LITERATURA › ENTREVISTA CON EL ESCRITOR ALBERT SANCHEZ PIÑOL
El autor catalán acaba de publicar Pandora en el Congo, una novela antropológica de aventuras cuya historia admite vínculos con A sangre fría, de Capote. “Mientras escribes, no puedes ser una buena persona”, señala.
› Por Silvina Friera
Si el guión de la vida de Albert Sánchez Piñol empezó siendo pésimo, él supo cómo convertirse en uno de los autores más originales de la actual narrativa española. Antes de transformarse en ese boom literario con el que sueña todo editor, cuando era un joven estudiante de la carrera de Antropología, escribía biografías de empresarios para sobrevivir. “Sí, fui un negro literario”, blanquea el escritor catalán en la entrevista con Página/12. “Me he divertido, pero también fue dramático porque me contrataban personas muy contentas y satisfechas con lo que habían vivido. Lo normal era que les dijera: ‘Todo lo que usted me ha contado, me ocupa tres capítulos’. Y era realmente generoso, decía tres para no ofender. La mayoría había pasado más de cuarenta años haciendo cruceros al Caribe.” Piñol se ríe al recordar esa época y añade que duró poco en ese trabajo porque lo explotaban de “mala manera”. El guión mejoró bastante cuando se recibió de antropólogo y mucho más cuando publicó su primera novela, La piel fría (Edhasa) –que lleva vendidos más de 130 mil ejemplares y está traducida a 27 idiomas–, con la que logró recibirse de escritor y “fundador” de la novela antropológica de aventura. Su visita a la Argentina coincide con la aparición de Pandora en el Congo, libro con el que se lanzó un nuevo sello, SUMA, que pertenece al grupo Santillana.
Pandora en el Congo comienza en Londres, en 1914, cuando a un joven de 19 años, Thomas Thomson, lo contratan para escribir la historia de Marcus Garvey (personaje inspirado en el líder negro homónimo), acusado del asesinato de dos aristócratas ingleses en el corazón de Africa. El escritor catalán apela a un complejo juego de géneros –la aventura, el policial, la épica, el fantástico, la novela romántica–, apariencias y versiones de los hechos. “Construimos nuestras realidades, nuestros imaginarios, a partir de cuatro páginas de un guión pésimo”, señala Piñol.
–Buena parte de la trama de su novela podría relacionarse con A sangre fría: Thomson, el negro literario, quiere que se salve el condenado, en cambio Capote no. ¿Tuvo en mente la novela de Capote?
–La vinculación con Capote es mucho más fuerte de lo que había imaginado. ¡El tío quería que el tipo se muriera para acabar la novela de una puñetera vez! Es algo realmente horroroso, pero se puede entender. Mientras escribes una novela, no puedes ser una buena persona (risas), se suspende la moralidad. La vida cotidiana funciona mucho sobre la base de verdades racionales; la literaria, en cambio, lo hace sobra la base de verdades emocionales. Cuando leo algunos libros noto que son lectores que se han puesto a escribir, pero no son autores porque evitan la violencia de esas verdades emocionales. Capote inauguró un método que sigue vigente, la relación entre literatura y realidad, que está en Pandora en el Congo, aunque haya un poco de sátira de la metaliteratura en mi novela.
–Hacia el final de Pandora..., sobre todo durante el juicio, se percibe la necesidad de construir héroes. ¿Por qué cree que las sociedades necesitan este tipo de personajes?
–El héroe es el contrapuesto del monstruo. Las sociedades necesitan monstruos y héroes; necesitamos espejos en los que reflejar lo bueno y lo malo para escoger lo que somos. Hay un hecho estudiado en antropología, la época de los freaks reales, esas caravanas con la mujer barbuda y el hombre serpiente que iban por los pueblos. Eso tenía una función: creaba cohesión social porque viendo los monstruos estás viendo lo que tú no eres. Con los héroes sucede lo inverso: son lo que nos gustaría ser. Por lo tanto, una sociedad siempre necesita esos dos polos. Cuando encuentras un héroe, lo defiendes; no tanto por lo que es él en abstracto sino porque en el fondo es un ideal en el cual te gustaría proyectarte. Todos tenemos héroes, pero hoy en día son bastantes mediocres. Creo que tendríamos como sociedad la obligación de crear héroes más interesantes. Ojo: soy fanático de Messi, ¿eh?, que no me lo critique nadie (risas). Puedo decir todo esto de los héroes y adorar a Messi porque la contradicción forma parte de las debilidades humanas. Es muy triste el ser humano...
–A propósito de las debilidades del ser humano, la mentira que se revela en el final no deja margen para el optimismo...
–Más que el hecho de que todo sea una mentira, lo que se acaba diciendo en una historia como ésta es que todo es una construcción. Este personaje construye un referente lírico, como es el amor, un referente épico, como podría ser el Africa exótica y exuberante. Al menos parto de la base de que todo son construcciones, no hay una realidad esencial porque no creo en eso. Pero ya que todo son construcciones, podemos hacerlas más bonitas o más feas.
–Thomson dice que las mentiras de los novelistas nunca le harán daño a nadie.
–¡Qué daño haces con escribir una novela! Pero las palabras hacen daños objetivos porque si tú dices que en Irak hay armas de destrucción masiva, y no las hay, puedes hacer mucho daño. Si lo dice un novelista, no pasa nada; pero si lo dice el presidente de los Estados Unidos, pueden llover bombas. Naturalmente el ser humano sabe cuál es la frontera entre una cosa y la otra. Cuando una persona lee una novela y pasa miedo, ansiedad y alegrías, sabe que es una novela. Cuando esas cosas se las hace pasar un político, sabe que es real. Lo único que no te puede perdonar un lector es que una novela no le provoque ninguna emoción.
–¿Por qué dice que este siglo necesita mucho más de la imaginación que otros?
–Nunca ha existido tanta demanda de historias en todos los formatos posibles. No sé cómo es aquí, pero en las demandas de empleos de los periódicos de España se piden ejecutivos agresivos y con dotes imaginativas. La imaginación ahora es un componente que se exige en el mundo laboral. Goebbels era muy imaginativo y era un monstruo. Lo que importa no es si somos más o menos imaginativos sino hacia dónde dirigimos esa imaginación.
–Uno de los personajes advierte que para matar sólo se precisan dos requisitos: poder y querer. ¿Qué explicación podría dar desde la antropología a esta cuestión?
–Del horror nunca nos vamos a cansar de hablar, y menos cuando venimos del siglo XX, que ha sido uno de los siglos más horrorosos de la experiencia humana. La interpretación más lúcida del horror la ha hecho Hannah Arendt. Cuando fue al juicio de Eichmann, pensó que se iba a encontrar con un monstruo de ocho patas, y se dio cuenta de que era un tipo absolutamente mediocre, que nunca había matado a nadie con sus propias manos. El horror es la cosa más banal del mundo. En la novela, esos dos nobles ingleses, que en Inglaterra no pasan de ser una malas personas, unos viciosos, en Africa pueden ser unos psicópatas porque el contexto colonial se los permite. El colonialismo era una masacre absoluta en nombre de la rapiña.
–¿Entonces el horror es inevitable?
–No. Nadie me lo cree, pero soy una persona extremadamente optimista (risas). Lo que es inevitable es una cierta dosis de violencia en cualquier sociedad. Es verdad que el siglo XX ha creado el horror absoluto como Auschwitz, pero si el ser humano ha creado eso, por el mismo motivo puede crear todo lo contrario. Por lo tanto, seamos optimistas. Siempre digo que ser optimista es gratis. El optimista y el pesimista tendrían que estar de acuerdo en una cosa: pesimismo y optimismo tienden a ser profecías que se autocumplen.
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