LITERATURA › EL ESCRITOR PERUANO SANTIAGO RONCAGLIOLO HABLA DE TAN CERCA DE LA VIDA
Su última novela es una historia de soledad tecnologizada en el Japón del tercer milenio. “Otros libros míos son muy exteriores, tratan de política, de la mafia en el Caribe, etcétera. Ahora quise hacer algo mucho más personal”, señala.
› Por Mónica Maristain
Desde D.F.
El peruano Santiago Roncagliolo no dice que nació, sino que abandonó el útero materno en 1975, “tras cuatro días de feroz resistencia”. A los 36 años ya no es un niño, obviamente, pero su rostro multifacético tiene costados angelicales y algunos rincones donde se asoma el rostro de un hombre feroz, complejo. Este muchacho simpático, que podría competir con el mexicano Juan Villoro en eso de parecer o ser amable ante el prójimo que se le ponga adelante, vivió su niñez en México, país al que su familia llegó huyendo del gobierno militar de Perú a principios de los ’80.
Llegó a Madrid en el 2000, cuando ya podía decidir por sí mismo y tras ejercer varios oficios en España (“He sido negro literario, guionista de telenovelas, periodista de investigación, asesor político, biógrafo de una millonaria, traductor de literatura gay –y también hetero– y he pasado unos meses sabáticos dedicados al servicio doméstico”, escribe en un blog de su autoría), se convirtió en un escritor de sus propias historias y a tiempo completo.
Las cosas no fueron bien al principio, por el contrario, tuvo que acostumbrarse a ese mal sabor de boca que dejan los manuscritos rechazados por una y otra casa editora. El tema es que cuando las cosas fueron bien, fueron tan bien que comenzaron a ir un poco mal, de nuevo. Su novela Abril rojo, ganadora del Premio Alfaguara en 2006, lo convirtió en el escritor más joven en la historia del premio y dio vuelta la vida de Roncagliolo en forma radical. El autor estuvo durante tres años girando por el planeta, sin poder gobernar sus propios actos, a merced del mercado literario que lo quería aquí y lo quería allá, tal era su condición de flamante estrella de la escritura en esos tiempos. Los críticos que amaron Abril rojo, lo llamaron un thriller pulido. Los que la odiaron, también.
La novela que lo lanzó a la fama, poblada por criaturas peruanas situadas entre Lima y Ayacucho, con buenas dosis de Sendero Luminoso, con un fiscal que busca justicia y termina encontrando una clave secreta de su propia vida, llena de suspenso hasta la última página, lo convirtió además en un autor mimado por las ventas. Y él está feliz por ello. Tiene lectores, tiene editores, después del vértigo de Abril rojo, y se dedicó a formar una familia, con una esposa y un hijo que, al contrario de su padre, se interesa por el fútbol y por Lionel Messi.
Infaltable en las listas de los autores jóvenes más prometedores, pertenece al grupo de los 39 menos de 39, aquella generación de escritores que se reunió en 2007 en Bogotá. No faltó, como es obvio, en los polémicos apuntes de Granta en español, cuando un jurado de dudosa capacidad determinó quiénes eran los 22 mejores escritores jóvenes en lengua española. El dice, como dicen todos los autores, que está más allá de todas las listas, premios, grupos y reconocimientos, pero nadie en la literatura tan profesional como Santiago Roncagliolo, tan consciente de su lugar en un mercado literario que le permite ejercer un oficio que le apasiona.
Estuvo en México para participar en el Hay Festival Xalapa 2011, en la Feria del Libro de Guadalajara y para comer chiles en nogada y para promover su reciente novela, Tan cerca de la vida (Alfaguara).
Se trata de una historia de soledad tecnologizada en el Japón del tercer milenio, una especie de Lost in translation donde la realidad se confunde con los sueños y éstos con una dimensión desconocida que transforma inevitablemente al personaje central.
Escrita con un lenguaje hondo y muy grato de leer, con pasajes altamente poéticos, Roncagliolo admite que Tan cerca de la vida es también la novela que estuvo más cerca de su corazón y de su alma, acaso el primer libro en que se mostró tal cual era.
–¿Tuvo su propio Lost in translation en Tan cerca de la vida?
–Bueno, sí, un poco más cibernético, quizás. Lo que pasa es que el hotel en el que me quedé cuando fui a Japón es el mismo donde se filmó la película. Es un hotel muy bueno para hablar de la soledad, es un satélite sobre la ciudad, muy lujoso... y el lujo siempre te hace sentir solo. Un crítico dijo que mi novela era una mezcla de Lost in translation y Blade Runner. Y está bien. Es eso.
–¿Blade Runner es una película que le gusta particularmente?
–Me fascina Tokio. Y en mi novela no sólo hay referencias de esas dos películas que te nombré, sino también de los libros de Haruki Murakami, de Yasunari Kawabata, del cine de terror japonés... Así que el Tokio de Tan cerca de la vida no es sólo el Tokio que he pisado, sino también el que he leído y el que he visto en el cine. Está todo mezclado en la novela.
–¿Cómo se lleva con la crítica?
–Bueno, cuando eres un artista trabajas con tus emociones, con tus gustos, con tu vida personal. Es muy raro, porque haces algo, lo muestras y la gente empieza a hablar de eso. He tenido suerte, en general, pero nunca sabes lo que va a decir o pensar la gente. Creo que lo mejor en esos casos es que no te importe.
–Qué bueno que habla de la suerte, porque al principio de su carrera, cuando todavía no había publicado muchos libros, la suerte que lo rodeaba parecía mucha. ¿Lo ve así?
–Sí, fue un peso, claro. Sobre todo después de Abril rojo, cuando todo comenzó a verse excesivo. Pasé tres años viajando por el mundo, con una sola estada de un mes entero en mi casa, fue un best-seller, ganó el Alfaguara, ganó un premio en Inglaterra, las críticas fueron espectaculares... En esos tiempos me obligaban a convertirme en una figura casi política, porque la novela trataba un tema político. Entonces la gente comenzaba a preguntarme cosas como “¿Qué hay que hacer con Hugo Chávez? ¿Cómo se sale de la crisis financiera?” (risas).
–Y uno no es Martin Amis, que tiene respuestas para todo...
–Bueno, yo puedo decir las mayores barbaridades y contestar todo lo que me preguntan, el tema es que luego me empecé a indagar y no supe encontrar el para qué de esas respuestas. Durante un buen tiempo lo que he estado haciendo es explorar, haciendo todo tipo de experimentos para recuperar la inocencia, la falta de conciencia de lo que pasaba afuera que tenía cuando escribí Abril rojo. He estado haciendo historias reales o historias como Tan cerca de la vida, mucho más arriesgadas, pero también estuve consolidando una vida personal.
–¿Cómo es eso?
–De repente me di cuenta de que la carrera iba muy bien, pero no había hecho cosas que eran normales para todo el mundo. Entonces, en el último año he viajado mucho menos, hice menos promoción, pero me saqué la licencia de conducir, aprendí catalán, hice terapia y, por supuesto, estuve mucho más tiempo con mi familia. Y ahora que comencé a salir de nuevo, compruebo con satisfacción que las cosas que hago producen todavía interés, que no necesito ya ir a todos lados, que puedo concentrarme en los proyectos que me importan y que uno de esos proyectos es pasar mucho tiempo con mi familia. Me siento cómodo siendo más discreto, además. Eso es algo que uno tiene que aprender a manejar.
–En estos tiempos hay una construcción muy definida de lo que es un escritor profesional: el premio, la casa editora, las conferencias de prensa, la promoción... ¿Algunos de esos paradigmas le molestan particularmente?
–Ninguno de ellos, porque tengo poco contacto con la industria editorial. De eso se encarga mi representante. Por otra parte, hago muy poca vida social, literariamente hablando. Hago un poco más en los viajes, y me divierte mucho. Pero en general estoy escribiendo. Produzco mucho. Me encanta mi trabajo.
–¿Qué le pareció la lista de los mejores autores en lengua española elaborada por Granta?
–A ver, las listas son muy bonitas cuando tú estás en ellas. Si no estás, no te gustan tanto. De entre los 22 escritores elegidos, conozco a unos cuantos y los que conozco creo que merecían estar en esa lista. Andrés Neuman, Andrés Barba... hay que decir también que muchos no entraron en esa lista, sobre todo aquellos a quienes considero mis colegas, porque se pasaban un año de la edad límite. Me refiero a Juan Gabriel Vázquez, a Guadalupe Nettel... Con 36 años yo estoy ya veterano para la lista. De entre los autores que no conocía, algunos como Carlos Yushimito del Valle y Oliverio Coelho me parecieron buenísimos. Pero, en definitiva, mi conclusión de la lista de Granta es que me hizo dar cuenta de que no soy tan joven. Entré por medio minuto...
–¿Qué edad tiene?
–Tengo 36 años y te das cuenta de que no eres joven cuando no tienes la edad de un futbolista ni de ningún deportista de elite. Ahí es tu mediana edad...
–Su personaje de Tan cerca de la vida, Max, piensa mucho, ¿verdad?
–Sí, pero yo también pienso mucho. Creo que mis personajes se parecen a mí en todo lo malo.
–Ahora, todo el territorio del pensamiento de Max parece ser el único territorio de libertad en su novela. ¿Lo cree así?
–Bueno, es una novela que ocurre en buena parte dentro de su cabeza. Son sus sueños, sus recuerdos, están entrando en colapso todas sus representaciones del mundo. Sí, es posible que su pensamiento sea el único espacio de libertad porque para mí también todo ocurre dentro de mi cabeza. De eso vivo, además, de las cosas que invento. Por otro lado, lo que le ocurre a Max también me ha ocurrido. Fui un tipo solo dentro de un hotel durante tres años, tratando, como mi personaje, de saber quién era. Max no quiere saber quién es, porque descubrirlo será mucho peor. Me gusta así. Tenía muchas ganas de escribir algo psicológico, porque otros libros míos son muy exteriores, tratan de política, de la mafia en el Caribe... Ahora quise hacer algo mucho más personal.
–Más que la soledad, parece ser la angustia la fuerza motora de Tan cerca de la vida. Cuando se ve a Max, que la pasa tan mal, acercarse a la ventana de su habitación y se piensa en por qué no se tira...
–No se tira porque las ventanas de esos hoteles lujosos no se pueden abrir (risas). Es una novela que escribí cuando yo también la estaba pasando muy mal. De hecho, fui a Japón porque me resultó el lugar más lejos adonde podía ir. Max junta muchas de las opresiones que tenía yo y que suele tener cualquiera en su trabajo. Tratar con el mundo es difícil y siempre estás haciendo esfuerzos para ser funcional, agradando a todos y teniendo al mismo tiempo la sensación de que no te comunicas con casi nadie. Y además como Tokio parece Saturno, resulta un lugar ideal para contar una historia de soledad como ésa.
–La construcción y destrucción constantes de la voz narrativa producen un efecto hipnótico en el lector.
–Ojalá, ésa es la intención. A mucha gente, ese recurso la ha desconcertado. En México, en cambio, ha sido tomado con mucha naturalidad, porque es un recurso que forma parte del lenguaje cotidiano de los mexicanos. Es un recurso que he plagiado de Carlos Fuentes, concretamente de Aura, que está escrita íntegramente en segunda persona.
–¿Ha intentado la poesía?
–No, creo que ésta es la novela más poética que he escrito. Y tampoco sé si haré otras en el mismo tono. Tan cerca de la vida es una pieza anómala dentro de mi obra.
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