LITERATURA › RAUL ZURITA Y SU MONUMENTAL LIBRO POETICO SOBRE LA DICTADURA CHILENA
El notable poeta chileno, que sufrió en carne propia la ferocidad del régimen pinochetista, señala que “la gran lucha que pueden librar los artistas, los poetas, los escritores, es la lucha por preservar los significados”.
› Por Silvina Friera
Un instante detenido, coagulado en la memoria, se pone en movimiento: del lirismo a la máxima crudeza. Qué son estos fragmentos, estas ruinas, los escombros de un país roto, los pedazos de una vida entera que se rompe como nunca nadie habría podido imaginar. Raúl Zurita tenía 23 años en 1973, tres hijos y estaba separado. El entonces ingeniero civil –la carrera que había estudiado– escribía sus primeros versos sin saber que su destino, finalmente, sería la poesía. En la madrugada del golpe de Estado en Chile fue detenido en Valparaíso, encerrado y torturado en una de las bodegas del carguero Maipo, donde estuvo tres meses, junto a numerosas personas. “Tenía las manos en la nuca y cuando a culatazos me obligaron a pararme, las piernas se me doblaron”, se lee en su último libro, titulado Zurita. “Un último culatazo me dio de lleno en la boca y mientras escupía un coágulo de dientes y sangre, vi la interminable planicie ocre y al fondo los conos nevados de los dos volcanes. El sonido de The Wall de Pink Floyd cubría ahora por completo la redondez de la Tierra y de pronto sentí su mano remeciéndose en mi hombro. ¿Te gusta ‘Mother’? me preguntó. Pero faltan cuatro años para que ese disco salga, traté de decirle, mientras él seguía el compás tamborileando sobre el volante. Al fondo, las delgadas nubes muy altas parecían peces blancos y pensé que Kurosawa lo filmaría.”
Hondo es el pozo del tiempo. El presente es un verbo animado, desmesurado, elástico, infinito. Zurita –que se define como “un obrero de la experiencia”– lo mezcla con las cenizas del pasado. Como si todo estuviera sucediendo aquí y ahora, o sea hace millones de años. Qué perplejidad torrencial desatan las 737 páginas de Zurita, publicado por Ediciones Universidad Diego Portales. Inspirado en la novela Ulises de James Joyce, el libro del grandísimo poeta chileno también se centra en un día: desde el atardecer del 10 de septiembre de 1973 hasta el amanecer del día siguiente, el día del golpe. En las idas y vueltas espiraladas, las heridas y cicatrices políticas, la feroz represión, el genocidio, los cadáveres, respiran las miserias íntimas del autor, interpelado por otras voces; un coro que le recrimina sucesivos abandonos, donde la víctima también deviene victimario. No hay piedad ni consuelo. Pero hay momentos en que asoma la ironía cuando el propio poeta se burla de “todo ese pajeo del arte bajo la dictadura y blablablá”. Zurita integró el grupo CADA (Colectivo de Acciones de Arte) con el que realizó performances de gran formato para resistir la dictadura pinochetista, usando los espacios de la ciudad, pero también su propio cuerpo: se quemó su mejilla con un fierro, se masturbó públicamente ante una pintura de Juan Dávila y se arrojó amoníaco en los ojos. El Premio Nacional de Literatura de Chile (2000) publicó Purgatorio (1979), Anteparaíso (1982), Canto a su amor desaparecido (1985), La vida nueva (1994), El día más blanco (2000) y Los países muertos (2006), entre otros poemarios.
“La escritura no me alivió. En un momento de mi vida tuve el sueño de que escribir era una especie de exorcismo. La escritura en el recuerdo se hace más fuerte, hace el recuerdo más vivo. No siento que escribir este libro haya sido un alivio. Ha sido seguramente lo que sentí que tenía que hacer. Para mí, el único sentido que tiene la escritura es la relación arte-vida, literatura-vida, una relación finalmente posible. No porque crea que mi vida tiene algo especial, sino porque es un dato de mi existencia. Los seres humanos no somos más que distintas metáforas de lo mismo. Todos somos más o menos semejantes en nuestros sueños, en nuestras pesadillas, en nuestra necesidad de amor, en nuestra despedida frente a la muerte. Incluso nuestros hermanos monstruosos. En teoría, si uno pudiese llegar al fondo de sí mismo, sin autocompasión y sin falsa solidaridad, es posible que esté tocando el fondo de la humanidad entera”, plantea Zurita a Página/12. “Yo creo que llegué al fondo de mí mismo al volver sobre el 11 de septiembre, que no me lo sacaré nunca de encima. Un dato que se une a éste, no sé por qué, es toda la falta que me hizo mi padre, muerto tan joven, a los 31 años, cuando yo tenía dos años. La vida te pone de golpe, frente a frente, con esa ausencia. Y es una ausencia para siempre.”
–¿El Zurita que aparece en el libro es un yo en carne viva?
–Yo creo que sí. Pero hay una frase de Walt Whitman que es increíble: “Lector, tú no estás leyendo un libro, estás tocando a una persona”. Es impresionante, porque uno finalmente lee un libro. Es imposible que lo que tú escribas seas tú mismo.
–¿Zurita podría ser leído también como una novela?
–Yo tenía un ideal, pero no digo que lo haya logrado. Siempre soñé con una novela sin las páginas de relleno que obligatoriamente tiene que tener una novela. En una novela para pasar de la situación A a la situación B, hay que poner una serie de páginas que si tú las quitas, no se entiende. Yo quería hacer una novela que pasara de la situación A a la situación B sin las páginas de relleno. Me gustaría que Zurita también fuera leído como una novela, una novela que fuese autosuficiente, que se sostenga por sí misma. Que cada línea, cada frase, cada palabra, cada página, sean autosuficientes. Un libro de poesía debe resistir todos los niveles de lecturas desde la persona que en una librería lo hojea. Ya al hojeo tiene que ser emocionante. Después tiene que resistir la lectura informada, resistir la lectura de la época, resistir la lectura oral. La poesía es un arte que no tiene ninguna otra posibilidad que la de ser extraordinaria. Si no es extraordinaria, ¿para qué vas a leer poesía?
–¿Por qué tiene una mirada crítica sobre la poesía que se escribe en estos tiempos?
–El gran problema con la poesía hoy es que, salvo algunas angustias existenciales y problemas de soledad, no pasa absolutamente nada. Es una poesía autista que solamente se interroga por ella misma. Es una poesía que no cuestiona el yo. ¿Por qué se llama Zurita mi libro? Un golpe de Estado como el golpe de Estado en Chile rompió todas las certezas. Tengo la sensación de que nada de lo que había podía dar cuenta del quiebre que eso significaba. Nada de lo anterior. Ni siquiera la portentosa poesía y el lenguaje de Nicanor Parra. El quiebre del yo era como aprender a hablar de nuevo, a decir pa, pe, pi, po, pu... Leo a poetas que escribieron antes, durante y después de la dictadura y no hay ninguna diferencia. No la registran. Esto es lo que llamo la poesía autista. La única respuesta que podía darse durante la dictadura era la gran lucha por los significados. La palabra Chile, la palabra patria, ¿eran la que les estaban dando los militares, eran esos significados o eran los significados que habían construido Pablo Neruda, Violeta Parra, Víctor Jara, Gabriela Mistral? En una dictadura, la gran lucha que pueden librar los artistas, los poetas, los escritores, es la lucha por preservar los significados. No permitir que esos significados sean apropiados por los que ganan. No dejarles esa victoria. Porque si los que ganan se adueñan de esos significados, no hay ninguna posibilidad de revertir la derrota. Yo me imaginaba escribiendo poemas en el cielo como un modo de no enloquecer, de no morir de angustia y de desesperación.
–El lector puede percibir ese intento de alguien que trata de no volverse loco, pero llama la atención el modo en que la de-sesperación y la pobreza impactan en el recuerdo de la dictadura, ¿no?
–Sí, es así. Hubo algo en la dictadura que no fue solamente el miedo, sino la miseria cotidiana, la pobreza. El no tener trabajo, el estar separado, el tener hijos y no poder responder... Mira: yo me transformé en un ladrón de libros, no en un ladrón de libros de literatura para leer, sino en un ladrón de libros, encima de arquitectura, para vender. Me pillaron y fue espantoso. Recuerdo la dictadura no sólo por los grandes heroísmos y por el terror y la privación de todas las libertades. La recuerdo con la desesperación de la pobreza. Estaba tan desesperado que si alguien me hubiera dicho, en esos años, “transporta drogas”, lo hubiera hecho de inmediato.
–En uno de los poemas dice que lucha por combatir la nostalgia, una cuestión por cierto que no es menor. ¿Cómo fue esa pulseada entre recordar y olvidar?
–En los años de la Unidad Popular, me sentía profundamente feliz en las calles, en medio de la gente, en las huelgas... Sentía la libertad y el júbilo, pero era como un ciego en un cuarto oscuro: los demás no tienen ventaja sobre ti, estás en igualdad de condiciones. Recordar te puede dar fuerza, pero hay momentos en que no es bueno y te quiebra más. En una parte de la Divina Comedia, en el Canto V, se dice: “No hay mayor dolor que, en la miseria, recordar el feliz tiempo”. A veces, aunque fuera por unos segundos, hay que olvidar un poco.
–En uno de los versos del libro se lee: “Yo sobreviví a una dictadura, pero no a la vergüenza”. ¿A qué vergüenza se refiere?
–Intuyo que me estoy refiriendo a lo que era mi situación familiar, mi propio abandono. Yo fui el abandonador, por así decirlo... No es sólo la ausencia de mi padre; hay partes en las que hablo de las ausencias que yo generé respecto de mis hijos. El poeta no puede vencer a los demonios ni diluirlos de su mente; tiene que mirarlos a la cara. Uno no puede evitar revisar su propia oscuridad sin autocompasión.
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