LITERATURA › ENTREVISTA CON MARCELO BIRMAJER
El escritor habla de El Once, un libro en el que mezcla ensayo y ficción. Aunque ya había escrito muchas veces sobre ese barrio, en el que vivió y tiene su estudio, dice que le dio más trabajo que cualquier otro trabajo literario. “Acá tenía que confirmar los datos todo el tiempo”, subraya.
› Por Karina Micheletto
Marcelo Birmajer dice que este antiguo edificio de departamentos de la calle Valentín Gómez, en el que todavía hay rastros de cierta clase media bien de años pasados, es el mejor de la ciudad de Buenos Aires. Que no bien vio el departamento que actualmente usa de estudio, y que antes fue su casa, notó que tenía la misma luz que Ultimo tango en París. Desde la terraza donde se hacen las fotos se ven recortadas las bóvedas del Abasto, otra construcción que trae al presente un pasado no tan lejano. Este edificio es el mejor de Buenos Aires, insiste Birmajer. Si lo apuran, podría decir que es el mejor del mundo. Lo mismo podría decir de este barrio, sobre el que escribió tantas veces y al que ahora le dedica un libro que cruza ensayo y ficción: El Once. Una suerte de declaración de amor, acepta el escritor, al barrio por el que ya hizo transitar a su alter ego de Historias de hombres casados, y a los personajes de la película El abrazo partido.
Prolífico hombre de las letras, Birmajer sacó al mismo tiempo, y por dos sellos diferentes, El Once y Las mejores historias de hombres casados, una selección de sus tres libros anteriores, que hasta fue traducida al coreano. “Para mí fue un shock enterarme de que los coreanos de Corea entienden mucho mejor mis cuentos que los coreanos del Once cuando pido algo en un supermercado. Y creo que se debe a que me comunico mejor con mis cuentos que de cualquier otro modo”, dice. No sólo eso: asegura que su libro El Once tiene efectos mágicos. Jura que este libro lo llevó a conocer Corea y que le devolvió la vida a una anciana vecina que creía muerta. “Tendría que ser supersticioso para negar la sustancia mágica de esos eventos”, analiza.
Escribir El Once le llevó a Birmajer cerca de tres años de trabajo, mucho más que cualquier otro de sus libros. En el medio escribió El compañero desconocido, un libro de cuentos para jóvenes, otro libro de cuentos inédito, una obra de teatro, y se estrenó El abrazo partido, con guión suyo. “Y también trabajé de cualquier cosa: hice programas de radio, escribí guiones para una campaña publicitaria”, detalla. Lo suyo, queda claro, no viene por el lado glamoroso de las letras.
–¿Por qué dice que El Once fue el libro que más le costó escribir? Usted siempre escribió sobre este barrio.
–Sí, pero acá ya no era ficción. Estoy muy acostumbrado a hacer lo que quiero cuando escribo, a no respetar ningún parámetro y no chequear nada de lo que digo. En la ficción, yo tengo el poder y la verdad, soy todopoderoso. Y acá tuve que citar fuentes, chequear, hablar con gente viva sobre gente muerta...
–Pero usted ejerció el periodismo.
–Toda mi vida. Pero siempre me molestó tener que coincidir con la realidad, respetarla. En gran medida me convertí en escritor para no tener que rendirle cuentas a la realidad, para participar de un free shop tanto en lo moral como en lo lógico: que no haya impuestos para escribir. Y acá tenía que aceptar el impuesto de confirmar los datos todo el tiempo. Dentro del libro, en algunos casos hay invención. Pero siempre tiene que quedar claro qué es inventado y qué no. También hice mucho trabajo de archivo y conté con un investigador periodístico, Damián
Szvalb.
–En El Once está presente la tesis de que el barrio permanece igual a través de los años, que caminarlo es volver atrás en el tiempo. ¿En qué se sustenta?
–Por ejemplo: el aparecer y caminar de los religiosos por el barrio. Eso no se modificó. La cantidad de sinagogas y la acumulación de negocios de comida kosher. El tono de clase media del barrio: no aparecieron ni mansiones ni villas miseria. La calle Tucumán está igual y la panadería se sigue llamando Tío Pepe. No hay muchos barrios que se hayan mantenido así. Palermo Viejo no tiene nada que ver con lo que era, Belgrano tampoco. Sin embargo, al mismo tiempo yo siento que el barrio tiende a esfumarse. Cómo, no lo sé, pero siento que este libro era una manera de poner una boya en el tiempo. Todavía podemos viajar atrás en el tiempo, pero no va a durar mucho más.
–¿Cuáles son los signos de cambios que percibe?
–Me cuesta definirlo. Es una percepción irracional, no lo puedo explicar. Por ahí es simplemente vanidad y es pensar que estoy dejando un testimonio. No me extrañaría que fuera así.
–Lo que no hay en el libro son reproches al barrio. ¿Nunca se enojó o se peleó con el Once?
–Me peleé mucho. Me peleé conmigo mismo en relación con este barrio. Pero no quería poner nada de eso. Quería evitar hacer periodismo de investigación, denunciar chanchullos o hablar de la corrupción, o contar los problemas. Tenía derecho a contar lo que se me diera la gana, y en la nota previa aclaro: acá no está todo, está lo que yo quiero. De hecho, describo la convivencia entre las distintas comunidades del barrio como mucho más armónica de lo que realmente es. No hablé de la esclavitud de bolivianos y peruanos, o del odio que se pueden profesar entre las distintas colectividades. Excluí los comentarios antisemitas y anticoreanos que estaban en las entrevistas. Otros se encargarán de contarlo. No dije nada que no fuera verdadero, pero no conté todo. Me cuidé de hacer un relato dulce.
–Fue una declaración de amor al barrio.
–Sí. Uno tiene derecho a escribir libros enamorado.
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