Lun 15.05.2006
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LITERATURA › ENTREVISTA AL ESCRITOR ESPAÑOL JESUS RUIZ MANTILLA

Que vivan los gordos, y qué

Periodista del diario español El País, Ruiz Mantilla es el autor de Gordo, una novela que él califica de “epicúrea”, en la que se reivindica la identidad de los que no adelgazan.

› Por Silvina Friera

El periodista y escritor español Jesús Ruiz Mantilla cuenta que Gordo (RBA), ganadora del Premio Sent Soví de Literatura Gastronómica, surgió después de una de esas tardes en la que fue a comprarse una chaqueta y no había talles grandes. Le mostraron lo que quedaba y él recuerda que eran todas prendas “espantosas”, para jubilados. “Coño, por qué me tienen que condenar a mí a esto”, se queja Ruiz Mantilla, un gordo comprometido con la reivindicación estética y política de la gordura.

“Empecé a escribir para vengarme, para convertir el defecto en virtud, darle la vuelta a la tortilla”, aclara en la entrevista con Página/12. El protagonista de la novela es un crítico gastronómico respetado en la prensa española, Monchón, que pesa 130 kilos, abraza la doctrina de Epicúreo y se entrega en cuerpo y alma al placer de la comida.

Ruiz Mantilla, autor de Los ojos no ven y Preludio, es periodista de El País de España, donde publica asiduamente en la sección de Cultura y en el suplemento El País Semanal.

“No quiero convertir un placer en trabajo”, explica cuando se le pregunta por qué no escribe críticas gastronómicas. “Cocinar es un arte muy concienzudo, perfeccionista, si te pasás un poco de una medida, podés arruinar un plato, hacer un desastre. Es mejor la literatura porque podés ser excesivo y después cortar”, subraya el escritor.

–¿Por qué piensa que estéticamente la gordura está tan mal vista?

–No lo sé, porque en el Renacimiento, en el Barroco, en el siglo XIX y leíamos a Fortunata y Jacinta, de Benito Pérez Galdós, la gordura estaba bien vista. Siempre digo que los gordos hemos nacido en el tiempo equivocado porque ésta es la época de la anorexia, del hueso, de lo light, de lo políticamente correcto, del eufemismo.

–Ser gordo no es políticamente correcto.

–No. Y esta novela es contra el eufemismo, trata de que gordo sea una palabra bella y de llamar a las cosas por su nombre y no emplear términos como regordete, sanote, fuertote, porque se empieza por eso y se acaba diciendo “daño colateral” por masacre o asesinato en masa.

El turno del sibarita

–¿Cómo explica que se haya puesto de moda la cocina, que haya un culto al sibarita en los canales de cables, pero al mismo tiempo se quiera ser anoréxica?

–De contradicciones vive el hombre, y los escritores más que nadie. Por eso me interesaba también escribir un libro en este contexto de extremos que se tocan y que no saben por qué conviven entre sí. Para eso se inventó la literatura, para que la gente se pregunte por qué ocurre esto, qué nos pasa. Vivimos la cultura del exceso, pero nos bombardean con una estética de lo light, del sudor y del hueso. Y esto es una contradicción tan jugosa que, desde que me agarró ese impulso rebelde de escribir Gordo hasta que la terminé, me di cuenta de que es un tema inagotable. Pero no tengo respuesta a esta pregunta; es algo que diagnosticas, pero no sabes cuál es la solución, o a lo mejor no hay solución y las cosas caerán por su propio peso o se disiparán. Ya que sabemos que los gordos tienen problemas de salud, y que es difícil luchar contra una genética tiránica y un metabolismo traidor, encima, tenemos que soportar que nos señalen con el dedo, que apestemos, que no nos den trabajo, que nos discriminen.

–¿Lo discriminaron en el periodismo?

–No, a mí no, pero creo que ocurre, sobre todo con las mujeres. No hay nada más terrible en esta sociedad que ser mujer y gorda.

–Al hombre se le disculpan unos kilitos de más...

–Claro, pero a la mujer no, es imperdonable que sea gorda.

–¿Su novela es un manifiesto comunista de la gordura, algo así como “gordos del mundo, uníos”?

–Sí (risas), hay una reivindicación radical del placer como forma de progresismo, como predicaban los epicúreos. Los curas nos decían que los epicúreos eran egoístas, que buscaban el placer para ellos mismos, pero es todo lo contrario. Emilio Lledó, un filósofo español maravilloso, tiene un libro que se llama El epicureísmo y explica que ellos buscaban el placer como un bien social y predicaban que cuanto más contento estuviese uno consigo mismo, más fácil iba a ser el placer de los otros.

–¿Cuántos elementos autobiográficos utilizó en la novela?

–Como es una comedia, trato de explotar los defectos de la gente. Para la madre de la novela, tomé lo peor de mi madre y de mi suegra (risas). Mi madre estaba aterrada cuando leyó el libro, y después me reprochó: “¿Cómo te acuerdas de estas cosas?” Y Juanito, el amigo gay de Monchón, es una mezcla de un amigo mío de la infancia con otro. Ellos saben que, al ser escritor, corren el riesgo de aparecer en algunos de mis libros.

Aznar y Zapatero

–El gordo del libro está furioso con Aznar.

–Nunca me gustó la España de Aznar. La segunda parte de la novela, que estoy escribiendo, va a ser la España de Zapatero.

–¿Y cómo se siente con el actual gobierno socialista?

–Me gusta mucho más. En España estábamos tan atufados de política que decíamos que “venga Zapatero, total no a ser tan terrible como el otro”. Pero nos tiene a todos sorprendidos, porque todo lo que dijo que iba a hacer, lo está haciendo, y no se arrepiente de lo que hace. No como Felipe González, que era un charlatán que todo lo atemperaba y al final terminaba haciendo todo lo contrario de lo que decía. La leyes de Zapatero son súper progresistas, muy de avanzada.

–Hay una tradición culposa con el tema de los placeres en la izquierda. ¿Hoy se puede ser progresista y hedonista?

–Sí, justamente, es el epicureísmo. Es la búsqueda del placer como bien común y como forma de progreso, de avance. Y esto ya estaba en los griegos. En las dictaduras de las ideologías, de los dogmas, había cierta obsesión por la disciplina, por la rectitud, por la cosa espartana. Y eso es lo que terminó arruinando todo, cuando, si te fijas, el sentido auténtico en la libertad es la expansión, el dejar hacer. La ley del matrimonio homosexual es un progresismo expansivo para que la gente sea más feliz.

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