LITERATURA › EDUARDO OJEDA ORTIZ PUBLICO GANE FAMA Y FORTUNA CON UN LAPIZ
Se define como “un mendigo vestido de príncipe” y resulta casi imposible clasificarlo. Pero vale la pena conocerlo, a través de su último libro, que compila las novelas Manos arriba, Bellas Artes y Danza clásica. Tiene un pequeño sello editorial propio: Malas Palabras Buks.
› Por Facundo Gari
Eduardo Ojeda Ortiz es juguetón como Julio Cortázar, vivaz como Enrique Jardiel Poncela y “descuidado” como Roberto Arlt. Al menos, ésos son algunos de los tibios rasgos que aparecen en la lectura de Gane fama y fortuna con un lápiz, libro que compila las novelas Manos arriba, Bellas Artes y Danza clásica, las dos primeras ya editadas por Malas Palabras Buks (MPB), casa independiente que este chileno con residencia de más de 30 años en la Ciudad de Buenos Aires fundó en 2005 y que publica sólo tres títulos por año. Sin embargo, el además poeta, dibujante y pintor se desmarca: “A Jardiel Poncela apenas lo registro. El Roberto Arlt que yo tengo en la cabeza no tiene nada que ver con el cross a la mandíbula que tanto inspira a los duros Norman Mailer de esta parte del continente. El mío es el de la señora Elizabeth Mary Shine, el inventor, el de las medias y la goma plástica. Y si me aprietan los dedos para que me defina, tomo las palabras del papa ese que parece que mataron: literariamente, soy ‘un mendigo vestido de príncipe’”.
La insistencia en la rotulación del entrevistado de 64 años –que alguna vez publicó historietas en las revistas Humor y Fierro y que fue director creativo del primer VideoMatch– viene a cuento de la imposible tarea que resulta otorgarla (¿beat? ¿outsider? ¿maldito?). Un vistazo rápido del bodoque de 650 páginas y tapa amarilla le dará al curioso una idea del fundamentalismo lúdico que pone en práctica: intra y extranarración aparece un collage de notas en negrita y mayúsculas, párrafos tachados en el Paint o a puño alzado, fotos de su familia (esposa y cinco hijos ya crecidos) y del paisaje urbano local y chileno, volantes de prostitución, artículos periodísticos y críticos sobre su obra, el cadáver exquisito de sus pinturas (con imágenes de Olmedo y el Gato Fritz) y la reproducción de respuestas de editoriales internacionales a sus cartas en busca de...
–¿Fama y fortuna?
–Quería ganar dinero, mucho. Con mis primeras novelas había “entrado” en la agencia de Carmen Balcells (agente que, entre tantos, representa a Neruda, García Márquez y Vargas Llosa). Entre 1976 y 1993 escribí seis novelas. Y me di cuenta de que para entrar en carrera internacionalmente había que tener no sólo dinero, sino sobre todo relaciones sociales con gente importante. No bastaba el talento. La gente poderosa tiene razón: se hace clienta de un colegio privado y no importa que el nene sea medio negado para la reflexión cerebral. Lo que importa es que se relacione con “sus iguales” en el cole.
–En esa correspondencia, la gran industria de las letras reconoce sus bondades, pero no se decide a publicarlo por ser su obra “demasiado” vanguardista, libre. Que algunos editores sobreponen el criterio marketinero al artístico no es una apreciación novedosa.
–Hacen lo suyo. Ojalá les vaya bien y puedan conocer Viena, Florencia y todo lo que uno no va a conocer nunca. No hay odio ni puteadas para ellos. A los 64 años, cada día a uno le interesan menos cosas, aparte de las propias. Pobres ellos. No les cambio mi par de nueves por sus póqueres y escaleras reales, nunca.
Las novelas de Ojeda Ortiz (que también utiliza los seudónimos Artó, Nicolás Aguirre Pizarro, Ojeda Ortiz de Chile, Nicolás Guls y Jonas M., aunque “no tiene importancia”, dice) están atravesadas por su experiencia personal, su paso por la Escuela de Bellas Artes trasandina y su grupo de compañeros artistas, conjunto de parias bohemios que compartían hábitat, hacían changas en instalaciones de empresas y se paseaban por fiestas y exposiciones de vanguardia relamiéndose ante mujeres hermosas.
De todas formas, “es mentira eso de que ‘haya un tratamiento de un grupo de jóvenes artistas’. No hay teoría, se fue haciendo en varias etapas. Uno cree que la vida es lineal y no es así: es una espiral”. Sí otorga que su interés por “lo real” tuvo génesis puntual en ese recorrido circular. “A partir del mazazo que recibí de la lectura de Los hijos de Sánchez (de Oscar Lewis) perdí abruptamente todo interés por los argumentos ‘inventados’”, explica. Hace un año llevó el ejercicio al extremo con la publicación de Señor dame tu fortaleza (dámela y no me la quites), más de treinta testimonios al hilo, sin anotaciones, avisos de cambio de voz ni ofusques ortográficos. “Entre las cosas que nunca me han interesado figuran las novelas policiales, Los Tres Chiflados, Groucho Marx, Bonanza, Viaje a las Estrellas y Los Beatles.” No se trata, no obstante, de un mantra tajante. “También me pudre la ciencia ficción, pero me gusta Blade Runner”, ejemplifica.
De registro variopinto (monólogos, asociaciones de ideas, diálogos “lineales”, transcripciones), la pluma de Ojeda Ortiz recurre al argot, las comparaciones y la adjetivación abundante y pícara para escenificar y corporizar la acción. Utiliza expresiones como “más petrificadas que la novia de Tutankamón”, “galantería taxística”, “bailarina con una acabadísima formación clasicista”, “calcetines borlón” o, para referirse a un cornudo, “el amante unicornio”. Y se ríe grosso modo: “jajaja”, “jijiji”, “jojojo”. Pero no importa cuánto se obstine uno en intentar describirlo, el autor es esquivo a las observaciones. “No soy nada. Acá hay que tener guita para hablar.”
–Bueno, usted posee una editorial que, aunque pequeña, goza de cierto reconocimiento. ¿Cuáles son los requisitos para publicar en MPB?
–Mucha casualidad. Hay que creer en ella. Mucha gente manda material. Trato de hacer algo muy simple: darles una mano a quienes escriben ubicándolos en las grandes editoriales. La mayoría manda su primer manuscrito. Otros, piden permiso. No se pide permiso. Mandá una página. Si hay interés, te van a pedir diez. Si hay más, todo. Pero la mayoría agradece porque está perdida. Sobre todo, me mandan primeras novelas. Por lo general son sobre barrios porteños, la guerra o la Patagonia. Todo el mundo comete un error grave: si quiero publicar en Mondadori, debo leer su catálogo. La idea que tiene la gente es la que tenía yo: que te descubran. Que a un periodista venga la Rolling Stone y le diga: “Lo vamos a mandar a Estados Unidos”. “Pero no sé inglés”. “No importa”. Y que lo lleven a entrevistar a los hijos putativos de Bob Dylan. Eso no sucede.
–¿Y es un problema?
–El problema es que la gente no lee. Y mejor que no lea. No creo eso de que con aprender a leer basta y sobra. Eso es propaganda y no sirve para nada. A las personas “normales” lo único que les interesa es saber si uno gana plata o no con un libro. Si gana, el libro es bueno. Muy pocos leen un libro sin darle bola a la propaganda: “Prosa vertiginosa, certera y aguda”, “Mirada sorprendente y distinta”. Me gustaría tener 126 lectores.
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