LITERATURA › INGRID BECK Y ALEJANDRO FAINBOIM, AUTORES DE ¡AUXILIO, SOMOS PADRES!
“Si uno tiene niños, necesita un pediatra a mano”, comienza descubriendo este libro escrito por la directora de la revista Barcelona y el médico al que ella acude con sus hijos. Ambos aclaran que todas las anécdotas son reales y que invitan a los lectores a reírse de sí mismos.
› Por Karina Micheletto
¡Auxilio, somos padres!, grita el título de este libro, en lo que es ya una toma de postura, una aceptación entre resignada y desesperada, que se completa con un subtítulo que suena de orden práctico, o más bien de supervivencia: Manual para no enloquecer (al pediatra). El trabajo que acaban de editar la periodista Ingrid Beck y Alejandro Fainboim (que no es otro que el pediatra de los hijos de Beck), publicado por Sudamericana, resulta una catártica manera de que las madres, los padres, y también los médicos, puedan reírse un poco de ellos mismos, y quizás en ese mismo acto aliviar angustias y temores que, según la experiencia que se descubre repetida, parecen inevitables.
“Si uno tiene niños, necesita un pediatra a mano”, comienza descubriendo el libro. Y esa afirmación tan sencilla es el punto de partida para un análisis hecho con humor, ácido por momentos, pero también muy certero, de una relación tan importante como poco tematizada: la que establecen las madres –porque los padres, como se verá en el libro, ocupan otro lugar, a menos que pertenezcan a la categoría de “padre-madre”– con el pediatra de sus hijos. Clasificados con la certeza de que “cada familia tiene el pediatra que se merece”, el lector conoce primero cuáles son los diferentes tipos de pediatras que existen: el que no le gustan los chicos, el criticón, el profesor, el confianzudo, el distante, el marketinero, el mayor, el que recién empieza, y los claramente subtipos “el de guardia” y “el de guardia a domicilio”.
Pero están además las diferentes clases de madres y padres, también organizados según la hipótesis de que “cada pediatra tiene la familia que se merece”: la insistente, la tímida, la cuestionadora, la ocupadísima, la sipediatrista (aplicadísima, sigue todas las instrucciones al pie de la letra; tanto, que no tiene ni voz ni voto), la psicóloga, la empalagosa, la primeriza, la hipocrondríaca, la “mamita” (odiada por las otras madres y por las secretarias en la sala de espera). Los padres también tienen sus categorías: el perchero (“está ahí básicamente porque hay mucho que cargar”), el pollerudo (“una variable del perchero, pero capaz de pronunciar algunas palabras como ‘sí, mi amor’”), el separado, el padre-madre, el amigudo. Y es seguro que cada quien podrá reconocer, con una sonrisa, a cuál de estos tipos se acerca lo que hay en casa. En la segunda parte del libro, una cantidad de intercambios reales padres-pediatras podrá generar más de una identificación, también aliviada por el humor. Y por último, un glosario “en serio” describe las principales consultas pediátricas, entre alergias, virus, eruptivas, constipaciones y antitérmicos.
Beck y Fainboim cuentan que la idea de hacer el libro surgió de las mismas consultas pediátricas. “En esas numerosísimas visitas al consultorio, sobre todo con mi segundo hijo, me daba cuenta de que todas hacíamos preguntas bastante estúpidas y cruzábamos anécdotas, también con las secretarias”, cuenta Beck en diálogo con Página/12. Es que a esa altura la periodista, que actualmente es directora de la revista Barcelona y columnista del programa Negrópolis de Rock & Pop, y que además escribió, con Paula Rodríguez, los libros Guía inútil para madres primerizas 1 y 2, ya era toda una “especialista”, según ella misma se carga en el libro. “¿Especialista en qué? En desarmar los discursos oficiales sobre crianza”, explica. Para Fainboim, este libro, impensado para él, significó una nueva manera de acercarse a los que llegan a su consultorio. “La técnica literaria la puso Ingrid, yo aporté sobre todo anécdotas, vivencias y consejos. Yo también soy papá y me identifico con muchas de las cosas que surgen en las charlas con los padres. Como digo en el libro, uno se completa como pediatra cuando tiene hijos: aprende a sugerir lo que se puede cumplir.”
–Seguramente los colegas de Fainboim no estarán tan de acuerdo con eso de que cada pediatra tiene la familia que se merece...
Ingrid Beck: –Y sí, les tocan plomos, locos, gente como una... El subtexto de esa afirmación es que un pediatra elige tener ciertas actitudes con las familias y con los chicos, que hacen que algunas familias se acerquen y otras se alejen. Si no te da su celular, por ejemplo, está marcando una distancia que por ejemplo no va con madres neuróticas como yo, que si pudieran tendrían al pediatra en su mesita de luz. Otras familias, en cambio, necesitan esa distancia, la buscan.
Alejandro Fainboim: –Es claro que uno va generando un perfil de pacientes, porque tiene una historia personal previa, una forma de relacionarse con el otro que hace que, lógicamente, se identifique más con algunos tipos de familias. O quizá ponga menos límites, algo que es todo un aprendizaje: uno tiene que tratar de mantenerse equidistante, sobre todo cuando hay que manejar conflictos, y si uno se acerca mucho a la familia, pierde una objetividad que es necesaria.
–En los casos reales, muchos lectores podrán recordarse a ellos mismos preguntando estupideces como ésas al pediatra, o al menos con ganas de preguntarlas. ¿No los han acusado sacar de contexto?
I. B.: –¡Es que así funciona el humor! Y sí, pueden acusarme, pero ojo que hay unas cuantas de esas que son mías, o de mis hermanos, de gente muy cercana... Así que más que una crítica, ahí hay una autocrítica. Nos juntamos a recabar anécdotas con Alejandro, propias y ajenas, y así salió el listado que después clasificamos (“Mi hijo no es normal”, “Dudas impostergables”, “De pitulines y cuchufletas”, “Me lo dijo una vecina”, entre muchos otros). El resultado a mí me hace acordar a esas anécdotas de nenes que recolectó el maestro uruguayo José María Firpo, en libros como Los indios eran muy penetrantes. La verdad, los padres terminamos pareciéndonos mucho a los nenes.
A. F.: –Todos los casos son estrictamente reales. Y lo más pintoresco es que las preguntas se repiten en distintos consultorios, épocas, y con los distintos hijos: el primero, el segundo y el tercero. Eso también es inherente a ser papá y mamá. Siempre digo que no hay preguntas tontas, en todo caso las respuestas pueden ser tontas. Los padres tienen todo el derecho de preguntar y los médicos, de reconocer que no tenemos las respuestas para todo, o que a veces se trata de ayudar a encontrar esas respuestas. También somos seres humanos con virtudes, defectos y muchas dudas; el modelo hegemónico del médico que lo sabe todo es totalmente anacrónico en el siglo XXI.
–Y ahora que Beck dice que lo suyo es toda una especialidad, puede seguir con otras figuras importantes: las maestras, las niñeras...
I. B.: –Con Paula Rodríguez ya tenemos firmado el contrato, y gastado el adelanto, para hacer la Guía inútil 3: Cómo elegí colegio. ¡Así que esto sigue!
–¿Y el pediatra, encontró una nueva veta?
A. F.: –(Risas.) No creo, ésta es una experiencia que definí como un recreo. Le agradezco a Ingrid que me haya motivado para incursionar en este tema, porque este tipo de recreos vienen muy bien. Te abren otra visión, te acercan más a lo que sienten los papás del otro lado del consultorio. Y eso no es nada menor en la formación de un pediatra, que es algo que dura toda la vida.
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