LITERATURA › PREMIO NOVELA ALFAGUARA PARA HERNáN RIVERA LETELIER
Así se definió ayer el autor chileno, “el escritor de las putas”, que con su novela El arte de la resurrección se impuso sobre un total de 539 manuscritos procedentes de España, México, Argentina, Colombia, Estados Unidos, Perú y Chile, entre otros países.
› Por Silvina Friera
El ex minero con “cara de boxeador en decadencia” –o de atorrante curtido por el desierto–, “el escritor de las putas”, el hincha del Colo Colo y del Deportivo Antofagasta que se ha definido como un “centrodelantero excepcional” –y hasta se atrevió a decir que ¡el inventor de la rabona no fue Maradona, sino él, que la hacía a pata pelada, cuando tenía cinco años!–, recibió ayer temprano un llamado desde Madrid. No pudo ir al mismo café de siempre, como acostumbra, para leer y observar a la gente hasta el mediodía. “¡Gloria al santo cielo!”, exclamó desde su casa de Antofagasta en una especie de trance místico, cuando escuchó que era el flamante ganador de la XIII edición del premio de Novela Alfaguara con El arte de la resurrección. La obra de Hernán Rivera Letelier, ambientada en el desierto de Chile en las primeras décadas del siglo XX, narra las andanzas de un iluminado, el Cristo de Elqui, un personaje real y legendario en el país trasandino. El jurado, presidido por Manuel Vicent, destacó “el aliento y la fuerza narrativa de la novela, así como la creación de una geografía personal a través del humor, el surrealismo y la tragedia”. La voz del escritor chileno se escuchaba tan lejana y entrecortada que parecía que hablaba desde otra galaxia. “La primera impresión fue la incredulidad, pero después dije ‘debe ser un milagro’”, confesó el ganador.
El arte de la resurrección se impuso sobre un total de 539 manuscritos procedentes de España, México, Argentina, Colombia, Estados Unidos, Perú y Chile, entre otros países. El escritor y periodista Juan Cruz, el encargado de conducir la conferencia de prensa desde Madrid, rogó que el Cristo de Elqui hiciera el milagro de que se lo oyera mejor a Rivera Letelier. “Es la historia de un tipo que se cree la reencarnación de Cristo –dijo el escritor chileno–. Es un personaje real, que predicaba vestido como Cristo, con el pelo largo, barba larga, con túnica, con sandalias, haciendo milagros y llevándose a los fieles de la iglesia. Lo tomaban por loco; el tipo era semianalfabeto, pero cuando predicaba, dejaba a todos fascinados.” Para afinar la puntería de la trama, habría que contar que la novela arranca en 1942. Domingo Zárate Vera, más conocido como el Cristo de Elqui, un vagabundo que se cree la reencarnación de Cristo y que desde los 33 años anda predicando por tierras chilenas, se entera de que en una de las oficinas salitreras vive una prostituta que siente veneración por la Virgen del Carmen y a la que sus clientes consideran una verdadera creyente, Magdalena Mercado. Domingo va en busca de esa prostituta para convencerla de que lo acompañe en su sagrada misión de advertir a las gentes la inminente llegada del fin del mundo.
El ex minero devenido escritor comentó que el Cristo de Elqui lo persigue desde hace años. Apareció por primera vez en una escena de su primera novela, La reina Isabel cantaba rancheras; después regresó en su cuarta novela, Los trenes se van al purgatorio; y por tercera vez volvió en Mi nombre es Malarrosa. El personaje le estaba pidiendo pista para ser protagonista. “Hasta el momento, creo que es lo que mejor he hecho”, aseguró el autor de Fatamorgana de amor con banda de música, El fantasista y La contadora de películas, entre otros títulos. Desde Madrid, el peruano Santiago Roncagliolo recordó que en las novelas del escritor chileno siempre hay muchas prostitutas, y le preguntó si era consciente de que ellas regresan a la literatura gracias a él. “En mis libros las prostitutas afloran casi de manera natural. Acá en Chile hay sectores que me llaman ‘el escritor de las putas’. Yo soy un amante de estas hembras, de las putas de este de-sierto que es el más bruto del planeta. Ser puta en este desierto linda lo ético”, subrayó Rivera Letelier, quien siempre ha agradecido haber nacido en sus pagos de Talca, en 1951, con un sentido del humor casi innato que le permitió sobrevivir a la hostilidad del paisaje.
El jurado destacó también los “poderosos elementos del realismo mágico” de la obra premiada. “Soy uno de los hijos del boom; nunca he renegado de ellos ni quiero matarlos. Soy un lector empedernido de Juan Rulfo, de García Márquez, de Vargas Llosa, de Julio Cortázar, de Borges, en fin; ellos son mis maestros. Si le vamos a poner una etiqueta a mi novela, le pondría realismo estético.” El hombre que se crió en el de- sierto desde los dos años, que empezó a leer y a escribir con las salinas como escenografía natural, cree que ese ambiente le brindó lo poco que sabe. “El desierto me enseñó a estar conmigo mismo”, aclaró el escritor que consideró que el premio es un estímulo para todo el pueblo de Chile, “que en este momento está sufriendo mucho”. Rivera Letelier, que antes de escribir se lucía en las canchas haciendo sombreritos, fue gambeteando con gracia la conferencia. “Yo no puedo escribir sobre otra cosa porque el desierto soy yo; toda mi obra circula en torno de ese paisaje tan hostil, en torno de los hombres que conquistaron ese desierto, y por supuesto en torno de ellas, las hembras, sin cuyo amor primordial la conquista de ese desierto habría sido mucho más dura.”
Por si alguien aún dudaba de esa simbiosis, desde Antofagasta el escritor chileno la clavó en el ángulo madrileño. “Basta con verme la cara para darse cuenta de que intelectual no soy; tengo más cara de boxeador en decadencia. No en vano viví 45 años en ese de-sierto, de los cuales fui explotado como un obrero durante 30 años. Si hay alguien que puede contar este desierto desde adentro, desde las piedras mismas, ése soy yo”. Anticipó que el Cristo de Elqui es “un tipo que se las trae” y que se identifica con el personaje. “Mi padre era un predicador y yo iba con él a predicar a la calle cuando era niño. Cuando mi viejo hablaba, hasta las piedras lloraban. Si alguien tenía que contar la historia del Cristo de Elqui, creo que era yo.” Nicanor Parra le dedicó un libro al mismo personaje, titulado Sermones y prédicas del Cristo de Elqui (1977). El ganador del premio Alfaguara investigó mucho sobre la vida de ese personaje. “Descubrí que había escrito algunos opúsculos que estaban en la Biblioteca de Santiago. Los leí y hablé con varios ancianos que lo conocieron cuando eran niños.”
El escritor chileno admitió que con esta novela, “mezcla de investigación e imaginación”, está predicando lo que no predicó cuando era niño. “Todo lo que el predicador dice lo pudo haber dicho mi propio padre o lo pude haber predicado yo.” Rivera Letelier comentó que el mismo Cristo de Elqui profetizó que algún día escribirían sobre su vida. “En poesía lo hizo Parra; en novela, lo hice yo”, resumió el escritor, un convencido de que la palabra y la poesía están en primerísimo orden. “Más que novelista, soy un poeta que escribe novelas”, se definió. Al final, se despidió con un “sermón” para las nuevas generaciones. “Los jóvenes, los que están escribiendo ahora, están dejando de lado lo esencial de una novela que es contar una historia. Yo soy un contador de historias y voy a ser un contador de historias siempre. Ahí está lo fundamental de la narrativa de Hispanoamérica. Los jóvenes lo están olvidando, están mirándose mucho el ombligo. Creo que hay que contar historias, hay que reinventar ese pasado, cuando nos juntábamos alrededor de una mesa o un café. Mi novela hace eso: resucita el tiempo de las historias.”
La mecha se encendió entre los miembros del jurado, integrado por Manuel Vicent, el cineasta Gerardo Herrero, los escritores Soledad Puértolas y Juan Gabriel Vásquez, y el librero Juan Miguel Salvador. El arte de la resurrección, de Hernán Rivera Letelier, llegó con una polémica. Vicent, un cabrón incorrectísimo, se despachó a gusto. “Me gusta una literatura que no se pueda llevar al cine; soy un defensor de la palabra frente a la imagen –le dijo al ganador—. Te felicito porque no creo que haya ningún director de cine que pueda llevarla a la pantalla.” Herrero, productor de El secreto de sus ojos, se vio obligado a intervenir: “¿Cómo no se va a poder filmar una novela que tiene muchas imágenes, mucho desierto?”. Hasta Juan González metió su bocadillo. “Creo que es filmable, lo que pasa es que el director se murió y era Luis Buñuel. Cuando leía la novela, tenía la sensación de estar viviendo algo parecido a Simón del desierto. Me parece que esa mezcla de western chileno filmado por Buñuel le da ese tono surrealista al libro que tanto nos ha gustado.” Rivera Letelier aseguró que “el cine es un arma de doble filo”. “Si te hacen una buena película, se corre el riesgo de que digan que es mejor que el libro –explicó el ganador—. Confío en mi novela como obra escrita; ahora, si hay un director que piense que puede hacer una obra en el cine, a lo mejor tengo más suerte que García Márquez e Isabel Allende, que le han hecho unas películas poco notables.”
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