LITERATURA › ENTREVISTA A MARKOS KRAVOS, EL “POETA DE LOS TRES SEXOS”
El escritor esloveno pasó por la Argentina para presentar la antología bilingüe Poesía. “Me fascina la posibilidad de reproducir los sonidos de la palabra, jugar y darle un sentido épico. Lo único que no me puede ganar en la poesía es la intelectualidad”, afirma.
› Por Silvina Friera
Un niño con un puñado de canas expira el pasado por los ojos. Lejos de rendirse ante la nostalgia de los “sedosos recuerdos”, esa mirada navega a sus anchas por el mar de la fina ironía. Markos Kravos sonríe en un bar próximo al Boulevard Charcas, en Palermo. En la risa lleva tatuados dos versos sencillos, aparentemente leves, que escribió en el poema “Dionisíaca” y que condensan una parte de su vida y de su obra: “En mí conviven los tres sexos,/ el masculino, el femenino y el infantil”. El poeta esloveno acaba de presentar una antología de sus poemas titulada Poesías, edición bilingüe publicada por LAR (Literatura Americana Reunida), traducida por el escritor argentino Juan Octavio Prenz. Como en uno de sus poemas, Kravos “salta”, pero por el verde prado rioplatense. El periplo de charlas y lecturas sobre literatura eslovena contemporánea tuvo varias escalas en Capital –en el Centro Cultural El Archibrazo y en la Universidad de Buenos Aires–; en City Bell, Ensenada, Berisso y Mar del Plata.
Además de derrochar su excepcional sentido del humor, el escritor no ahorró elogios a los libros de dos compatriotas que también publicó la editorial: Binidad del amor y el dolor, del poeta Ciril Zlobec, y Esta noche en escena, trilogía dramática de Saša Pavèek. “Al llegar a Buenos Aires, que es un gran manicomio, me encontré con gente que me ha ofrecido su mejilla, un gesto que me parece maravilloso. Me enseñaron que si te dan una cachetada en una mejilla hay que ofrecer la otra para que te peguen”, dice el poeta a Página/12, parodiando la referencia bíblica en su lengua de comunicación, el italiano. “Me impresiona mucho de esta ciudad la inmediatez de las relaciones; pero lo que me ha impactado es que hay más librerías que farmacias”, desliza. Y ahora sí: la cara de Kravos tiembla al compás de una contagiosa carcajada.
“Todavía escribo y soy fiel a la poesía”, dice este niño con barba que nació en 1943 en Montecalvo Irpinia (en el Sur de Italia), y después de la Segunda Guerra Mundial se radicó en Trieste, donde reside desde entonces. “No me preocupa la lengua como identidad nacional, sino el lenguaje de la poesía. Mi lengua materna, el esloveno, la tengo escrita en la piel; es mi naturaleza, mi modo de sentir.” Aunque es bilingüe, la imaginación de Kravos y sus sueños se conjugan en esloveno. “Estoy orgulloso de los influjos y de las contaminaciones culturales en las que vivo. Como nací en el mediterráneo, pertenezco con todas sus características a esa identidad mixta. Eslovenia es fundamentalmente continental, pero yo estoy en la parte que está fuera de las fronteras eslovenas, en el Mar Adriático, en Trieste”, explica el poeta.
“He experimentado todos los sonidos/ y ahora logro imitar el viento”, se lee en el poema “Viento, sonidos”. “Me ejército en la hojarasca, susurro/ con las cuerdas vocales, me templo/ con los brotes de los trigales.” Prenz, traductor de la antología, reconoce los problemas que implica traducir los poemas de Kravos. “Se trata de una poesía clara, que elude la retórica y el adjetivo gratuito, hecha de materia simple, elemental, en el mejor y necesario sentido de esta palabra. Debajo de ésta, a primera vista, facilidad, se esconden la ironía fina, el regreso de la palabra a su significado primordial, la fundamental importancia del tono. Kravos se plantea, también, a través de sus juegos lingüísticos, en apariencias solos formales, una aguda y al mismo tiempo, indulgente crítica del lenguaje.” Kravos sonríe por enésima vez. “Nunca me interesó ser un poeta barroco –dispara–. Mi preocupación es comprimir los elementos esenciales de mi escritura. La poesía es condensar los significados para que después exploten y expresen. Esta es una lección básica que tuve de escritores eslovenos clásicos, como Kosovel y Prešeren.”
Hasta cuando parece serio y acomoda los naipes de sus recuerdos, Kravos está esperando el momento para darle una vuelta de tuerca al relato. Su padre fue un sastre que cantó en un coro y actuó en un grupo de teatro amateur. “En mi familia los libros eran sagrados. Durante el fascismo en Italia, el esloveno fue prohibido como lengua; por eso había una relación sacra con la palabra escrita. Los eslovenos nos orgullecemos de ser una nación de poetas, siempre tuvimos más poetas que militares. Nuestra identidad se constituyó a través de los poetas y los artistas. Cuando publiqué mi primer libro (Canto, 1968), me sentí un pequeño Prešeren, y en mi entorno social fui respetado desde el vamos.” Trieste, ciudad de estirpe proletaria gracias a la minoría eslovena –que era estalinista y no apoyaba a Tito–, no fue ajena al conflicto entre el Este y el Oeste, el mundo comunista y el occidental.
Kravos podría ser el poeta de los “tres sexos”: el masculino, el femenino y el infantil. La idea atiza su entusiasmo, el brillo de sus ojos y su sonrisa. “Es así”, dice y repite con todo el cuerpo, como si fuera la única etiqueta con la que se siente cómodo. “Me vistieron de celeste porque era un niño, pero a mí me gustaba el mundo de mis dos hermanas y el de mi madre. La mujer es fuente de provocación erótica que renueva las ganas de vivir –subraya–. Las mujeres de mi familia, sobre todo mi madre, me enseñaron que había que convivir y respetar a todos. El sexo infantil conserva la ingenuidad, el volver a creer y estar encantado con todos los encuentros inesperados que se tienen en la vida.” ¿El poeta debe cultivar un poco de ingenuidad y reprimir ese sexo infantil, aunque sea difícil? “La ingenuidad es una fuente de energía –plantea Kravos–. El sentido del mundo requiere de la risa; yo necesito ponerme cabeza abajo, observar y reírme. Pero la ingenuidad no tiene que verse en el texto.”
La plana mayor de influencias de Kravos está integrada, según enumera el poeta, por Federico García Lorca, Kosovel, Eugenio Montale, Giacomo Leopardi y la literatura popular eslovena. “El sentido jocoso de la vida aparece en mis primeros libros, pero también la emocionalidad y la importancia de la naturaleza. La poesía puede y debe buscar lo que es humanamente universal. Cuando escribí el poema de los zapatos, pensé mucho en el hombre sin su capa exterior, sin las imposiciones sociales. En la sociedad hay reglas que nos hacen bailar con las personas equivocadas. No soy un rebelde, mi actitud es más bien anarquista, pero me duelen los pies en los zapatos estrechos”, bromea Kravos que, evidentemente, no puede con su genio.
Quizás el poema más emblemático de la antología sea “Derecha Izquierda”, que pertenece a su libro Mediterráneo (1987). “Gravito hacia a la izquierda, pero en algunos momentos de mi vida sentí que había mucho oscurantismo en la izquierda –advierte Kravos–. Escribí ese poema para provocar, en un contexto, a fines de los años ‘70, en que había muchas imposiciones para alguien como yo, que quería sentirme más libre. Pero la ignorancia y la ceguera de la derecha es mucho peor. Me refiero a la Iglesia. Si leyeran bien mi poema, se darían cuenta de que aludo a esa comunidad dogmática y oscurantista. ¡Pero cómo se van a dar cuenta si son tan cerrados!”
Del padre sastre al hijo poeta, los oficios tienen un común denominador: siguen siendo, más allá de las tecnologías, trabajos manuales, artesanales. “Siempre escribo a mano y estoy orgulloso de mis veinte olivos, de tener mi propio aceite. Como mi padre, también trabajo la tierra en Trieste. Más que un hombre de campo, soy un hombre de huerto. No cultivo perejil, sólo hierbas aromáticas”, aclara el autor de Cuando los claveles perfumaban (1988), El horizonte y la huella (1992), y Las huellas de Jasón (2000), entre otros títulos de una obra traducida a veinte lenguas. “Me fascina la posibilidad de reproducir los sonidos de la palabra, jugar y darle un sentido épico. Lo único que no me puede ganar en la poesía es la intelectualidad; por eso me siento tan bien acá.” Kravos con su sonrisa colgada en el travesaño de su boca parece cumplir al pie de la letra el último verso de su poema “Ojo de gallo” con el que cierra la antología: “El último es el que ríe mejor”.
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