LITERATURA › JOSE MARIA MERINO Y LAS FICCIONES DE PEQUEÑO FORMATO
El escritor español, autor del notable Cuentos del libro de la noche, señala que el fenómeno va más allá de la coyuntura: “A pesar de todo, hay literatura después de El Código Da Vinci”.
› Por Silvina Friera
La culpa de su último romance la tiene La mano de la hormiga, una famosa y nunca reeditada antología del cuento breve que se publicó en España en 1990. Hasta entonces el escritor español José María Merino cambiaba de géneros literarios como quien cambia de novia (no de camiseta, que no es lo mismo). Aunque empezó escribiendo poesía, a fines de los ’70 le picó el bicho de la narrativa (Novela de Andrés Choz) y en los ’80 se enamoró del cuento y los ensayos. Pero el compilador de la antología, Antonio Fernández Ferrer, le propuso que escribiera una ficción breve y el encargo derivó en tres historias de viajeros y un hallazgo: el estímulo de la microficción. “Realmente ha sido el último amor literario de mi vida”, confiesa Merino en la entrevista con Página/12. Invitado especialmente al I Encuentro Nacional de Microficción que finalizó el viernes, el autor de Cuentos del libro de la noche (Alfaguara), considerado un maestro del género breve, define los microrrelatos como “relámpagos narrativos que siempre tienen elementos líricos o poéticos”.
El auge de los cuentos breves en España es un redescubrimiento del género a través de los autores latinoamericanos. El primer libro de microficciones que leyó Merino fue Cuentos breves y extraordinarios, de Borges y Bioy Casares, y dice que Historia de cronopios y de famas, de Julio Cortázar, “es una enciclopedia de microficciones”. El fenómeno, según el escritor español, sigue creciendo en los últimos años. “Los jóvenes están escribiendo relatos brevísimos y creo que estamos viviendo un momento muy interesante para los que nos dedicamos al género.”
–¿Cómo explica que la moda de la microficción conviva con otro fenómeno como El Código Da Vinci, de 500 páginas?
–La brevedad es un poco engañosa. Sobre el cuento se dice que se adapta mucho mejor a la época en que vivimos por la escasez de tiempo que tenemos para leer. Pero me parece una falacia, porque el cuento requiere un lector con el gusto literario formado y el microrrelato todavía exige un lector con el gusto más formado aún. Aunque cada día hay lectores mayoritarios que quieren más códigos Da Vinci de mil páginas, por otro lado hay un lector muy refinado que encuentra en el microrrelato muchos referentes literarios. A mí me sorprende que en un mundo en donde la gente prefiere leer novelas fáciles acerca de los amores de Jesucristo haya pequeños editores que se atrevan a publicar microficción. A pesar de todo, hay literatura después de El Código Da Vinci.
–¿Por qué en las microficciones se trabaja tanto con los referentes literarios?
–No se puede reescribir La Ilíada o La Odisea, pero se pueden escribir quince líneas con el tema de La Odisea. Uno no puede pretender emular el Quijote, pero se puede desarrollar una parte o un tema en cinco líneas. Toda esa carga de sugerencias de carácter poético y narrativo, cuando procuramos buscar la mayor síntesis y expresividad, produce un texto nuevo y eso es sorprendente. Cuentos del libro de la noche está cargado de homenajes a los cuentos populares y a los refranes, porque todo eso al final acaba produciendo una especie de destilación narrativa. Se me ocurre una fórmula: el cuento literario es extensión inversamente proporcional a intensidad. En la microficción hay que concentrar más la extensión para que se luzca más la carga de intensidad. A mí me gusta mucho la cocina y, si es complicado explicar cómo hacer un buen guiso, creo que es más difícil explicar un microrrelato (risas).
–Por la brevedad y la intensidad, ¿entran los temas políticos y sociales en las microficciones?
–Todo puede entrar, depende de la verosimilitud narrativa. El tamaño no importa; la microficción puede transmitir cualquier tipo de mensaje, no creo que haya tema sobre el que no se pueda escribir. La ficción es una reflexión sobre el mundo hecha a través de lo simbólico. A mi juicio, la ficción es la primera sabiduría consciente de la humanidad, la primera manera de explicar la realidad. Yo parto de una paradoja: no es el ser humano el que inventó la ficción, la ficción inventó al ser humano.
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