nuevos ricos de esta etapa están relacionados globalmente, cuando antes estaban encerrados en veinticuatro estancias.

–¿México es un país enamorado del fracaso, como dice uno de los personajes?

–Bueno, aunque lo dice un personaje, creo que es cierto. México es un país que ha sufrido mucho, que ha tenido grandes catástrofes, sobre todo desde la independencia. Nos llevó mucho tiempo organizar un Estado nacional. Teníamos un Estado sin techo, porque la colonia era el techo de nuestros países; luego teníamos muros y los derribamos, pero nos quedamos en dictadores como Santana. Después hubo un intento de reforma, pero volvimos a caer en la dictadura. La revolución se vio a sí misma como una revolución que le daba entrada a toda la realidad del país, la educación, la cultura, el progreso, el desarrollo económico. Los setenta años del PRI fueron una especie de alianza nacional de centroderecha o de izquierda, bajo una misma cúpula, que realmente se volvió intolerable a partir del año ’68 con la matanza de los estudiantes en Tlatelolco. A partir de ahí, el PRI se empezó a desintegrar y entró a la oposición. Le atribuimos la corrupción al PRI, que ha estado siete décadas en el poder, pero luego descubrimos muy rápido que el PRI no tenía el monopolio de la corrupción, que en los otros partidos también había corrupción. El PRI era corrupto pero eficaz... y va a volver en el 2012. Se lo aseguro.

–¿La corrupción es el combustible del sistema político?

–La corrupción es endémica en todos los países del mundo, sólo que en algunos se revela y se castiga más que en otros. Los Estados Unidos es un país corruptísimo; lo que pasa es que hay un sistema judicial que descubre a los corruptos y los castiga. Ningún latinoamericano llega a ser tan corrupto como Bernard Madoff (el ex financista acusado de fraude), condenado a 150 años de cárcel. Un mexicano cínico –yo no lo soy– le diría que la corrupción es el aceite que mueve una sociedad y que sin corrupción no hay progreso...

“La realidad es más de lo que creemos; puede abarcar muchos mundos que se complementan entre sí. El mundo de la realidad, que estamos aquí en este idílico hotel, incluye la fantasía que está trabajando dentro de cada uno de nosotros en este momento”, sugiere Fuentes. “No hay política sin farsa o no hay farsa sin política. La política, vista desde cierta distancia, resulta una gran farsa en la que todo el mundo les dice mentiras a otros.”

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