Lun 11.08.2014
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LITERATURA › ENTREVISTA A LA ACTRIZ Y NARRADORA ORAL ANA PADOVANI

“El trabajo del narrador oral pasa por la búsqueda”

En el Museo del Libro y de la Lengua está presentando Contar Cortázar, un recorrido biográfico que incluye la narración de diversos textos del autor de Rayuela. “Me gusta contar vidas, además tiene algo de detectivesco este trabajo”, sostiene.

› Por Silvina Friera

Las lágrimas se derramaban como una tormenta pasajera cada vez que salía del teatro. La psicóloga no sabía por qué lloraba después de ver una obra cualquiera, pero se daba cuenta de que algo emocionante le pasaba con lo artístico. “La única certeza que tengo es que a mí me gusta jugar”, subraya la actriz y narradora oral, ahora que está desovillando recuerdos. Decidió estudiar teatro con Cristina Moreira por el mero placer de jugar. En el verano del ’84, en Miramar, estaba descansando en la playa con toda su familia, cuando descubrió una carpa de Eudeba con un cartelito que informaba: “Se leen cuentos para chicos”. Enfiló derechito con sus hijos y se puso a leer para ellos. Pidió los libros prestados para estudiar los textos y a los pocos días los contaba con tanto histrionismo y pasión en la caracterización, interpretando las voces de cada uno de los personajes, que el señor de Eudeba sentenció: “Esto hay que hacerlo afuera de la carpa”. El hombre puso unos troncos para que los chicos se sentaran. Y qué flor de espectáculo se armó todas las tardes en la playa. Pero las vacaciones terminaron y regresó a la ciudad. A una amiga que estaba relanzando su taller de yoga se le ocurrió que ella podía contar cuentos. Luego de verla en acción, narrando relatos orientales y romances españoles, una señora le preguntó: “¿Dónde estás haciendo funciones?”. Ana Padovani sonríe con una pátina de picardía en la mirada. “Me daba vergüenza decirle que era la primera vez que lo hacía”, confiesa la autora de Escenarios de la narración oral (Paidós) que está presentando en el Museo del Libro y de la Lengua, los últimos viernes de cada mes, Contar Cortázar, un trabajo en el que narra la vida del escritor.

Una de las pioneras de la narración oral en la Argentina recuerda que esa señora del taller de yoga la llevó a conocer el Centro Cultural Recoleta. “No me programaron, pero me dijeron: ‘Si querés, traete unos chicos y contá cuentos’. Yo les hice caso: me iba con mis chicos que eran chiquitos, buscaba algunos chicos por el Patio del Naranjo, me sentaba y contaba cuentos. Un día pasó Ruth Mehl, que programaba el auditorio, y se quedó mirando. Cuando terminó, me comentó que tenía la programación completa, pero me pidió que le llevara el proyecto para el próximo año. Una tarde me llamó Ruth porque se había accidentado uno de los actores y no se podía hacer la función en el auditorio. Y me invitó a contar los cuentos en el auditorio del Recoleta. Y tuve la sensación de que había llegado a mi lugar”, reconoce Padovani a Página/12. “Me asusté y lo llamé a Claudio Hochman para que me orientara. Entonces tomé contacto con Ana María Bovo y Marta Lorente, que también estaban haciendo experiencias parecidas, contando en otros lugares.”

–La narración oral se expande al mismo tiempo que se extienden las redes sociales, en las que no hay posibilidad de atención y escucha, donde prevalece la velocidad y el comentario rápido...

–Sí, pero esto me llevó a pensar en este momento que vivimos. En las redes sociales no se es si no se es visto. Esto hace que las redes sociales sean una posibilidad. ¿Qué tienen que ver las redes sociales con la narración de cuentos? Sin duda es lo opuesto. La narración oral es analógica, necesita de la presencia. Tal vez por oposición se convierta en necesaria, ¿no? Por otro lado, las redes sociales tienen mucho que ver con la difusión. Yo empecé a finales de los ‘80, cuando la computadora era una novedad y se usaba poco. Me acuerdo de que llevaba gacetillas a los diarios. En este momento, los narradores se manejan exclusivamente por las redes sociales; es la forma que permite la difusión, el conocimiento. Por esencia, la narración oral para mí es un hecho artístico, un arte que tiene ciertas especificidades, lo cual no quita que haya cruces y modificaciones, pero por antonomasia sigue siendo tiempo y presencia.

–¿La narración oral está más próxima al teatro que a la literatura, aunque sus materiales puedan ser literarios?

–Sí en cuanto lo teatral, en la medida en que narrar implica armar un escenario, aun estando en un geriátrico, en una escuela, en una casa o donde sea. La narración oral es un arte escénica y en ese sentido estaría emparentada con el teatro. Pero también con la literatura, en la medida en que los narradores toman la literatura como fuente para nutrirse de cuentos. Cosa que pasa acá y no en el mundo. En Europa, los narradores orales no usan la literatura; y si lo hacen, es muy excepcionalmente. Ultimamente lo he visto en España y diría que por influencia de Latinoamérica, porque naturalmente los narradores españoles tienden a contar sus propios relatos. Acá, en Latinoamérica, los narradores circulan por la literatura, lo que crea otro espacio de reflexión. Por antonomasia, el narrador transmite la oralidad. Los primeros narradores orales que vi eran africanos y árabes. Ellos fueron los que empezaron en Europa y se convirtieron en objetos exquisitos, los absorbió rápidamente la cultura oficial, y los africanos y árabes encontraron espacios de trabajo y difusión en los centros culturales, en los ayuntamientos, en las bibliotecas. En los años ‘80, en la Biblioteca Nacional de París, los africanos hacían espectáculos de narración. Eran exóticos, pero siempre traían sus relatos de tradición oral. La literatura –los cuentos escritos como materiales de narración oral– es un fenómeno muy latinoamericano que después se fue expandiendo. No digo que en España no se use la literatura, pero se usa de otra manera, no como la usamos acá.

–¿Cómo se usa acá la literatura en la narración oral?

–Para mí crea todo un campo de reflexión. Hay desde quienes toman los cuentos y los cuentan. Y hay quienes, como es mi caso, pensamos que la literatura necesita el respeto y el trabajo que merece. Hacer ese cruce implica la creación de lo que llamo “el trabajo artístico de la traducción”, que es lo que les pasa a los traductores literarios. Estuve años yendo a las reuniones del club de traductores literarios y entiendo los problemas que tienen para pasar de una lengua a otra. Y acaban creando un nuevo lenguaje. Por eso se dice “el libro traducido por fulano”, porque las traducciones acaban siendo un hecho estético en sí. Se trata de buscar que al pasar de una lengua a la otra no se desvirtúe la lengua madre. Y que se cree un nuevo producto artístico con todo lo que conlleva pasarlo a la oralidad.

–¿Cómo es la “traducción” de lo escrito a lo oral?

–Tiene sus reglas. Hay que pasar a lo oral manteniendo el espíritu del original. En todo caso es una versión, una traslación; creo que habría que hacer como se hace en el teatro: se versiona, se adapta. Cuando la narración oral se convierte en algo simple y fácil, no digo que siempre pase, hay una tendencia al facilismo, una tendencia a tomar el cuento escrito y así como así contarlo, como si fuese oral. Yo creo que no es así. Hay autores que se prestan más que otros, sin duda que hay autores más “orales”. Pero cuanto más estilo tiene un texto, más difícil es traducirlo a la oralidad. Una vez tomé un cuento de Marco Denevi, “Las abejas de bronce”. Lo llamé para ver si aceptaba y me dijo que sí, pero que el cuento era muy largo y que iba a tener que sacar algunas partes. Yo le comenté qué partes pensaba sacar y estuvimos absolutamente de acuerdo. Cortázar es un autor que escribió para mí. Yo a Cortázar no le toco ni una coma. Cortázar tiene anécdotas muy potentes, un estilo muy preciso. Los textos de los cronopios, por ejemplo, ¿cómo podría modificarlos? No se les puede tocar una coma. Yo me instalo con mucha comodidad en los cuentos de Cortázar.

–¿Esa afinidad pasa por lo lúdico?

–Sí, yo soy así, soy de jugar. La búsqueda pasa por aquello donde uno se puede instalar como artista, y sienta que esa voz fluye porque es como si fuese mi voz. He tomado clásicos como Chejov o Saki, donde no he tenido que hacer demasiada adaptación porque son autores que se prestan fácilmente a ser narrados. Yo creo que la cuestión pasa por buscar aquello que tiene que ver con la oralidad, pero a la vez tiene que ver con la propia voz, donde uno coincide con la voz del escritor.

–¿Hay cuentos que no pueden ser narrados?

–Depende del narrador. Puede ser que un narrador se instale en esa voz y lo puede contar con la misma tranquilidad con la que yo cuento los cronopios. Eso es tan personal que no podría establecer una regla. Hay cuentos de Borges que los leo con un enorme placer, pero no me puedo instalar en su voz sin tener que traicionarlo. Y ahí no se puede traicionar porque es tan perfecta la estructura, es tan perfecto todo, que no se puede traicionar. Contar Borges como si fuera yo, sería un producto tan bastardo que... ¿para qué, si disfruto leyéndolo? No es como a un actor, que le dan un texto y lo tiene que estudiar. El trabajo del narrador oral pasa por la búsqueda.

Padovani presenta Contar Cortázar, un recorrido biográfico que incluye la narración de “Continuidad de los parques”, algunos relatos de Historia de cronopios y de famas, fragmentos de Rayuela y de 62/Modelo para armar. “Me gusta contar vidas, además tiene algo de detectivesco este trabajo; el año pasado lo hice con (Roberto) Arlt. Empezar a buscar los recovecos de las historias, las pequeñas anécdotas iluminadoras. Contar una vida es contar un personaje, una historia; buscar los intersticios donde en la pequeña anécdota se ilumina algo del personaje, me apasiona. Yo creo que la vida de Cortázar se podría contar leyendo sus cartas”, plantea la narradora.

–La correspondencia, publicada en cinco tomos, es un gran hallazgo, despliega una especie de Cortázar infinito...

–Yo hubiera hecho todo el espectáculo con sus cartas, pero a esta altura no puedo porque lo tengo armado de una manera, aunque incluyo cartas. ¡Cómo escribía cartas! ¡Son páginas literarias! Tomo unas cartas que le escribió a Mercedes Arias. Y la carta del padre, personaje borrado, soslayado, desconocido. La carta que le escribe a Cortázar cuando le dice que no use su nombre, es terrible... Traté de rastrear hasta donde pude la vida del padre de Cortázar, que parece haber sido un perdedor, un hombre con mala suerte.

–¿Cómo empieza desde lo escénico Contar Cortázar?

–Voy a empezar tocando el piano, algunas piezas de jazz, hasta que la gente entra y se acomoda. La Biblioteca tiene un piano maravilloso que lo han puesto a punto ahora y cuando lo vi, dije: “Esto hay que usarlo”. Y después voy a contar las curiosidades de Cortázar y cómo la música tuvo que ver con su historia y con sus cuentos. Cuando vivía en Agronomía y era muy jovencito, Cortázar tocaba la trompeta y espantaba a los vecinos, que se quejaban mucho. En París también la tocaba, pero vivía en un altillo y no tenía quien le golpeara la pared. La máquina de escribir también es un personaje en su historia. Cortázar era primo de Augusto Raúl Cortázar, el famoso folklorista, con quien no tuvo relaciones ni buenas ni malas porque estaba bastante distanciado de todo lo que tuviese que ver con lo folklórico. Cortázar fue primo en octavo grado del Che Guevara, por la familia de la abuela paterna, otra curiosidad de su historia.

–¿Cuál es la diferencia entre contar una vida y narrar un cuento?

–El cuento es ficción, la vida no. Yo no invento, cuento una vida, aunque tenga el carácter de cuento en la medida en que busco aquellas cosas que puedan ser más interesantes, más atractivas; y trato de contarla como un cuento que tiene principio, nudo y desenlace. Por supuesto que cuando cuento una vida, cuento lo contable; creo que hay cosas que mejor no contarlas... Pero acá se trata de contar una historia real, una vida tal como fue. No ficcionalizo, no me aparto de los datos de la vida.

–En Escenarios de la narración oral plantea que es importante que el narrador encuentre su voz. ¿Cuándo encontró su voz?

–La encontré haciendo. Empecé a contar y rápidamente me daba cuenta de qué es lo que me gustaba, dónde me sentía cómoda. Nunca tuve que cumplir con un mandato, nunca nadie me dijo: “Tenés que contar esto”. Siempre elegí yo, lo que me dio la posibilidad de ver por dónde iba la búsqueda. Quizás al principio buscaba más indiscriminadamente. Yo leí a Saki y enseguida dije: “Es para mí”. Con Cortázar me pasó lo mismo. Pero ha sido un trabajo de búsqueda solitaria. Yo tengo admiración y respeto por mis colegas. Ana María Bovo encontró su voz y ella siempre fue así, y me parece muy elogiable. Marta Lorente, con los cuentos eróticos, encontró su voz; es ella. Mis compañeras iban encontrando su voz y somos muy distintas. Y así tiene que ser, ¿no? Yo me instalé en los personajes de Niní Marshall y siempre digo que inventó esos personajes para mí. Yo me instalo en Catita y le encuentro los giros, sé lo que pensaría. Es un personaje de Niní, pero yo le agradezco que lo haya creado. Siempre les digo a mis alumnos que si alguien dice “me encontré un poco a mí mismo en las clases”, ya con eso me daría por contenta. Que alguien diga: “Este soy yo”.

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