LITERATURA › UN HOMENAJE A ROBERTO FONTANARROSA, EN PALABRAS Y TEATRO
Luis Chitarroni, Reynaldo Sietecase y Francisco Javier encabezaron la charla en el C. C. Paco Urondo, donde Los Volatineros cerraron el encuentro con fragmentos de Hola, Fontanarrosa, y el auditorio lógicamente ganado por las carcajadas.
› Por Facundo Gari
Puto el que lee. Con esa frase comienza Roberto Fontanarrosa “Palabras iniciales” y Reynaldo Sietecase la citó en la mesa redonda Roberto Fontanarrosa, la literatura, el fútbol y el teatro, en el C. C. Paco Urondo. “Puto el que lee” como síntesis de estilo e impronta de la obra del dibujante y escritor fallecido en julio de 2007: su raíz popular, su humor irónico y sagaz, su economía de palabras sin desmedro de seducción, esa honestidad con sabor a valentía que lo ubicó en el corazón de los lectores de sus libros y de sus comics Boogie, el aceitoso e Inodoro Pereyra, antes que en los mausoleos en los que se exhiben las obras magnas de academias e industrias. Por eso fue un gesto reivindicatorio que esta exposición tuviera lugar en un apéndice de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, en el que además del periodista y conductor de Guetap (Vorterix) hablaron el director teatral Francisco Javier y el escritor Luis Chitarroni. Como cierre, Julian Howard y Roberto Saiz, de Los Volatineros, reprodujeron fragmentos del espectáculo Hola, Fontanarrosa, de 1978. Abundaron las risas: el Negro se habría dado por hecho.
“Teníamos una deuda. Hace tiempo íbamos a hacer una ‘semana Fontanarrosa’, y este acto intenta saldar esa deuda”, presentó Javier, que ideó y dirigió la pieza estrenada en el Teatro Casa de Castagnino. Le cedió el micrófono a Chitarroni, editor de La Bestia Equilátera, que parafraseó al imperio romano. “Todos los caminos conducen a Rosario cuando se habla de literatura, porque es un lugar donde la gente se aquerencia a ultranza”, distinguió. Fontanarrosa hizo de su ciudad “un mundo”, saltando de género en género: de la historieta al cuento, del cuento a la novela, de la novela a la dramaturgia televisiva (como en Los cuentos de Fontanarrosa) y a la radial (son recordadas las lecturas de Alejandro Apo) y teatral, en ocasiones sin buscarlo, por la “sabiduría teatral” intrínseca en sus textos, como explicó Javier; en otras con incidencia directa, como su colaboración con Les Luthiers. “En sus propuestas habla siempre el mismo idioma, hizo literatura siempre”, aseguró. Luego rememoró su fanatismo por Inodoro Pereyra, esa pasión que despertó en tantos la maña de coleccionar sus páginas como si fueran estampitas, acaso a sabiendas de que serían parte de la historia grande. “Esperaba esas publicaciones con una tensión que les puse a muy pocas cosas en la vida”, añoró.
Chitarroni lo describió como “un hombre de hábitos y costumbres, de singular simpatía por Rosario Central, que demostraba una percepción admirable para registrar los cambios, introducirlos e infiltrarlos”. Todo el homenaje estuvo teñido por ese apego que suscita no sólo su talento sino su nobleza y humildad, su “calidad humana”. Prosiguió: “Eligió para representar su mundo las convenciones y las buenas costumbres, y su obra no nos permite liquidarlo como si consistiese sólo en hacernos reír. Como escritor de cuentos y novelas nunca descarta el humor, pero se puede afirmar que es una condición imprescindible para mirar el mundo”.
Sietecase entró a la cancha, literalmente. Se sacó el buzo y mostró una remera negra con Mendieta suspirando su clásico y “levemente transgresor”, al decir de Juan Sasturain, “¡Qué lo parió!”. “Nos la hicimos con un grupo de amigos cuando Fontanarrosa murió”, justificó. La evocación futbolística de ese sencillo acto predispuso a la audiencia para una verborragia de media hora que pasó rápido. El periodista rosarino recomendó cuentos del Negro, compartió anécdotas en las que Fontanarrosa salía corriendo de cualquier acto para ver a Central, lamentó que la disputa judicial entre Gabriela Mahy y Franco Fontanarrosa le pusiera freno a la edición de los libros del Negro y subrayó el cariño compartido por la ciudad santafesina. “Si le preguntan a cualquier rosarino si es amigo de Fontanarrosa, dirá que sí –aseguró–. Era un tipo de conocimiento generoso, como decía Borges de Macedonio Fernández. Uno se encontraba con dibujos originales y entrevistas en revistas de colegio secundario. Es raro que no haya presentado el libro de algún escritor de Rosario: podía fallarle al escritor más importante del mundo, pero no a alguien de su ciudad.”
El mítico El Cairo, las tramas barriales, el fútbol y Central son algunos condimentos de un mundo que “se ha hecho universal”, consignó. Ejemplo de esa universalidad es un pasaje de la novela La carta esférica, del español Arturo Pérez-Reverte, amigo del Negro. “Es un policial en el que hay una persona vigilada que se cansa de que lo observen –relató Sietecase–. Baja y agarra de las solapas a su espía, que le responde: ‘Negociemos, don Inodoro’.” Pérez-Reverte postuló en 2003 al autor para el premio Cervantes, “para escándalo de mucha gente”. Según Sietecase, lo hizo porque Fontanarrosa era tratado sólo como humorista o dibujante. “Se le aplicó una regla injusta que sufrió también Osvaldo Soriano, una visión mediocre que es pensar que porque alguien es popular no puede adquirir categoría de gran escritor.” El mundo ha vivido equivocado. Pero homenajes como éste dejan entrever que a veces también puede dar en el clavo.
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