LITERATURA › ENTREVISTA A F. G. HAGHENBECK, AUTOR DE LA NOVELA LA PRIMAVERA DEL MAL
Su apellido suena alemán, pero es tan mexicano como los sucesos que cuenta de manera coral en su libro, un reflejo del delicado momento que vive su país con respecto al narcotráfico. “La novela policial es la que mejor refleja la sociedad”, señala.
› Por Silvina Friera
El uso de drogas es ancestral. No hay nada nuevo bajo el sol de cualquier planta alucinógena o sustancia que permite fugarse de la realidad. Otro cantar implica el narcotráfico, uno de los negocios más lucrativos y sanguinarios. El origen del tráfico de drogas en México tiene su exquisita novela negra: La primavera del mal (Suma de Letras), del enigma cifrado en F. G. Haghenbeck, autor cuyo apellido suena nítidamente alemán, pero no bien habla el acento mexicano despeja la más mínima vacilación. A principios del siglo XX, los chinos controlaban la venta del opio de México a Estados Unidos. Pero en 1930 –en la ficción como en la realidad– un coronel militar victorioso de la revolución comienza a apoderarse de las principales plazas. Corrupción política y delitos, la grasa indispensable de este engranaje, hilvanan la trama de uno de los protagonistas: Benito Guadalupe Serrano, personaje fundamental que olfatea las posibilidades que se abren al arrebatarle a los chinos el monopolio de la venta de drogas. El elenco se completa con el hijo de Serrano, Bernardo; su ahijado Raúl Duval; una actriz y cantante, femme fatale del casino Agua Caliente, Carmela del Toro, y el agente federal, el gringo Jimmy O. Ball.
“Nadie había escrito esta historia; había pocos ensayos que se hubieran volcado a hacer un análisis serio, solamente uno, el de Luis Astorga, El siglo de las drogas”, plantea Francisco Gerardo Haghenbeck (Ciudad de México, 1965), ex arquitecto que empezó a escribir comics y adoptó las letras iniciales de sus dos nombres por sugerencia de un escritor estadounidense que le dijo: “deberías firmar como F. G. Haghenbeck, porque todos los escritores que tienen iniciales son exitosos: H. P. Lovecraft, F. S. Fitzgerald, J. K. Rowling...”. Investigó mucho y se documentó otro tanto para entender de dónde venía lo que la sociedad mexicana está padeciendo de un tiempo a esta parte: la violencia demencial del narcotráfico. “Encontré cosas muy interesantes, como por qué se criminaliza la marihuana. Uno pensaría que porque es una droga, porque causa mal, pero no. Se criminaliza porque viene del cáñamo, que hace un papel muy bueno. William Randolph Hearst tenía el monopolio del papel y entonces pidió al presidente que la prohibiera por cuestiones monopólicas. La marihuana se vuelve ilegal por una cuestión económica que nada tiene que ver con la salud y esa imagen es la que vemos hoy en todo el mundo: la marihuana es ilegal porque alguien quería vender más periódicos. Parece inverosímil, pero es un dato que refleja la hipocresía de Estados Unidos ante este problema”, subraya el narrador mexicano, invitado al Festival Buenos Aires Negra (BAN!), en la entrevista con Página/12.
“El que más gana con el negocio de la droga es Estados Unidos. Nunca se atrapó un capo americano; todos los carteles están en México, en Colombia, pero nunca en territorio norteamericano. Agarran camiones llenos de drogas en México, pero pasando la frontera nadie agarra nada”, advierte Haghenbeck, autor de Hierba santa, El diablo me obligó y El código nazi, entre otras novelas. “El dinero de las drogas se queda en Estados Unidos; es increíble esa doble cara que han dado al mundo. A ellos no les importa mientras el crimen sea pasando las fronteras: ‘okey, ustedes mátense, yo aquí estoy bien’.”
–¿Por qué en La primavera del mal aparece tempranamente la vinculación del negocio de la droga con la política?
–La novela refleja la relación que hemos sufrido en México de gobiernos corruptos que están en comunión con el crimen. A fin de cuentas quería que la novela se pudiera leer sin que tuviéramos toda la información histórica, que se pudiera leer como El padrino, de Mario Puzo. La primavera del mal es una novela mosaico, épica, escrita desde cuatro puntos de vista, un poco para mostrar un abanico de visiones de este fenómeno, porque no se puede ver sólo a través del narco o de Estados Unidos, de la gente que se hace rica pero no le importa, porque no se mete en la violencia. Yo siempre digo que escribo los libros que a mí me gustarían leer. La novela la terminé en la década del ’60, porque siento que de esa época para acá hay muy buenas obras, buenos ensayos y ficciones. Don Winslow tiene una gran obra que se llama El poder del perro y están las novelas de Elmer Mendoza.
“México no es sencillo ni festivo ni bucólico. No se parece remotamente a una aldea franco-canadiense. Es un país oriental en el que se reflejan dos mil años de enfermedades y miseria y degradación y estupidez y esclavitud y brutalidad y terrorismo físico y psicológico. México es siniestro y tenebroso y caótico, con el caos propio de los sueños. A mí me encanta”, se lee en el epígrafe de William S. Burroughs que eligió Haghenbeck para La primavera del mal. “Burroughs vivió mucho tiempo en México, mató a su esposa en México, se drogó en México, tuvo amantes hombres en México, lo hizo todo en México. Este epígrafe es el que mejor define al México narco”, agrega el narrador mexicano, coautor de Crimson (Wildstorm/Time Warner 1999-2001), creador de Alternation (Image Comics 2004), el único mexicano que ha escrito una versión de Superman para DC Comics Timer Warner, en 2002.
–¿Qué consecuencias tiene la guerra contra el narcotráfico que declaró el ex presidente Felipe Calderón?
–La guerra contra el narcotráfico lleva más de 300 mil muertos; una cifra que va a seguir aumentando. El problema es que la guerra contra el narcotráfico que declaró Calderón lo que hizo fue golpear el avispero. Antes la violencia estaba contenida, pero ahora se ha expandido y ha afectado al público en general. Mientras no terminemos con esta guerra directa, apoyada por Estados Unidos, la violencia va a seguir. Si uno lee los periódicos de México, el promedio es de 10 o 15 muertos diarios, quizá 20 muertos diarios por la guerra contra el narcotráfico. Dicen que ahora hay menos saña, puede ser... Pero la violencia se ha movido de regiones. Ahora se ha pasado más hacia el centro de México y el norte parece estar un poco más tranquilo. Pero las muertes siguen.
–¿Cómo interpreta la captura de Joaquín “El Chapo” Guzmán? ¿Quizá fue una puesta en escena?
–El problema es que todavía no sabemos leer qué hay detrás, si se entregó, si llegaron a un trato con él. Pero hay algo más. Yo creo que habrá que esperar varios años para poder entender lo que está sucediendo hoy en día, como me pasó con La primavera del mal, que tuve que esperar varios años para poder desenmascarar todos los movimientos de gobernadores como Maximino Avila Camacho o el presidente Miguel Alemán Valdés.
–¿La guerra contra el narcotráfico es un eje equivocado? ¿La cuestión sería legalizar las drogas para acabar con el negocio?
–Sí, porque uno pensaría que la muerte es por la confrontación de la policía y del ejército contra los carteles y las muertes son entre los carteles, porque el ejército agarra a un narcotraficante y alguien se tiene que quedar con el puesto del que cayó. Ahí es donde empieza la violencia, la guerra por el poder, por quién se queda con la plaza. A mí no me gusta la palabra legalización, yo creo que hay que hablar de control de drogas. Me parece que la cuestión pasa por controlar las drogas, no legalizarlas. Que el gobierno decida dónde se cultiva, cuándo se cultiva y los impuestos, un elemento que se les ha olvidado. En 1920, en México hubo un gobernador que cobró impuestos a la droga y fue uno de los estados mexicanos más ricos.
–¿Qué implica hoy escribir policial en México?
–Soy mejor lector que escritor, me gusta muchísimo el policial y para mí es un privilegio poder hacer algo que me gusta leer y que es apreciado por otros. La novela policial es la que mejor refleja a la sociedad; habla sobre las ciudades y las personas que viven en esas ciudades. No soy de los que sufren los libros, no, los disfruto muchísimo. Se me pinta una cara de alegría cuando escribo cinco palabras buenas que me alegran el día. Soy un escritor tardío, mi primera novela la escribí a los 41 años. Era arquitecto, comía mejor como arquitecto que como escritor. Mi esposa sigue pensando que fue un mal cambio (risas). Como escritor soy más optimista que como persona. Como persona, soy catastrófico.
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