LITERATURA › EL BAHIENSE GUSTAVO LóPEZ Y EL COLECTIVO EDITORIAL VOX
En los últimos quince años, el sello publicó unos 120 títulos atravesados por la diversidad. Buena parte de la llamada “poesía de los ’90” alimenta el catálogo de Vox. A fines de 2013 el proyecto estará centrado en la edición digital.
› Por Silvina Friera
A juzgar por la desmesura con la que abre los ojos, dos faroles que anticipan las chispas de una picardía vislumbrada en los gestos, el editor bahiense Gustavo López no se dilata en preámbulos. Va directo al grano de una mitología reciente. “Hace tiempo que circula una frase que me causa mucha risa. Bahía Blanca es la ciudad que tiene mayor densidad de poeta bueno por metro cuadrado de la Argentina. Y es cierto: hay muchos poetas buenos.” Esta ciudad ha sido la primera sede del Filba Nacional, festival de literatura nacional que continuará itinerando por todo el país, año tras año, con una feria del libro que tuvo como protagonistas a varios sellos bahienses como Vox y 17 Grises.
La sonrisa ahora se disipa cuando dice que Bahía Blanca también padeció el mayor terror por metro cuadrado del país. Madrugada del 21 de diciembre de 1976. Gustavo duerme en la casa de sus padres, en el barrio La Falda. Alguien golpea la puerta. El sueño se interrumpe. Hay interrupciones que se recuerdan toda la vida, como hay dolores que se inscriben para siempre en el cuerpo. Tiene 16 años. Lo llevan al centro clandestino de detención La Escuelita. “Lo único que hacía era jugar al fútbol. Ni yo ni ninguno de mis compañeros –secuestraron a unos trece chicos más y a un profesor– teníamos militancia política. Una de las teorías es que fue una maniobra para generar terror en la población”, cuenta el editor de Vox, sello que ha publicado una porción significativa de la llamada “poesía de los ’90”.
“Mi papá habló con un abogado y presentó un hábeas corpus. Después se enteraron de que había otros chicos desaparecidos, se juntaron las familias y empezaron a hacer gestiones ante el Arzobispado, el Ejército, la Marina, todos los lugares donde pudieron.” López respira profundo para continuar con su relato. “La experiencia fue horrible. El régimen era parejo para todos; lo único que nos terminó separando fue la muerte o la vida –subraya en ese luctuoso orden–. Una noche me sacaron, a la madrugada, para que reconociera a gente en unos libros donde había fotografías. Me preguntaban, me golpeaban, me hicieron simulacros de fusilamiento... Yo no podía reconocer a nadie.” El y otros cinco chicos fueron liberados cerca del cementerio de Bahía Blanca, a mediados de enero. “Un minuto después cayó un camión del Ejército y nos empezaron a preguntar quiénes éramos, qué estábamos haciendo ahí. Nos llevaron otra vez y nos tuvieron una semana más; estábamos muy lastimados, muy averiados –repasa el editor–. Pero esa semana no estuvimos en estado de cautiverio, encapuchados, con las manos atadas a la espalda. Nos pusieron en unas celdas y podíamos caminar; teníamos una cama y un baño. Luego llamaron a mi papá, que firmó la liberación de los seis.”
El 21 de enero de 1977, un mes después, regresó a su casa. “Yo volví, pero mucha gente permaneció en el infierno, sufriendo; es un dolor que para mí no termina de cerrar.” Las cicatrices tampoco se cerraron. Tiene las marcas de unas costras apenas perceptibles en la sien, que muestra con el pudor de quien preferiría no hacerlo. Y las llagas de las muñecas son dos hilachas blancas que conservan a flor de piel las quemaduras de las sogas y las esposas. El año pasado declaró en el juicio por delitos de lesa humanidad cometidos por el V Cuerpo del Ejército en Bahía Blanca. “Traté de dar mi testimonio lo más tranquilo que pude. Me dio pena ver a esos viejos terminando sus días en una de las posiciones más terribles: que tengan conciencia de lo que hicieron. Sé que lo importante es la verdad y la justicia, no sólo para los que pasamos por La Escuelita, incluso para esos viejitos. Tal vez no lo sepan, ¿no?, pero es fundamental para ellos mismos ser juzgados por tanto horror”, resume el editor, que opta por definirse como un “operador cultural”.
Hincha de Bella Vista –“de ahí surgió el Coco Basile”, informa con el orgullo de los curtidos por la épica del fútbol del ascenso–, López cursó la carrera de Letras en la Universidad Nacional del Sur, pero no la terminó porque empezó a trabajar en diferentes propuestas que cruzan el arte y la literatura. En 1981 fundó la revista Senda (32 números editados hasta 1991), antecedente del proyecto Vox que inició en 1994. Primero fue la revista; el campo de batalla se extendería luego hacia la vertiente del arte contemporáneo, el espacio Vox, del ’98 al 2006, donde Jorge Gumier Maier, Alfredo Prior, Marina de Caro, Diana Aisenberg, entre otros, exhibieron sus obras. Finalmente, en 1997 nació la editorial con Música mala, de Alejandro Rubio; Poesía Civil, de Sergio Raimondi; Las últimas mudanzas, de Laura Wittner; Cuaderno de lengua y literatura, de Mario Ortiz; El collar de fideos, de Roberta Iannamico; Diesel 6002, de Marcelo Díaz, por mencionar apenas un par de nombres de una larga constelación poética. “Al principio sacamos plaquetas de Gabriela Bejerman, Santiago Llach, Omar Chauvié. Y recibimos un apoyo fuerte de la fundación Antorchas, que nos permitió comenzar un taller de formación de poetas en Bahía Blanca. Entonces se generó un vínculo con Arturo Carrera y Daniel García Helder, poetas que dieron algunos de esos talleres y aglutinaron a los que estaban escribiendo en la ciudad, fundamentalmente a los poetas mateístas, Mario Ortiz, Omar Chauvié, Marcelo Díaz, Sergio Raimondi, Sebastián Morfe”, repasa López. Esa primera persona del plural, que mantiene a lo largo de la entrevista con Página/12, incluye a los integrantes del colectivo editorial Vox: Carlos Mux, el hombre orquesta bahiense que diseña los libros; y el poeta Leandro Selén, “un ángel que nos cayó del cielo”.
Vox ha publicado unos 120 títulos. “Cada libro tiene su modo de circular, pero siempre trabajamos con la urgencia de editar. Después del 2004 brotaron poetas y textos como hongos, muy buenos, diferentes y estimulantes”, destaca López. Una buena parte de la llamada “poesía de los ’90” alimenta el catálogo de este sello bahiense. Sin embargo, aclara que otra parte “muy buena” se encuentra en otras editoriales como Siesta y Ediciones del Diego. “La poesía de los ’90” es un frente de proyectos que impulsan con nuevos procedimientos, con nuevas prácticas, con nuevas maneras de editar, un estado de la producción no sólo de textos poéticos sino también narrativos –explica el editor–. Nos sentimos muy cercanos a Eloísa Cartonera o al trabajo que ha hecho Damián Ríos, ahora también con Mariano Blatt. O a Mansalva, una editorial con la que tenemos una afinidad muy alta; de hecho estamos sacando en conjunto una revista que se llama La luz artificial y una colección de libros que nos parece que hay que reeditar, como Punctum, de Martín Gambarotta. Ahora empiezan a funcionar mecanismos de unificación y de reconocimiento que hace que todo sea mucho más fácil de lo que fue en los ’90.”
La impronta de Vox se orienta a la yugular de la poesía contemporánea argentina y latinoamericana. “Hacemos un recorte que intentamos que sea lo más amplio que se pueda dentro de nuestros intereses y nuestra manera de percibir la poesía. A veces incluimos libros que no necesariamente compartimos en su definición poética. Pero los publicamos porque están aportando a ese trabajo que se debe hacer para la poesía”, fundamenta López. “Las estéticas son muy variadas; nos interesa que la posición poética que tenga cada libro esté sostenida por el trabajo con el lenguaje y por el mismo poema. Hay autores muy diferentes entre sí, como Gambarotta y Iannamico o Cucurto y Raimondi. Nos importa cómo resuena cada texto en el compendio de producciones poéticas de la época. Vox es una editorial de los textos que se publican en el presente.” López advierte que no quiere resultar exagerado cuando afirma que la poesía de los últimos veinte años “está entre lo mejor que produjo la literatura argentina”.
El tiempo en la edición de poesía es pliegue, exactamente como se pliega una página. “A mediados del año que viene sacaremos los últimos libros, cumplimos la etapa de la edición en papel –anuncia López–. Estamos armando la base para las descargas en e-books, creemos que el futuro de la difusión de la poesía se va a dar con mucha más agilidad y versatilidad en la web. Ya se está dando. Lo que nos importa es que la poesía circule y se lea. El camino natural de un proyecto como Vox es lo digital”.
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