LITERATURA › LA PROMESA DE KAMIL MODRAÈEK, FORMIDABLE NOVELA DEL CHECO JIRI KRATOCHVIL
Milan Kundera lo definió como “el mayor evento en la literatura checa desde 1989”. Más allá de las definiciones grandilocuentes, la novela del autor nacido en Brno opera en varios niveles y ofrece varios registros de narración que extasían al lector.
La trampa es paradójicamente perfecta. De una perfección pavorosa por el modo en que arroja la ñata contra las rejas del pensamiento. El milagro vanguardista, “la catedral del silencio” o el Arca de Noé comunista comienzan como un asunto planificado a medias que se le escapa de las manos. Imposible bajarse del tren cuando está en marcha. “Su hermana se ha colgado de su celda. Puede recoger sus efectos personales y puede enterrarla según sus costumbres”, le informan al hermano mayor, un arquitecto que diseña edificios de mal gusto para los comunistas checos de la ciudad de Brno. Algo se rompe en el interior de ese hombre arrasado por la muerte de su hermana menor, una artista que en los años cincuenta, según el teniente Láska, responsable de las fuerzas de seguridad de Brno, “lleva el veneno de la paleta al lienzo, ese veneno americano que se llama arte abstracto”. Una violenta furia se adueña del arquitecto, condensada en una palabra de ocho letras: venganza. La casualidad hace pactos absurdos. El hallazgo de una galería medieval subterránea, justo debajo del edificio donde vive, le permitirá cumplir con una misión: secuestrar al responsable de esa muerte y encerrarlo de por vida. Qué fácil muerde el anzuelo el temible Láska, con qué “ingenuidad” entra solito a la jaula de oro que le compró el vengador, tras las supuestas huellas de los enemigos del régimen, los “agentes occidentales”. La promesa de Kamil Modráèek (Impedimenta) del escritor Jirí Kratochvil, cuyas obras “son el mayor evento en la literatura checa desde 1989”, según ha dicho Milan Kundera, es una novela magistral por el tratamiento de una historia que podría resultar convencional a través de varios narradores-personajes, monólogos interiores y una vuelta de tuerca en el final. Una entrevista a la compositora Anna Fraccaroli, hija de Láska, muchos años después, obliga a repensar –nada más y nada menos– a las víctimas y victimarios. A repensar el crimen y el castigo, acaso como dos caras de la misma trampa.
La promesa..., dedicada por Kratochvil (Brno, 1940) “a la memoria de mi madre, un personaje real de esta historia”, está articulada en tres partes. En la primera, en los momentos en que la narración está orientada por la óptica del arquitecto Kamil Modráèek, los lectores tendrán en sus manos el preludio de varias pesquisas: los interrogatorios a los que son sometidos el arquitecto y su hermana; pero también cómo la familia Kratochvil, la madre y sus dos hijos –uno es el propio autor, Jirí–, vecinos del arquitecto, están en la mira del régimen comunista; en otros brillará el personaje “anómalo” Daniel Koèí, un detective privado que resuelve casos de poca monta –especialmente supuestas infidelidades– a espaldas de los servicios de seguridad. Esa habilidad que fue cultivando en la “clandestinidad”, que se podría denominar “la carta robada” –la pista más importante enfrente de los ojos de quien la busca–, será su condena cuando requieran de sus servicios para encontrar al teniente Láska.
El padre del arquitecto fue el primer traductor checo de Nabokov y recibió del autor de Lolita el manuscrito original de “Zdies govoriat po ruski”, traducido como “Aquí se habla ruso”. “Gracias al relato de Nabokov y a mi código personal, sabía que Láska debía tener un castigo justo que apelara a una justicia superior, tan lejana del inhumano régimen comunista por el que él se regía”, plantea Modráèek en el preciso instante en que empieza a calibrar la venganza, cuando ve en el balcón de la mansión de su hermana a sus nuevos habitantes: Láska y a su mujer, sosteniendo en brazos a una niña, la futura compositora que pateará el tablero de la novela. Pero mejor no anticiparse a los “hechos”. Un sótano medieval y el manuscrito de Nabokov se cruzan en el camino. Entonces, sólo entonces, el arquitecto sabrá “lo que debía hacer para salvar mi alma”.
De los autores que irrumpieron en el panorama literario checo posterior a 1989, la llamada “era post-Kundera”, dicen que se destaca, por encima de todos, Kratochvil, un escritor que permaneció inédito durante muchos años. Para sobrevivir se vio obligado a desempeñar todo tipo de oficios: operador de grúas, vigilante nocturno de una granja avícola y telefonista. En 1983 trabajó en el centro regional de conservación del patrimonio, y en 1993 en departamento de creación radiofónica de Radio Brno. “Mis libros circulaban en copias clandestinas para unos pocos amigos. Pero durante todo este período de escribir sólo para el samizdat (el sistema de publicaciones clandestinas) me di cuenta de qué era lo que perseguía con mi escritura. Gracias a la prohibición supe con seguridad que no quería escribir por dinero o fama”, afirmó el narrador checo en una entrevista que le hicieron en España, donde la editorial Impedimenta ha publicado anteriormente En mitad de la noche un canto (2010), novela que integra una trilogía conformada por La novela del oso (1990) y Avión (1995). El tema de la mayoría de sus ficciones es la pesadilla del totalitarismo, incluida la bilogía carnavalesca compuesta por Historia siamesa (1996) e Historia inmortal (1997).
“Mi pasión desde niño es contar historias. A mis compañeros de clase les contaba historias de los indios del Oeste y les encantaba escucharme. Cuando tenía nueve años pasé tres meses en un sanatorio aquejado de una grave enfermedad y durante aquellos meses divertía al resto de los niños con mis historias. Cuando mi madre vino a buscarme, el personal del hospital no quería que yo me fuera porque con mis historias había conseguido que todos estuvieran tranquilos. Aquella fue la época más feliz como escritor”, reveló el autor en la misma entrevista. “Podía mirar a los ojos de mis oyentes y sabía si se lo estaban pasando bien o no, cosa que no puedo hacer con los lectores de mis libros: nunca estoy seguro de si se divierten.”
Los “feos años cincuenta” emergen con un humor negro descomunal, una de las armas más “subversivas” a las que apela Kratochvil en La promesa de Kamil Modráèek. En la segunda parte, un ejemplo de este humor corrosivo aparece en boca de uno de los escritores que pululan en la novela: Libor Hrách. “La historia de un hombre auténtico, la biografía de alguien que trabajara en las fábricas de armas de Brno, sin duda constituiría un auténtico acontecimiento literario. Seguro que me concederían el premio más importante de todos: la soga de cáñamo. ¡Ay, eso no es un buen chiste! Entiendo que sobre ciertas cosas conviene cerrar el pico de momento, porque la sociedad comunista está aislada por el enemigo y hay que medir cada una de nuestras palabras.” Alternando narradores y registros literarios, hay un diario que da cuenta de una cena que tiene uno de los personajes con Modráèek. “Por alguna razón incomprensible para mí, le interesaba saber si lo que está escrito, lo que existe en principio sólo como texto literario, en un relato por ejemplo, puede ocurrir luego en la vida real. O como lo diría yo: si la realidad puede copiar a la ficción, igual que la literatura suele copiar a la realidad.” Cuando tiene a su presa, al supuesto responsable de la muerte de su hermana, el propio arquitecto se pregunta si entre la imaginación y la realidad no existía un abismo infranqueable, “si al final yo mismo no habría caído en una trampa, si no estaría yo también metido con Láska en una jaula que sería a partir de entonces mi prisión”.
¿El arquitecto es un loco de atar? Afortunadamente, el narrador checo prescinde de diagnosticar y clausurar los claroscuros del personaje. Lo cierto es que el plan original se desmadra. Pronto tendrá sobre sus espaldas 21 prisioneros, 12 hombres y 9 mujeres, a quienes además de garantizarles la comida les suministrará nutrientes espirituales: Modráèek organizará un ciclo de conferencias sobre arquitectura, les conseguirá buenos libros y les llevará diariamente los periódicos. Si los “inquilinos” de esta especie de “isla subterránea utópica” no se amotinaron fue por la fuerza. Y el miedo, claro. “Todas las utopías constituyen a la vez campos de concentración”, dirá uno de los personajes centrales de la tercera parte de la novela. Una cárcel dentro de la cárcel más grande que fue la nación checa bajo el comunismo, se podría parafrasear a otro de los personajes, “no puede ser entendida como un enclave de libertad, siempre que, por supuesto, no aceptemos la negación de la negación de Hegel”. La promesa de Kamil Modráèek es una novela excepcional, “una trampa maldita”, una puesta en abismo cuyos ecos perduran. Como preguntas agazapadas que saben clavar, en el instante menos esperado, un aguijón tenebroso en el laberinto de las pulsiones humanas.
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